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Elite empresarial chilena: ¿los mejores, los contactados o los mejores contactados?




por Eduardo Engel
Diario La Tercera, sábado 30 de noviembre de 2013
Si queremos una sociedad con instituciones inclusivas, donde las oportunidades dependen cada vez menos de donde se nació, es importante entender a qué se debe la falta de diversidad en las elites empresariales chilenas.

Juan y Pedro ingresaron al Instituto Nacional en séptimo. Su capacidad para organizar eventos y dirigir grupos de trabajo fue evidente desde el primer día, de modo que nadie se sorprendió cuando optaron por Ingeniería Comercial en la U. de Chile como su primera opción al postular a la universidad.
Por esas cosas de la vida, Juan tuvo un puntaje levemente superior al puntaje de corte, mientras que el puntaje de Pedro fue levemente inferior. Cuestión de décimas, puro azar. Juan quedó, Pedro no. ¿Qué impacto tendrían estas décimas de diferencia sobre el futuro profesional de Pedro? ¿Reducirían sus posibilidades de llegar a cargos directivos en las empresas más importantes del país?
La situación de Felipe y Andrés es análoga a la de Juan y Pedro. También mostraron una temprana vocación para los negocios, también postularon a Comercial en la Chile. Al igual que Juan, Felipe entró apenas, mientras que Andrés quedó en primer lugar de la lista de espera, lista que ese año no corrió. Existe una diferencia, sin embargo, entre Felipe y Andrés y sus pares institutanos. Felipe y Andrés fueron a uno de los colegios privados de elite de Santiago. ¿Es menos probable que Andrés llegue a gerente de empresa que Felipe por ese puñado de décimas que le faltaron?
Respuestas
En un trabajo reciente, Seth Zimmerman, de la Universidad de Yale, emplea de manera creativa metodologías novedosas, que permiten establecer relaciones de causalidad, para responder las preguntas anteriores.* Muestra que ingresar a uno de los seis semilleros de gerentes y directores de empresas en Chile (Derecho, Ingeniería Comercial o Ingeniería Civil en la U. de Chile o Pontificia Universidad Católica) mejora notablemente las chances de llegar a la elite empresarial si se proviene de los nueve colegios privados de elite. Las chances de que Felipe llegue a ocupar un cargo directivo serán muy superiores a las de Andrés, un 65% más altas para ser precisos (19,3 versus 11,7 por ciento).
En cambio, para quienes provienen de los colegios restantes, incluyendo el Instituto Nacional, ingresar a las carreras universitarias anteriores no afecta las chances de terminar en los directorios o cargos gerenciales de las empresas más importantes (aquellas listadas en la Superintendencia de Valores y Seguros). Independiente de la carrera que sigan, los dados están cargados en contra de Juan y Pedro y sus chances son mucho más bajas que las de Andrés (y aún más que las de Felipe).
La diferencia
A continuación Zimmerman explora los mecanismos que podrían explicar la rentabilidad que tiene para los alumnos de los colegios privados de elite ir a las carreras y universidades antes mencionadas. Hay varias posibilidades, que se pueden clasificar en dos grandes grupos. Un primer grupo de explicaciones se centra en habilidades que son relevantes en el mundo de los negocios y que los estudiantes de colegios de elite dominan en mayor medida que el resto. El manejo del inglés es un ejemplo. Un segundo grupo es el de “efectos de pares”, asociados con redes de contactos que permiten acceder, por ejemplo, a mejores oportunidades de empleo.
La evidencia que descubre Zimmerman apunta a favor del segundo grupo de explicaciones. En efecto, encuentra que es mucho más probable que dos egresados del mismo año de la misma carrera terminan en posiciones de liderazgo en la misma empresa a que dos egresados de distintas carreras y el mismos año o dos egresados de la misma carrera pero en años distintos terminen dirigiendo la misma empresa. La probabilidad en el primer caso es el doble que en los restantes. Esto sugiere que son las redes que construyen los estudiantes que provienen de colegios privados de elite durante sus años universitarios las que explican por qué su paso por la universidad hace más probable que terminen formando parte de la elite empresarial.
¿Por qué importan tanto esas redes para llegar a ser director o gerente de empresa? Esta es una pregunta abierta, hay varias explicaciones posibles, todas especulativas, varias de las cuales no habla bien de nuestra elite empresarial.
Elites, diversidad y desarrollo
Las elites empresariales son claves para el desarrollo de los países. Los gerentes y directores de empresas toman decisiones que nos afectan a todos. Si son creativos y asumen riesgos responsablemente, pueden contribuir de manera importante a generar mejores condiciones de vida para todos los ciudadanos. En cambio, si toman riesgos de manera irresponsable o basan su éxito en prácticas dudosas, el costo social puede ser enorme, como lo atestigua la crisis chilena de 1982 y la crisis financiera mundial de 2008.
Tal como lo planteara James Robinson durante el lanzamiento de Espacio Público en agosto, seleccionar las elites empresariales principalmente de quienes provienen de un pequeño grupo de colegios privados significa que nos estamos perdiendo mucho talento innovador y emprendedor. Que las carreras universitarias más apetecidas no contribuyan a cerrar las brechas de oportunidades sino que, por el contrario, las hagan mayores, debiera preocuparnos. Si queremos una sociedad con instituciones inclusivas, donde las oportunidades dependen cada vez menos de donde se nació, es importante entender a qué se debe la falta de diversidad en las elites empresariales chilenas. El trabajo de Zimmerman es un paso importante en esta dirección.R
*Seth Zimmerman, “Making top Managers: The Role of Elite Universities and Elite Peers”.http://pantheon.yale.edu/~sdz3/Zimmerman_JMP.pdf

La República de la Estridencia por Héctor Soto


Diario La Tercera, sábado 30 de noviembre de 2013

Pasados de rosca



Aun cuando la campaña de segunda vuelta está siendo aún más floja que la de primera, Chile de un tiempo a esta parte se ha vuelto la República de la Estridencia. Datos que en otros países serían recibidos como música de las celestes esferas, aquí nadie les pone oídos. ¿Por qué? Bueno, porque las expectativas se dispararon y porque el debate se sobreideologizó. Esto último no necesariamente es malo, aunque siempre es sano mantener un cable a tierra y no perder el contacto con la realidad.

