por Gonzalo Rojas
Diario El Mercurio, Miércoles 31 de Octubre de 2012
Diario El Mercurio, Miércoles 31 de Octubre de 2012
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/10/31/elecciones-la-derrota-de-todos.asp
Quienes votamos en la mesa 1 del Insuco, nos inscribimos hace ya 25 años, en el primer día habilitado. Desde nuestra inicial participación en 1988, los 350 originales habíamos quedado reducidos -como esos regimientos de mil batallas- a apenas 101 para esta elección.
Ya nos conocen los periodistas, los funcionarios y, por cierto, hay una vinculación amable entre los propios electores. Somos un microclima en el local más importante de Chile, pero, al mismo tiempo, somos muy parecidos a las otras treintaitantas mil mesas del país. Más que parecidos, somos muy iguales.
Por eso, lo que nos pasó a nosotros, seguramente sucedió de modos similares en todo Chile. En nuestra mesa, el padrón electoral fue completado con 248 mujeres. Pero, ¡oh, sorpresa!: los RUT de las posibles electoras estaban todos bajo el millón; incluso los había de apenas cinco dígitos. Por eso Ludgarda, Viola, Ismenia, Matilda, Renata, Virla, Lucrecia, y decenas de otras señoras con nombres tradicionales y ya olvidados, no vinieron a votar. Es muy posible que muchas de ellas, todas quizás, hayan fallecido varias décadas atrás. Similar cosa sucedía en las veintitantas mesas del local.
Una simple averiguación computacional permitió comprobar que la más antigua de nuestras potenciales electoras había nacido en 1902. Las mesas 2 y 3, que compartían la misma sala, corrieron igual suerte. Sólo una señora de alegres 78 vino a votar: fue entrevistada, estaba feliz.
Era evidente que había fallado el Estado. Pero también fallamos los electores vivos. Cuando dieron las 2 de la tarde, comenzamos la fase final de la votación y de la frustración: entre las 2 y las 3, vinieron siete personas; entre las 3 y las 4, ninguna; entre las 4 y las 5, dos, y entre las 5 y las 6, ninguna. Nueve electores en cuatro horas: a razón de 3 minutos por votante, 27 minutos de trabajo y 3 horas 33 minutos perdidos.
¿Qué hacíamos los vocales en el intertanto? Pasearnos, almorzar, conversar. Por eso, no era extraño ver mesas completamente vacías, sin vocales ni electores, libradas a su suerte, vigiladas a la distancia, solamente. Quizás en otros locales, quizás en otros ambientes, alguien haya tenido la tentación de portarse mal. Quizás. En todo caso, para los presentes, era el reino de la lata, muy cercano al imperio del desánimo.
Los apoderados eran también muy escasos. Sólo la DC cubrió las tres mesas de nuestra sala; los de RN llegaron al final, y el apoderado general de la UDI entraba y salía; del PPD, el PRO y los comunistas no tuvimos noticia. Parece que el PS estaba en un patio.
¿Algún candidato presente? Durante todo el día sólo apareció un joven postulante a concejal, que finalmente no resultó electo. Fue una pasadita fugaz. Quizás los demás estaban en locales más apasionantes, pero, ¿los hubo? Y la prensa, pobres, qué horas tan perdidas. Canales con equipos de hasta 10 personas que sólo pudieron interesarse por un antiguo votante llamado Ricardo Lagos, o por las explicaciones de Juan Ignacio García sobre las fallas detectadas, o por el carnet perdido de Francisco Javier Cuadra. Frustrante.
Las elecciones no son toda la política, ni mucho menos. Pero si no se las cuida con esmero, pasa lo mismo que con los aniversarios de matrimonio: el vínculo corre el peligro de extinguirse.
Quizás haya que eliminar de los registros a todos los que se abstengan durante dos elecciones consecutivas; quizás haya que exigir un comprobante de sufragio para algunos trámites importantes. Algo de esto hay que hacer, algo y pronto, porque si no, de los 71 electores efectivos de la mesa 1 de Chile, a la próxima podrían presentarse sólo Jorge, Patricio, Juan, Roberto y un servidor.
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