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La democracia es humilde por Joaquín García Huidobro




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En la elección municipal de hoy, lo que molesta a los abstencionistas no es sólo la calidad de los candidatos. Lo que les irrita es que su voto valga, por ejemplo, en la comuna de Santiago, solamente un 0,0000037% del total . Lo que les desagrada es no ser muy importantes. Ninguno de los que hoy se abstendrán de votar, dejaría de hacerlo si su voto valiera 5 mil veces más que el del resto de los chilenos.
Pero en esa humildad reside, a la vez, el atractivo de la democracia. Ante la urna no valen los contactos, los apellidos, los doctorados, el carisma o la cuenta corriente. Todos tenemos un lápiz y la misma papeleta.
Sólo en dos ocasiones somos realmente iguales: en las elecciones y en el momento de la muerte. Por algo se habla de "urna" electoral, el más metafísico de nuestros vocablos políticos.
Los abstencionistas son unos aristócratas que no se resignan a ser igualados al común de los mortales, a compartir el mismo voto pequeño y humilde que tienen todos los chilenos.
¿Y por qué nuestro voto vale tan poco? Porque somos muchos. En Atenas, los ciudadanos eran unos miles. Hoy somos millones y ya no tenemos la democracia directa. No podemos juntarnos en el ágora a decidir por nosotros mismos los asuntos públicos. Por eso, nuestros antepasados del siglo XVIII tuvieron que inventar la democracia representativa. Ella, al menos, nos permite elegir a los que tomarán las decisiones que nos afectan. No es poco.
Algunos preferirían algo distinto, el gobierno de la calle, de los jóvenes, de los técnicos, o de la gente particularmente inteligente. Contra todos ellos resuenan las palabras de Chesterton: "Yo todavía soy de esa inteligente minoría que no cree en la minoría inteligente".
La apuesta de la democracia reside en pensar que no resulta demasiado difícil saber qué es un buen alcalde y qué le pedimos a quien aspira a serlo. Por supuesto que no somos infalibles, y que de vez en cuando algún tramposo nos engaña, pero no a todos, y no todo el tiempo. Las trampas en el gobierno de una comuna o un país, no constituyen un argumento contra la democracia, sino contra la falta de ella.
Aunque nuestro voto sea pequeño, no da lo mismo votar o no votar. Pongamos un ejemplo: Carolina Tohá y Pablo Zalaquett disputan la alcaldía de Santiago. Ellos mantienen visiones completamente diferentes acerca de todos y cada uno de los temas más importantes de la vida. Ahora bien, sólo uno de ellos será el alcalde. Del elegido dependerá la formación de miles de niños en la educación municipalizada. ¿Puede pensar alguien, entonces, que "da lo mismo", que "todos son iguales", que "la política no sirve para nada"?
Es mucho lo que depende de un alcalde y su Concejo. La apariencia misma de la ciudad en la que vivimos, el tipo de edificación, las vistas que tendremos, los árboles que podremos ver o cuya ausencia lamentaremos. Nuestra vida diaria no se define en La Moneda, sino en las comunas. ¿Y vamos a quedarnos en casa?
A la educación y fisonomía de la ciudad, hay que agregar la salud municipal, muchas iniciativas culturales, atención a la tercera edad, subsidios, seguridad pública, que son cosas que hasta el más indolente reconocerá que son importantes.
Los antiguos griegos caracterizaban al hombre libre por su capacidad de participar de la cosa pública: lo definían como "animal político". Por eso, no nos puede extrañar que a lo largo de los siglos se cuenten por miles, millones quizá, las personas que han muerto para que nosotros pudiéramos tener ese objeto de lujo que llamamos "democracia".
Fueron incontables los esfuerzos para conseguir el voto de la mujer, de determinados grupos étnicos o de las personas que carecían de patrimonio. Tantas luchas, tanta sangre, tantas lágrimas, ¿para nada? O'Higgins y San Martín cruzaron los Andes para que pudiéramos tener una forma republicana de gobierno. No querían que dependiéramos de la voluntad de alguien cuyo único mérito residía en ser el primogénito del rey. ¿Debieron haberse quedado en Mendoza y así, de paso, habernos ahorrado esta molestia electoral?
Siempre se puede votar en blanco, pero abstenerse de votar, quedarse en la casa cuando el bien de la Patria pide otra cosa, no sólo es incompatible con la actitud de un hombre libre, sino una falta de respeto con los muertos. Y eso no se hace.

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