Fueron varios los factores que gatillaron el fenómeno. El mal humor está en nuestro ADN y faltaba la chispa para exteriorizarlo. La globalización hizo lo suyo con el estallido de redes sociales fieras que, cumpliendo los sueños más afiebrados de los teóricos de la revolución, terminaron instalando verdaderos patíbulos detrás de cada celular. Influyeron -por supuesto- los movimientos sociales del año 2011, especialmente el de los estudiantes, que llenó las calles de indignación y destrozos. Qué duda cabe que también pesó el hecho de que en La Moneda hubiera no sólo un gobierno de derecha, y de matriz exitista encima, sino también una administración poco atenta a las dimensiones simbólicas y emocionales de la política.Influyó, en fin, no es último lugar, que Chile estuviera llegando al fin de un ciclo político.
El resultado concreto es que el país está sobregirado política y emocionalmente. En la discusión, en la escena política, nos estamos pasando de rosca. En el país real, en el de la gente que todas las mañanas se levanta temprano para ir a su trabajo y trata de llegar no tan tarde para compartir antes del anochecer con su familia, y que los fines de semana llena los centros comerciales con una intensidad pocas veces conocida en Chile, la cosa es distinta. Sin embargo, en la conversación, en los medios y en la discusión pública se ha impuesto con rapidez el arrebato y la descalificación. También el gritoneo. Hoy se lleva la mecha corta. Y todo hay que decirlo dos o tres tonos más alto y con ademanes enfáticos. Claramente la discusión se ideologizó y esto en sí no tiene nada de malo. La despolitización no lleva a otra cosa que a sociedades con obesidad mórbida y raquitismo intelectual.
Para la derecha, que cree que hacer política es tapar hoyos en las calles y mostrar curvas económicas ascendentes, la disputa ideológica ha sido muy corrosiva. Por eso está donde está según se vio en la elección parlamentaria del pasado domingo 17. El sector no estaba preparado para enfrentar esa discusión y la ola le pasó por encima, dejándolo al filo de la irrelevancia en el Parlamento.
Expectativas disparadas
Pero el tema no es ese: el tema es lo enervado que se puso en muy poco tiempo el clima anímico y político del país. La crispación incluso ha conducido a debilitar el contacto de la sociedad chilena con la realidad. Hoy por hoy logros nacionales que son históricos -logros que, más allá del gobierno, son del país- como mantener una tasa de crecimiento del producto que es un lujo, haber cumplido el 90% de las metas de la reconstrucción, tener niveles de desempleo difíciles de encontrar en otras economías o haber podido seguir generando no obstante la crisis miles de puestos de trabajoson mirados con olímpico desprecio. Dan lo mismo. No inspiran ni reconocimiento ni gratitud. Todo lo contrario, en relación al tamaño de las expectativas, son vistos como migajas. Como nos acostumbramos a ser ricos, en el plano privado hasta el más “quedao” lo pasa mal si no renueva su auto cada dos años, si no amplía su casa cada tres, si no tiene un viaje en el bolsillo cada vez que sale de vacaciones y un jugoso aumento de renta cada negociación.
En el plano público las expectativas también están disparadas. Piñera iba a cambiarle la cara, el pelo y el alma a Chile y, aun cuando haya buenas razones para pensar que hizo un buen gobierno, se chingó. Las expectativas ahora las empuja e infla Michelle Bachelet. Ella, que metió la mano en el transporte público de Santiago para dejarlo mucho peor que antes, ahora la va a meter en la educación, en la salud, en la vivienda, en la previsión, en el desarrollo de las ciudades, en la infraestructura y en la energía y se supone que las va a dejar mucho mejor. No sólo eso: vamos a pagar menos por los servicios de educación y de salud y vamos a tener más subsidios y cobrar mejores pensiones.
Hay algo que no cuadra en esta correlación. Está probado que la inflación de expectativas no conduce a otra cosa que multiplicar las frustraciones. Es propio del liderazgo político responsable saber que la política puede dar mucho, pero no puede darlo todo. El Estado es para entregar cosas que son insustituibles. El Estado es para establecer una cancha más o menos pareja donde los individuos encuentren seguridad y puedan relacionarse libremente. El Estado es también para proteger a los que son más débiles. Pero no para mucho más, porque no tiene ni los recursos ni las competencias técnicas ni la más mínima posibilidad de hacerle o resolverle la vida a la gente mediante el puro asistencialismo.
Oportunidad de Bachelet
Tras la sobredosis de bulla y  expectativas hay quizás muchas causas. Es un gran desafío para los expertos identificarlas. De seguro, sin embargo, está operando un factor que a estas alturas ya está haciendo estragos en la política chilena: el vacío de liderazgo político.
Eso nos pasa por haber estado entendiendo que el liderazgo es una suerte de campeonato de popularidad. Eso nos pasa como sociedad por estar esperando todos los meses como tontos de capirotes los guarismos de aprobación a la gestión presidencial.Eso nos pasa por haber olvidado que el liderazgo político también consiste en la capacidad de decir No, sobre todo cuando eso significa contrariar el sentir mayoritario.
Porque es querida, porque es respetada, porque en principio al menos su mayoría parlamentaria le va a entregar un cierto margen de autonomía para gobernar sin compulsiones, nadie hoy en Chile está en mejores condiciones que Michelle Bachelet para invitar a bajar un poco el volumen. La ex presidenta por lo demás es de las que jamás lo ha subido en las pocas intervenciones públicas que tuvo en la campaña de la primera vuelta. Otra cosa es que haya dejado pasar, una vez tras otra, numerosas oportunidades para reducir expectativas que le van a jugar a contra a ella misma en los próximos años. No importa: nunca es tarde para comenzar. Nunca es tarde para volver a hablar de Chile con los pies en la tierra, con mesura y con serenidad. Ya basta de leseras.Cuando uno escucha al ex canciller Jorge Castañeda decir que México, su patria, con Nafta y todo, creció en los últimos 20 años a la miserable tasa anual del 2,6%, cuando Chile es la estrella en la OCDE en expansión económica de este año, bueno significa que no todo está perdido y que detrás de la palabrería y del bullicio ambiente hay que recuperar al Chile profundo. Este país tiene cosas muy buenas que hay que mantener, tiene problemas muy serios por los cuales tenemos que ponernos de cabeza a trabajar y tiene oportunidades increíbles que no debiéramos dejar pasar. Esta es la verdad. Todo el resto es música. Los notarios, el voto evangélico, la PSU, las bencinas, los doblajes y los partidos de la selección en la tele son temas que pueden merecer atención. Pero no nos confundamos: son pelos de la cola en relación a los dilemas realmente importantes que Chile tiene por delante.

Receta de contradicciones‏



La prueba de superioridad de un intelecto 
es la capacidad de sostener en la mente 
dos ideas que se contradicen 
y, sin embargo, ser capaz de actuar.

Francis Scott Fitzgerald

Cómo quieren que no me contradiga
si estoy buscando la verdad.

