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El poder del voto y la legitimidad del sistema


26 de octubre de 2012 - EL MOSTRADOR



Parte importante del debate sobre las elecciones municipales en las dos últimas semanas ha derivado a una discusión sobre el valor real del voto ciudadano en el sistema político chileno, más allá de su importancia para la democracia, lo cual en la práctica nadie discute.
Existen muchas aproximaciones teóricas sobre el valor del voto, simulaciones y juegos de base estadística, que buscan mediante métodos racionales, alcanzar una relativa predictibilidad de los comportamientos electorales de los ciudadanos. Sin embargo, cada elección tiene sus motores propios en materia de impulso electoral para que los ciudadanos vayan a las urnas. Y si bien no es fácil construir una media de esos impulsos, más difícil resulta hacerlo cuando no existen datos empíricos sobre los cuales basarse.
En el caso de las actuales elecciones municipales, es evidente que la primera línea divisoria se ha producido en torno al valor de concurrir a las urnas, es decir votar o no votar. Incluso con más peso que el votar por alguien o un por qué. Pero además de no existir datos empíricos sobre la existencia de un padrón electoral total, como el que acaba de crear la Ley de Inscripción Automática y Voto Voluntario, tampoco lo hay sobre la voluntariedad del voto. Por primera vez el país tiene un padrón total e ir a votar es voluntario.
El primer gran test es cuanta gente va a ir a votar realmente, habida consideración, incluso, la existencia de académicos y dirigentes sociales que han argumentado la legitimidad y validez política de la abstención.
El fenómeno de la abstención nunca fue un tema polémico en nuestro medio. En parte porque la inscripción era voluntaria y, por lo tanto, se inscribían quienes deseaban votar. Lo que a veces fue tema fueron los votos nulos y los blancos como ocurrió brevemente en la elección municipal de 1996 y la parlamentaria de 1997, cuando aparecieron los primeros síntomas del malestar democrático. Pero en estricto rigor, nunca ha habido un debate en profundidad acerca del valor de los nulos o blancos como expresión política, y mucho menos sobre las abstenciones.
Hoy, en cambio, el primer gran test es cuanta gente va a ir a votar realmente, habida consideración, incluso, la existencia de académicos y dirigentes sociales que han argumentado la legitimidad y validez política de la abstención.
Resulta conveniente hacer notar que esa discusión se dio en un tono mayormente instrumental, es decir, relativo a quién sirve la abstención, y no como un debate teórico sobre su valor político y doctrinario respecto del sistema electoral que nos rige y sus reglas de representación, pese a que tempranamente fue anunciado por grupos de estudiantes.
Los argumentos más bien se fueron armando de a poco y, en cierta medida, dejando en evidencia que nadie estaba pensando seriamente en ello como un fenómeno posible. Incluso ante la  evidencia que el sujeto político que con gran facilidad vieron los analistas en las movilizaciones estudiantiles del año 2011, se iba desvanecido como un corpus político real para actuar de manera agregada en estas elecciones.
Más bien la tendencia parece moverse en sentido inverso. Es posible que la estrategia de desgaste con que el gobierno enfrentó a los movimientos sociales, quienes no han logrado prácticamente nada o muy poco de sus petitorios, la pérdida de credibilidad y de identificación política de más de un 60 % de la población que muestran las encuestas, y la voluntariedad del voto, generen el combustible para  un nuevo golpe de legitimidad al régimen político, aunque sea una abstención espontánea.
De ser efectiva una conclusión de esta naturaleza, ella estaría demostrando, aunque sea parcialmente, que la gente no se inscribía en los padrones electorales porque no confía en el sistema, y que de verdad estamos frente a una crisis de legitimidad más profunda que puede erosionar las bases mismas del sistema democrático.
Un resultado de esa naturaleza, es decir que la abstención sea igual o superior a la gente que va a votar, cambiaría por completo el escenario electoral presidencial, pues la búsqueda del voto se resolverá fuera del sistema. Esta es una de las incógnitas que se despejará el domingo 28 de octubre y que de producirse, debiera cambiar los tonos de las celebraciones.

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