Diario El Mercurio, Día a Día, Lunes 22 de Octubre de 2012
No es fácil la soledad. A mí al menos me ocurre que, cuando tía Waverly me anuncia un viaje, me estiro los bigotes pensando en la dicha de los días que vendrán. Sin embargo, una vez que se ha marchado, la echo de menos. ¡Qué cosas!
No es fácil la soledad. A mí al menos me ocurre que, cuando tía Waverly me anuncia un viaje, me estiro los bigotes pensando en la dicha de los días que vendrán. Sin embargo, una vez que se ha marchado, la echo de menos. ¡Qué cosas!
Parece que a algunos nos gusta estar solos pero acompañados. Es decir, desarrollar diversas actividades a solas, pero sabiendo que el resto está al lado. O junto. O al menos cerca. Podría llamarla una "soledad acompañada", o una "compañía solitaria". De hecho, los mejores momentos del año los paso cuando, junto a tía Waverly y unas cervezas, cada uno está en lo suyo en el living del departamento, sin interrumpirse mutuamente. Tan sencillo como dejándose vivir (ser y estar) el uno al otro.
Por lo mismo, no soportaría vivir solo en el campo; aunque sí en una gran urbe ruidosa. Prefiero enmudecer y ensimismarme en una sala de cine atiborrada de gente que ver una película en casa junto a un ruidoso e "in-ignorable" grupo de amigos. Prefiero, también, tomarme solitario un café en una calle llena de gente que compartir lo mismo en medio de una cofradía.
Rarezas británicas, dirá usted. Misantropía. Puede ser... Pero lo cierto es que cada vez que tía Waverly se va a su Buenos Aires querido, siento como que algo me oprime el pecho. No sé estar solo sin su compañía; adoro su presencia ausente. Sin ella me siento perdido, confuso, alienado. Tal vez, también, "enajenado". ¡Vuelve pronto, tía!
B.B. COOPER
nunca logro entender las columnas de B.B COOPER, pero esta me paricio muy interesante e intelegible
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