Miguel De Unamuno

RECETA DE CONTRADICCIONES
por Óscar Landarretche, jr
Diario La Tercera, viernes 29 de noviembre de 2013

Queremos sostener un proceso de desarrollo con más innovación y emprendimiento, que nos saque de la periferia tecnológica global, junto con un avance perceptible y sostenido hacia una sociedad con más igualdad e inclusión. Una cosa es decirlo al calor de una campaña, pero otra cosa es con guitarra, ¿no?
Porque digamos las cosas como son: si bien los países desarrollados tienden a ser más igualitarios (en cada momento histórico), no es que hayan logrado ambas cosas (prosperidad e igualdad) por obra y gracia del Espíritu Santo. Llegaron combinando avances en sus versiones particulares del capitalismo y agonizantes pero sostenidos logros de los socialismos contenidos en su política. Llegaron, digamos, sosteniendo contradicciones.
En una economía, muchas recetas, Rodrik parte preguntando por qué los países emergentes más exitosos (asiáticos) son justo los que han ignorado las recetas universales del establishment económico. Su respuesta es que esos países han logrado, de diferentes formas, sostener estrategias de pertinencia local, heterodoxas, con respaldos mayoritarios, durante períodos extendidos de tiempo y coordinando esfuerzos a una escala significativa. Han sido capaces de identificar resistencias y adaptar las estrategias, sacrificando lo ideal a cambio de lo viable, sin que eso los desvíe de su eje central. Los resultados han sido procesos difíciles, tensos, con pifias y aciertos, con aparentes contradicciones internas, pero en que los ejes centrales se sostienen gracias -en gran medida- a esas contradicciones instrumentales.
El éxito del nuevo ciclo político y económico chileno dependerá de la capacidad que tenga la próxima administración de sostener un consenso mayoritario en torno a un eje estratégico de políticas transformadoras, acompañado de un manejo pragmático, pero no ingenuo, de la tensión con quienes se oponen por interés o convicción. El resultado incluirá contradicciones sin las que el proceso no será factible.
La dificultad adicional en nuestro caso (a diferencia de los países de Rodrik) reside en que, además de crecer, es imperativo avanzar rápida y perceptiblemente en igualdad, lo que aumenta la complejidad potencial de las negociaciones, tensiones, acuerdos y conflictos. Si el sistema político no es capaz de administrar las contradicciones resultantes, fracasaremos.
Reforma tributaria, pero gradual; más derechos sindicales, pero más flexibilidad de negociación;política industrial, pero también más finanzas; más educación pública y técnica, pero incluyendo la mirada empresarial; menos segregación, pero más subvención. Contradicciones instrumentales, contradicciones aparentes, contradicciones que en realidad no lo son.
Una cita frecuente de Nietzsche reza que sólo se puede ser fructífero siendo acaudalado en contradicciones. Vamos a tener que ir inventando una manera de procesarlas y una forma de explicarlas. No hay receta. Mejor dicho, la vamos a tener que ir inventando: una receta casera, una receta de contradicciones.

Es el centro, estúpido




Chile ha sido históricamente un país de posiciones políticas moderadas. Las votaciones que obtuvieron Miranda y Claude fueron irrelevantes y muestran que las posiciones extremas se castigan electoralmente.
 por Rolf Lüders
Diario La Tercera, viernes 22 de noviembre de 2013
PARA el balotaje, las posiciones programáticas de Michelle Bachelet y Evelyn Matthei necesariamente tendrán que acercarse, si es que desean tener alguna opción de ganar.  La última ya cambió su comando y lo integró con gente joven y de un perfil más liberal.  Ella sabe que debe hacer un esfuerzo especial para atraer al votante juvenil y a los adultos de posición política moderada, hayan o no votado por Michelle Bachelet.
En la tarde del 17 de noviembre hubo alegría en el comando de Evelyn Matthei y tristeza en el de Michelle Bachelet. Fue un asunto de expectativas defraudadas. En realidad, la  posición del electorado a lo largo de los últimos años ha sido relativamente estable. En las elecciones a diputados, la Concertación más el Partido Comunista, obtuvo votaciones de un 51%, 42% y 45% en 2001, 2009 y 2013, respectivamente. Los correspondientes valores para la Alianza fueron de un 39%, 41% y 37%. Ciertamente el cambio no ha sido dramático. La UDI sigue teniendo la primera mayoría (18% de los votos), la Democracia Cristiana la segunda (16%) y Renovación Nacional la tercera (14%) ¿Cómo se explica entonces el cambio significativo en la composición del Congreso?  Irónicamente, y en buena medida, por el sistema binominal, que esta vez favoreció a la Nueva Mayoría.  
En la elección presidencial, el guarismo entre las candidatas de la Nueva Mayoría y de la Alianza fue enorme. Pero hay que considerar que Evelyn Matthei fue nominada a última hora, que hubo rencillas personales entre algunos dirigentes de la Alianza que menoscabaron inexplicable y seriamente el apoyo partidario, que ella no contó hasta muy recientemente con el soporte legítimo que las figuras del gobierno le pueden brindar, y que ella no tuvo ni cercanamente el financiamiento requerido para contrarrestar las faltas anteriores.
Chile ha sido históricamente un país de posiciones políticas moderadas. Las votaciones que obtuvieron Roxana Miranda y Marcel Claude fueron prácticamente irrelevantes y son una muestra más de que -afortunadamente- en Chile las posiciones extremas se castigan electoralmente.  
Michelle Bachelet eso lo sabe muy bien y por eso su discurso fue más moderado que el de algunos de sus partidarios. Evitó hábilmente pronunciarse sobre problemas controversiales, pero ahora deberá hacerlo, y eso tendrá consecuencias electorales. La clase media chilena, representada por el votante mediano, tiene conciencia de que surgió gracias al sistema económico-social que se ha implementado en Chile en las últimas décadas yno quiere que se le hagan cambios radicales.
Pero ese mismo votante tampoco quiere inmovilidad. Sabe que en Chile puede y debe haber más inclusión, más justicia social y menos abusos. Michelle Bachelet, mediante la promesa de una mayor injerencia directa del Estado para resolver esos problemas, ha sido capaz -hasta ahora- de atraer una buena parte de los votos correspondientes.Para competir por estos últimos, Evelyn Matthei deberá ahora proponer soluciones, a los mismos problemas, pero que sean más modernas, más eficientes y conducentes a mayores grados de libertad individual. Confío en que Evelyn Matthei sí lo podrá hacer.

Está un poco gordito


Cómo hablamos cuando hablamos
por Rodrigo Pinto
Diario El Mercurio, Revista Sábado
Sábado 30 de Noviembre de 2013

No se trata del "cantito" chileno
que los argentinos identifican
a la primer frase (aunque
en otras latitudes produce
más desconcierto y curiosidad
que certeza), sino una cuestión
harto más interesante y reveladora.

