Dónde se encontrara la inefable y esquiva hermosura
la que congrega el misterio femenino con tan delicada finura.
Aquella que no hay cómo pintarla, ni intentando con veladura
ni menos componer algo digno para describir en partitura.
Es que cuando la belleza es mucha, se pierde toda mesura;
aunque de nada sirven los piropos ni muestras de galanura
y es fácil caer en lo burdo aludiendo a la ricura
o tropezar con el lenguaje apelando a una falsa literatura.
No queda más que replegarse sin armadura.
No hay defensa posible ni aquí ni en Extremadura.
Está claro que estos Quijotes no tienen remedio ni cura,
cuando el corazón se les escapa en esta voladura.
Sólo recordarla y amarla con infinita ternura
y conformarse con que supuestamente viva en Vitacura,
aunque esto parezca ser una simple conjetura,
porque la verdad de la milanesa es que la cosa se cae de madura.
La mujer de tan armoniosa y equilibrada estructura
la que sobrepasa todo lo visto en la historia de la arquitectura;
la que nos contempla con ojos de indescriptible coloratura
la que caló hondo, penetrando por la más sensible hendidura.
No es más que el producto de la imaginación y la temperatura;
a no confundirse, eso sí, porque no tiene nada que ver con calentura,
ni tampoco se trata de respirar por la herida o de alguna supuesta amargura;
ni que esté delirando de dolor tras una profunda mordedura.
Se trata de lo efímero que no hay forma de atarlo ni con costura
y que viene de mucho antes de los tiempos de la agricultura.
Es lo intangible y frágil, lo que nos conmueve y destroza como tronadura;
lo inalcanzable, lo irrecuperable, lo inimaginable, la absoluta locura…
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