El lenguaje -la lengua de la calle,
la oralidad, el fluir espontáneo
de las conversaciones-
expresa de manera muy clara
una cierta manera de relacionarse
con los otros y con la realidad
propia de cada pueblo.

En su tesis de grado, 
publicada en una edición muy limitada
en Valencia en 1997 y ahora
finalmente accesible
para todos los interesados,
Juana Puga abordó el fenómeno
de la atenuación en el castellano de Chile,
oponiéndolo, en muchos ejemplos,
al castellano peninsular;
y desde ahí se deriva el asunto
que concierne a la identidad.

En el prólogo, Jorge Larraín sostiene
que si bien la atenuación del lenguaje
es universal, "en países más segregados
o estratificados surgen maneras
más notorias o sofisticadas
que en países más igualitarios
en los que probablemente
se hará un uso más directo del lenguaje".

Tal es, precisamente, 
el caso de Chile y España, 
en donde la atenuación 
marca una frontera 
que traduce, a su vez, 
el respectivo carácter nacional.

Y no se trata sólo de una cuestión de identidad,
sino, sobre todo, de un estilo particular de relación
que va desde la simulación -como plantea Larraín-
hasta el modo en que se expresan 
las diferencias de estatus económico y social.

El trabajo de Puga es interesantísimo;
aunque se trate de un trabajo académico,
de aquellos que suelen espantar
al lector de a pie, es accesible para cualquiera.

Y hay que agradecer eso;
la autora levanta un espejo
y lo que se ve al otro lado
no es precisamente halagüeño.

Bajo el manto preciso y contenido
del tratamiento académico
hay una mirada libre,
certera e iluminadora
respecto de cómo son los chilenos.

La edición remozada de la tesis
está acompañada por otro libro,
que recopila ejemplos 
de atenuación en el habla local.

Se trata de entradas 
que siguen un orden alfabético;
más que un conjunto de ejemplos,
es, en realidad, una guía segura
para entender bien por qué
"está un poco gordito"
no significa exactamente eso.

Tranquilo-nervioso‏


Tres razones para estar tranquilos y cinco para estar preocupados

Francisco Javier Covarrubias
Diario El Mercurio, Sábado 30 de noviembre de 2013


"Derrotar la injusticia es igual o más difícil que derrotar la ineficiencia, y “la calle” puede pasarle la cuenta a Bachelet rápidamente, tal como le ocurrió a Piñera..."



















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Bachelet volverá a La Moneda. De eso, pocas dudas caben. Las matemáticas no cuadran, los vientos no soplan ni los tiempos favorecen para que Matthei gane el 15 de diciembre. La antigua Concertación, llevando a cuestas la insólita vergüenza de haber hecho buenos gobiernos, se apronta así —junto al Partido Comunista— a gobernar los próximos 4 años. La Alianza, por su parte —cuchillos en ristre y falta de ideas—, se apronta a retirarse a los cuarteles de invierno. Por primera vez en 24 años nos enfrentamos a un escenario incierto y desconocido. Algunos, como Lucía Santa Cruz esta semana, han levantado la voz sobre aspectos explícitos del programa de Bachelet que atentan contra la libertad. Otros, más pesimistas aún, soterradamente recuerdan un libreto parecido al de la UP. La mayoría, sin embargo, parece no creer que Chile esté para aventuras raras.

¿Hay razones para estar preocupados? Sí, las hay. ¿Hay razones para estar tranquilos? También las hay, pero son menos...

Partamos por estas últimas. Tres son las razones principales para pensar que Chile no perderá el rumbo con Bachelet.

La primera y más obvia es porque Bachelet ya fue Presidenta. Y más allá de las valoraciones de su gobierno, es indudable que tuvo un mandato responsable, apegado a la ley y sin restricciones a la libertad. ¿Puede un segundo mandato cambiar tan sustancialmente? Sería raro. Si así fuera, sería una especie de Alan García, pero al revés. ¿Puede una persona cambiar tanto en 4 años (y que paradójicamente el cambio haya ocurrido en Estados Unidos)? Parece improbable...

La segunda razón es porque Chile todavía no olvida el trauma que significaron la UP, el golpe de estado y la dictadura. Es cierto que una gran mayoría no había nacido, pero en el imaginario colectivo, de alguna forma, sigue estando presente que los cambios es mejor hacerlos de forma gradual, porque ciertas aventuras pueden costar muy caro... La tercera razón para estar tranquilos radica en que muchos de los actores que están dentro de la Nueva Mayoría son sensatos e inteligentes. Ellos son los continuadores de la antigua Concertación y siguen estando presentes, aunque lentamente desplazados de la primera línea por ser “tecnócratas”. Su peso real lo veremos por primera vez cuando se nombre el gabinete, que con el color de su fumata nos indicará por dónde va la cosa...
Pero no todo es tranquilizador. Hay otras razones (y son más) que son inquietantes:

La primera es “la vuelta de la utopía” de la izquierda. El creer que se puede construir un “hombre nuevo”, que la “voluntad general” es más importante que la libertad individual. La Nueva Mayoría ha desempolvado ideas del “cementerio de los libros olvidados”, con intelectuales que en los 20 años de Concertación no fueron escuchados. Se levantan así las banderas de reconstruir la sociedad a partir de la igualdad, en aras de la cual se está dispuesto a sacrificar la diversidad, la libertad y la pluralidad.

Ligado a lo anterior, surge la segunda gran amenaza: “el revisionismo completo”. No se trata ya de seguir afinando y corrigiendo un modelo que se ha construido en el tiempo, como el escultor afina con una pequeña herramienta su escultura. No. Se trata de quemar las naves. El emblema de esto es la propuesta de nueva Constitución. No se trata ya de cambiar aspectos que son discutibles o derechamente intolerables. Se trata de refundarlo todo. Quizá un emblema de esto ha sido un tema secundario, pero que marca muy bien este pensamiento: se ha planteado revisar la autonomía del Banco Central. Sí, leyó bien. De nada sirve haber derrotado la inflación o haber sido un ejemplo de una buena institucionalidad. Los examinadores también irán por ella.

La tercera gran amenaza es lo que John Stuart Mill llamó la “dictadura de la mayoría”. Con el porcentaje elevado que sacará Bachelet en la segunda vuelta, sumado a las mayorías en la Cámara y en el Senado, se corre el peligro de aplastar a la minoría. Una minoría que mal que mal representa un 40 por ciento. Las declaraciones recientes del nuevo senador Harboe son sintomáticas: “buscaremos sumar a la Alianza, y si no lo hace, ejerceremos nuestras mayorías”. Es decir, no se apela al diálogo, al debate o al consenso. O se unen a nosotros, o imponemos la mayoría. Así de simple.

La cuarta razón que pone una gran señal de interrogación es la “corta luna de miel” que puede vivir Bachelet. Su campaña ha cometido el mismo error que la de Piñera, en cuanto a generar altísimas expectativas. Piñera lo hizo en torno a la eficiencia, al 24/7. Bachelet lo ha hecho en torno a la justicia. Pero derrotar la injusticia es igual o más difícil que derrotar la ineficiencia, y “la calle” puede pasarle la cuenta rápidamente, tal como le ocurrió a Piñera.

El último aspecto es la “enorme diferencia ideológica” de los miembros de la futura coalición de gobierno. ¿Cómo puede convivir desde Cortázar a Cuevas en la Nueva Mayoría? Hay dos posibilidades: O terminada la luna de miel las diferencias explotan, en cuyo caso a la gobernabilidad se le abre una gran señal de interrogación; o simplemente se establece una coalición donde quepan todos, al estilo del peronismo argentino (liberales y comunistas, corporativistas y populistas, moderados y radicales, todos juntos “en el mismo lodo todos manoseados”, como dice Santos Discépolo). Ninguno de los dos escenarios es muy alentador...

MERINO por Rodrigo Fluxa


Diario El Mercurio, Revista Sábado, 
30 de noviembre de 2013

Cuando le preguntan a los escritores 
quién es el mejor cronista chileno vivo, 
el nombre de Roberto Merino siempre aparece. 

Huraño, atípico y políticamente incorrecto, 
dice escribir solo porque necesita la plata 
y que no tiene ninguna intención 
de fomentar la lectura de sus textos. 

Esta es la historia 
del secreto mejor guardado 
de la literatura chilena.   

_________

De cierta manera, en cierto nivel, 
Roberto Merino detesta los libros. 
Y ama los muebles.

-Me gustaría hacer algo más tangible que la literatura. 
Diseñar esta mesa, esta silla, algo concreto en el mundo. 
Los libros son asquerosos.

-¿Por qué?

-Porque tienen implícito una petición de atención. 
¿Has visto esos hue.. que ponen: 
voy a presentar mi libro, por favor vayan todos? 
Y días después: no se vayan a olvidar de ir al lanzamiento, 
es muy importante. Lo detesto.

-¿Por qué?

-No me gusta solicitar atención. 
Para mí, los libros son mensajes en la botella. 
Cuando se quiere fomentar la atención, 
el objeto está desactivo. Tiene una seria cojera.

-¿No te interesa fomentar la lectura de tus libros?

-Ni de mis libros ni de mis columnas. 
No me interesa fomentar la lectura de nada.

Roberto Merino, 51 años, detesta también los eufemismos.

-Terminan encubriendo tramposamente la realidad. 
El ejemplo más gráfico es el cambio de la palabra 
"sirvienta" por "empleada" y, después, por "nana". 
Se cambia su uso, pero la realidad sigue como el forro. 
La otra vez alguien en la tele daban una noticia 
sobre un ciego y la señorita que lo acompañaba 
lo interrumpió, y dijo: ciego no, con capacidades diferentes. 
Yo estuve cojo en el invierno y no tenía ninguna capacidad diferente. 
¡No podía bajar la escalera! El autoritarismo que hay 
detrás de esas cosas, la superioridad moral... Es indignante.

El amor por las palabras de Merino nació, 
con seguridad, en una antigua casa del barrio San Isidro 
que esta mañana de octubre muestra orgulloso 
en su computador: es su protector de pantalla. 
Ahí creció con sus papás, abuelos, tíos abuelos.

-Vivió mucha gente mayor: muchas señoras. 
Todo, puertas adentro. Agradezco esa crianza: 
no existía esta espantosa jornada escolar completa, 
lo que permitía una vida, cierta intimidad. 
Los viejos suelen ser bloqueados, silenciados, 
asumiendo que no tienen valor. A mí no me pasó eso, 
siempre había efectos con lo que me hablaban. 
Todo eso me quedó dando vueltas como imaginario. 

A los siete años, Merino escribió su primer poema: 
hablaba de un grupo de soldados, que tras una parada militar, 
caminaban cabizbajos por el centro de Santiago.

-¿Tu papá qué hacía?

-Esa pregunta fue el gran problema que tuve cuando chico: 
explicar a qué se dedicaba. Él me daba posibles soluciones: 
di que soy un pequeño industrial. Yo pensaba, qué chu... es eso. 
Tenía un taller en el fondo de la casa, donde hacía cosas, 
proyectos industriales que nunca le resultaban. 
Siempre quiso poner una fábrica de algo, 
pero jamás superó el problema principal de su personalidad: 
que para lograrlo había que relacionarse con el resto de la gente. 
Después del terremoto del 85 desarrolló una alarma de temblores, 
un émbolo que avisaba unos minutos antes. 
Un amigo suyo viajó ciudad por ciudad, anunciando a gritos 
que venía otro gran terremoto para vender la idea, 
pero cuando empezaron a llegar compradores a la casa, 
mi papá le dijo: no me hagas conocer gallos nuevos.

-¿Era muy frío?

- Pero tenía gestos. El 70 me llevó 
a las manifestaciones de cierre 
de Alessandri, Tomic y Allende. 
O a ver a Fidel Castro, a quien detestaba. 
Él sabía que esas experiencias iban a ser inolvidables. 

-¿Con qué plata vivían?

-Otro misterio. Vivíamos muy módicamente. 
Y mi mamá era, es, profesora. 
Mi papá de repente le achuntaba. 
Remató una fábrica de antenas de autos, 
la casa se transformó en una feria rarísima. 
Fue un buen momento. 
Incluso anímicamente estaba mejor. Funcionó.

Comenzando los 70, el padre de Merino 
tuvo problemas de salud. "Le dio todo tipo de cosas. 
Hubo una sensación de impotencia, 
de reducción de las posibilidades. 
Por esos años, cuando tenía 14, 
me rayé con un cristiano primitivo, 
muy influenciado por Clotario Blest: 
yo lo iba a ver y me pasaba libros de Kazantzakis. 
Me rayé con San Francisco de Asís, 
con los franciscanos en general. 
Quería plantear mi vida 
desde la obediencia, pobreza y castidad.

-¿Cuánto duró?

-Poco. A los 15 era otro.

Cursaba, en esos años, 
la enseñanza media en el Instituto Nacional. 

-Lo tengo asociado a malas experiencias personales. 
Me sentía distinto al resto de todas las maneras posibles. 
Mi problema no era la competencia en el Instituto, era el aburrimiento. 
Ahí uno era un idiota hasta que probara lo contrario. 
El perro Guzmán era el profesor de Física, 
el mismo que le dijo a Claudio Teitelboim (hoy Bunster) 
que era una retrasado mental. [La reacción de espanto
del Perro Guzmán frente a Claudio, ocurrió cuando 
este último le contó que se había inscrito en Física
de la Facultad de Ciencias, en lugar de Ingeniería.]

Él llevaba un régimen del terror, con interrogaciones diarias 
y se refería a los alumnos por un número, no por su nombre, 
aunque siempre anteponía un don. Decía: Don 26, respóndame esto. 

A veces agregaba insultos. Decía: ya, ahora el tarado que sigue. 
Era un viejo genial. Tuvo tanto impacto, que compañeros 
me han contado que dejaron de tener pesadillas con él 
recién cuando murió. Bueno, una vez en tercero medio 
una pregunta había dado ya tres veces la vuelta 
al curso y yo, después de eso, se la respondí bien. 
Fue un gran triunfo, un gol agónico.

-¿Realmente no aprendiste nada en el colegio? 

-Probablemente aprendí mucho en términos 
de vincularse con gente distinta. 
Pero las cosas mínimamente importantes, 
como leer o las matemáticas, las aprendí en mi casa. 
Si empiezo a acordarme de materias, no aprendí nada. 
Hasta hoy te pasan las materias desvinculadas de la vida, 
es espantoso. No es un discurso; es solo la constatación de un hecho. 
Mis hijos van a un colegio, asumo que tienen que estar ahí. 
No me creo tan especial como para proponer 
un sistema distinto al del resto de la humanidad. 

Si hubiera que hacer una lista de las cosas que Roberto Merino
detesta,  las discusiones estarían muy arriba.

-Detesto al tipo que sabe "cómo son las cosas" 
y en realidad no sabe nada: 
solo habla más fuerte, dice la última palabra. 
Yo prefiero quedarme callado y decir una que otra estupidez. 
Me gusta el lugar de las minas en las discusiones. 
La otra vez le preguntaron a una en una comida: 
Oye, ¿cómo se llama el Presidente de Italia? 
Y la otra le abre los ojos de vuelta 
y le responde: ¿Me estái molestando? 
Esa sinceridad de no saber nada de nada me gusta mucho. 
Yo, cuando comienzan los énfasis, me empiezo a ir. 
Que la guerra del Golfo, que Afganistán, 
que lo que tenía que hacer Bush, que se equivocó. 
O sea, ¿cómo vai a saber vos en qué se equivocó Bush? 
¡Por Dios! Cómo tú, sentado en una mesa, 
vas a saber cómo se lleva un ejército 
de un continente a otro si no puedes solventar ni tu propia vida. 
Ahí empiezo a imaginar una colina con un arbolito arriba. 
Por suerte hace rato se me pasaron esos fantasmas.

-¿Qué fantasmas?

-El miedo de parecer tonto: un día descubrí 
que uno puede decir cualquier cosa y da un poquito lo mismo. 
Fue una gran liberación. Porque esa vergüenza de no conocer 
un autor, ese tipo de fantasmas, eran muy pelotudos. Y la sufrí. 

-¿Cuándo?

-En la universidad.

Merino entró en 1979 al Pedagógico. 

-Pude ejercitar la irresponsabilidad ilustrada. 
Leía, pero siempre me iba a dormir al pasto después. 
Me uní al grupo de marihuaneros, algunos auxiliares nos vendían. 
Había una diversidad total de gente, todos eran pájaros raros.

-Dicen que siempre te has sentido atraído por los locos.

-Es un mito. Al revés, a mí me han ligado siempre a los locos. 
Se me vienen encima: sobre todo cuando era más joven. 
Se me pegaban como imán. Me entretenían también. 
Ahora ya tengo otro tipo de precauciones: 
no quiero escuchar más hue... 
En ese tiempo quizás sí necesitaba: 
me podían tener clavado una hora hablándome delirios. 
Literalmente, uno me decía que lo hería la mirada 
de la virgen, que ella lo miraba y le dolían los ojos.

-En dictadura era una facultad muy política. 

-El grupo al que yo me vinculaba era antirrégimen, 
pero tácitamente nos reservábamos un lugar de no participación, 
siempre con notas estridentes. Yo siempre fui refractario. 
No me animaba a las causas comunes. 
Por ejemplo, todos estaban con una obsesión con Neruda: 
mostraban grabaciones, imágenes, era un poco exasperante. 
Había gente que leía eso con falso temblor, como religión impostada. 
Yo no, en parte era el placer de fregar la pita.

Merino había conocido años antes, durante un recital, 
a Rodrigo Lira, figura de culto de la poesía chilena, 
diagnosticado con esquizofrenia. 
En la universidad estrecharon lazos. 
La Noche Buena de 1981 Lira fue a la casa de San Isidro 
y se quedó hasta muy tarde, sentado en el escritorio de Merino.

-Estaba muy mal. Me manifestó su intención explícita de morir. 
Yo en ese tiempo todavía creía que se podía convencer a alguien 
de no hacerlo. Le mostré argumentos bien febles, del tipo: 
si uno está parado acá es por algo o no tenemos la facultad 
para impedir esto. Él me dijo que iba a esperar hasta el martes 
para suicidarse, porque su mamá le había tomado una hora 
con Marco Antonio de la Parra. Además, el sábado era su cumpleaños. 
Lo íbamos ir a ver.

Ese 26 de diciembre Lira se mató en su departamento. 

-Fue abismante. Yo creí que iba a esperar hasta el martes. 
Me apegué a esa posibilidad. Con el tiempo me queda la sensación 
de no haber leído bien los signos que él me dio esa noche. 
Hablaba en pasado de él mismo, pero yo confié en la idea falaz 
de que alguien que se quiere suicidar no se lo anuncia al resto, 
que era solo un aviso. Me equivoqué.

-¿Te cambió la idea que la pena es deseable en los poetas?

-Totalmente. Yo pensaba que el sufrimiento te validaba 
con ese narcisismo de creer que te marca como una estrella. 
Pero entendí que la tristeza podía acarrear cosas como esas.

El 83 Merino terminó la universidad. Estuvo tres años 
viviendo donde sus padres, haciendo nada, literalmente.

-Básicamente especulaba sobre cosas que podía hacer, 
pero finalmente no las hacía. Tuve algunas pegas chicas: 
trabajé de mozo en los cócteles y estuve en Puerto Montt 
lavando merluzas. Al principio estaba muy bien porque 
el agua estaba helada, pero a las tres de la tarde 
ya era una sopa asquerosa; los brazos 
me quedaban impregnados a pescado.

El 87 publicó su primer libro de poesía, 
Transmigración, la mayoría escritos que tenían ya cinco años. 
Alejandro Zambra era un estudiante esos años: 
"Merino era una figura fantasmal, todos hablaban de él, 
pero nadie lo veía nunca. Se sabía de sus amistades 
con Enrique Lihn y con Lira, pero cuando leí ese libro 
me impactó mucho. Era muy distinto a todo lo que se hacía, 
tenía un tono menor, pero era muy crítico con todo. 
Después como que desapareció de nuevo".

-Odiaba cualquier cosa complaciente -dice Merino-. 
Ese libro tienes ciertas pretensiones vanguardistas. 
No tenía cómo venderlo.

-¿No te preocupaba cómo ibas a ganar plata?

-No, y tenía algunas respuestas ensayadas. 
Decía: hay mucho trabajo, en las Naciones Unidas, por ejemplo. 
Era un irresponsable. Siempre pensé que algo iba a llegar.

-¿Que alguien te iba a encontrar genial 
y te iba a venir a buscar por lo bueno que eras?

-Sí, y más o menos es lo que me ha pasado.

Roberto Merino detestaba al lector; al lector como concepto.

-Para mí, el lector no existía. Lo que existía era el texto. 
Pensaba que había un uso valioso del lenguaje, que era lo literario 
y que se degradaba en la comunicación periodística.

Así y todo, empujado por la cesantía, cayó al periodismo, 
primero en Apsi y luego en Hoy. Comenzó ahí a escribir crónicas, 
varias sobre Santiago, con un estilo único de asociación libre: 
puede partir describiendo la expresión de un vendedor 
en una micro y terminar con Baudelaire.

-Juan Luis Martínez (poeta y artista visual) se enojó mucho. 
Me dijo: te vas al lugar del lenguaje vacío, de las palabras vacías. 
Yo le dije, con un poco de vergüenza, que tenía que vivir de algo. 
Hoy me ha solucionado mucho la vida. La escuela periodística 
es muy útil para los escritores, se nota mucho cuando alguien 
no ha pasado por ahí. El periodismo da una gama de soluciones, 
no es algo que te vaya a cercenar la creatividad.

Sus círculos siguieron siendo intelectuales. 
Frecuentaba a la que fuera su pareja, la pintora Natalia Bavarovic, 
a Germán Marín, Matías Rivas y Rafael Gumucio. 

Su impronta era la de un ermitaño: barba, ropa antigua, 
modos toscos, la caricatura de un escritor. 
"Puede parecer pose", dice Gumucio. "Pero no lo era. 
Merino era el original, fue así siempre. 
Por 20 años otros le han copiado, robado cositas. 
Otros que han ganado más notoriedad que él".

En los 90, Merino aterrizó en Don Balón, 
revista de fútbol. Ahí su cuerpo colapsó. 

-Me di cuenta por la falta de energía, 
que yo confundí con depresión.

-¿Habías tenido antes?

-La depresión es una descripción más actual. 
Cuando chico me pasaban cosas, 
pero no se describían como tal; estaba triste, melancólico. 
Incluso se usaba la expresión "muy nervioso", 
era un niño "muy nervioso". ¿Qué significaba eso? 
Ahora son todos casos clínicos que antes pasaban colados. 
Reconozco que pude haber tenido episodios depresivos, 
pero no había estructura para tratarlo. 
Me hubiesen dicho: ya, sale a jugar, ponte a estudiar.

Lo que tenía Merino era una pielonefritis, sin síntomas 
y, por consecuencia, sin tratamiento oportuno. 
Derivó en un trasplante a fines del 94.

-Estuve dos meses hospitalizado. 
Me enchufaron el riñón de una señora. 
Era gracioso, circulaba por acá otro caballero 
que también tenía un riñón de mujer y nos decían: 
ya están en condiciones de formar un club de señoras. 
Me ofrecieron la posibilidad de saber quién era ella, 
pero no quise y me equivoqué, debería haber 
hablado con la familia. Tuve un escrúpulo. 
Hay un diario de ese tiempo en el hospital. 
Me entretenía haciéndolo. Cuando llegaban los viejos, 
los médicos le hacían una entrevista larga sobre su vida, 
les preguntaban de todo, y yo iba anotando. 
Tengo que encontrarlo, quizás lo perdí a propósito.

Merino, tras estar al borde de la muerte, 
se recuperó y tomó decisiones inesperadas 
para su entorno: se casó y tuvo dos hijos.

-¿Te sirvió eso para combatir 
ese vacío existencial 
del que hablas en tus columnas?

-Esa sensación general de la vida me ha acompañado siempre. 
Pero no utilicé a mis hijos para llenar eso. 
Llega un momento en que uno se cansa de uno. 
No tenía nada que proteger, ninguna libertad, 
ninguna individualidad que cuidar. 
La gente que no quiere casarse o tener hijos 
está protegiendo la libertad de movimiento, su hedonismo.

-¿Cómo evolucionó tu salud mental en familia?

-Nunca ha sido muy buena. Pero con los hijos 
uno tiene que tomar decisiones metodológicas, 
dejar fuera ciertas cosas fantasmales. 
Hubo un tiempo en que yo defendía el tiempo de la escritura, 
la necesidad de transformarme en un ogro, encerrarme, 
que nadie me molestara para poder funcionar.

-¿Era una cosa de identidad?

-Sí, pero eran todos fantasmas; 
cuando tenía tiempo me dedicaba a ver tele. 
Pero estaba convencido de que sin ese espacio iba a quedar volando. 
Son mentiras que uno se cuenta a sí mismo, 
con las cuales vas armando un castillo y no dejas entrar a nadie, 
es muy hostil. Ahora tengo una relación profesional con la escritura. 

-Tener hijos y esas cuentas médicas 
también obligan a verlo como un trabajo. 

-Lo tengo claro. 

-¿Ya no tienes derecho de irte a la cresta?

-Ya no.

-¿Y lo echas de menos, la posibilidad?

-No. Porque ya no quiero irme a la cresta. 
Mi papá se fue la cresta 
y tengo una sensación de abandono vinculado a eso. 
A lo que más le tengo terror es a esa idea, abandonarse. 

-¿Te viste en ese camino?

-Sí, en un momento, cuando me enfermé, pensé: 
me voy a dejar caer, no tengo los huevos. 
Y no tenía hijos en ese momento. 
Después dije: estoy vivo y no puedo actuar de enfermo. 
Apliqué una voluntad de no hacerlo. 
Por eso tengo bloqueado el tema de la enfermedad, 
no quiero hablar de ella.

Roberto Merino detesta los lanzamientos de libros.

-Una vez escribí en una columna: 
Yo no voy a lanzamientos ni como presentador, 
ni como presentado, ni como público. 
Con eso calculé que no me iban a invitar más. 
¡Y me han invitado más que nunca! 
Eso es lo peor, la vida gremial del escritor: 
congresos, mesas redondas. No quiero ir a ninguna más. 
Los escritores parecen esos sapos que simulan 
varias veces su tamaño. Yo no quiero inflarme como sapo.

Roberto Merino ha publicado ocho libros. 
El más celebrado, probablemente, 
es En busca del loro atrofiado (2006), 
recientemente reeditado en Argentina. 
Escribirlo no fue idea de él. 
No tenía intención de hacerlo. 
"Un día le dije: Roberto, ya está terminado. 
Me respondió: ahhh. Se le había olvidado 
que se iba a hacer", dice Andrés Braithwaite, el editor. 

El libro es un compendio de columnas 
que publicó en Las Últimas Noticias entre 2001 y 2003. 
En el prólogo dice que fueron escritas 
en una época oscura de su vida "tan oscura 
como puede llegar a ser la noche más oscura del alma". 
Biográficamente coincide con la separación 
con su mujer, la periodista Carmen Vergara.

-Es un evento con el que no tengo una relación armónica. 
Cometí muchos errores que no me gustaría haber cometido. 

-No deja de llamar la atención 
que los textos más celebrados vengan de ese periodo.

-El sujeto que habla no es el que escribe 
y el que escribe no es el que vive, hay un tercero. 
Hay momentos de bajón y depresión 
en que los textos son completamente optimistas y divertidos. 
No podría hacer un libro de mi separación, 
no podría decir: esta es mi experiencia y espero que ayude. 
Mis columnas tienen mensajes codificados y privados, 
tirándole mierda a una persona específica o tratando 
de seducir a otra, pero es para que puedan entenderlo 
yo y el aludido, nadie más.

-Pero en alguien que escribe lo que ve, hay mucho de vida personal.

-Utilizo elementos de mi propia experiencia. 
Mantenía el pudor de usar el yo, pero ya lo perdí: 
me di cuenta de que es más humilde 
hablar de uno mismo que pontificar. 
¿Qué se cree esa gente que trata de decir cómo es el mundo? 
Yo no tengo idea, no podría hacer discurso 
de hacia dónde va la sociedad chilena, 
básicamente porque no tengo idea a dónde va.

-Muchos textos son sobre observación de gente común y corriente. 
¿Todo el mundo tiene historias que contar?

-Hay gente que no tiene nada que contar. 
O te puede contar las cosas de tal manera 
que te mata toda seducción; es más importante 
la idea que me hago yo de esa gente, 
que la gente en particular. Me conformo 
con el puro impulso. A veces bastan las conjeturas.

Las columnas de Merino, 
las que se transforman en sus libros, 
nacen, en su mayoría, en menos de una hora: 
no prepara ni piensa nada de antemano, 
cree en la rapidez y en lo automático del proceso. 
Pese a eso, Zambra dice: 
"Es el mejor prosista chileno vivo, no es una exageración. 
Es uno de los pocos que tiene un estilo discernible. 
Una vez leía la contratapa de un libro 
y supe que la había escrito él, sin haber visto la firma. 
Eso es poco común. Llevaba mucho tiempo 
siendo un secreto a voces. Me parece justa toda 
la atención que está teniendo. Justa y natural". 

Gumucio agrega: 
"Tiene una manera muy especial de decir las cosas. 
Si uno está aproblemado, y le pide consejo te dice: 
hazlo mal, trata de hacerlo pésimo. Y funciona. 
Sin querer se ha hecho de especie de maestro 
de muchos de los escritores de nuestra generación".

Juan Cristóbal Guarello es su amigo. 
Todos los sábados se juntan a tomar café al mediodía. 
"El día que se transforme en un rockstar va a empezar a perder. 
Su gracia es que se ha mantenido incontaminado 
de la efervescencia literaria, del mundillo. 
Le debe molestar estar ahora en esos márgenes, 
porque le irrita el discurso, el fanatismo. 
Su discurso es no tener discurso. 
No quiere transformarse en mascarón de proa de nada. 
Y bueno, por su salud también es difícil: 
no puede hacer viajes largos, eso le resta movilidad".

"No se toma en serio. Carece del sentido de obra. 
Ahora último, recién, le ha entrado un tema 
de que puede morirse y ha empezado 
a pensar en eso", dice otro cercano. 

Merino recibió un adelanto hace años de Random House, 
para lo que sería su primera novela: un texto 
largamente esperado en los círculos literarios. Pero no avanza. 
En el verano, cuando logró acumular material, 
le robaron el computador. Tampoco lo mortifica.

-Tengo la sensación de no tener tiempo, 
aún cuando lo tenga; entonces, 
cuando tengo tiempo,necesito no hacer nada. 

-Es raro no tener esa necesidad de escribir, 
pese a lo celebrado que eres, a las expectativas. 

-Yo lo identificaría con una tara mía, 
con una cierta tendencia 
al aplazamiento permanente, que no se justifica. 
A veces es más fácil vivir con la ilusión 
de que uno va a hacer algo, 
reservar eso de la juventud 
de que las cosas están un poco más adelante.

-Se podría confundir con falta de ambición.

-Puede ser que peque de falta de ambición. 
Todos los libros son ideas ajenas, no quería hacerlos. 
Solo escribo porque lo tengo incorporado a mi economía. 
Si las columnas no fueran pagadas, no las haría ni ca... 
Si me ganara una herencia, no escribiría más.

Roberto Merino detesta los feriados.

-Para el tipo que vive solo es el vacío. Es otro domingo más. 
Y esto de que sea irrenunciable, es tan fascista. 
Es un feriado islámico, está todo cerrado ¡Islámico!

Merino lleva 10 años separado. 
Su espacio vital, salvo los viajes al centro 
para hacer clases en la UDP, 
transcurre en una cuadra de Providencia, 
en Andrés de Fuenzalida. 
Camina cada vez menos. 
Su vida social se reduce al patio de la universidad, 
donde se instala con unos audífonos grandes 
para evitar que mucha gente se le acerque. 
Ve seguido a sus dos hijos adolescentes, 
ha pensado hacer una banda de rock con uno de ellos. 
Se dializa tres veces por semana. 
Tiene que trasplantarse de nuevo para mejorar su calidad de vida. 
En octubre fue a un recital de rock. En el público 
solo había una persona mayor que él: Jorge Sampaoli.

Hace tres semanas escribió 
una columna titulada "Caballero solo". 
Decía: El asunto es que yo llevo tantos años viviendo solo 
que ya podría ir ingresando a una categoría semejante (...) 
No estoy haciendo aspavientos dramáticos. 
Simplemente me extraña el hecho de llevar solo 
un tiempo tan prolongado sin haberme dado demasiada cuenta. 
Claro, hay indicios, la tendencia al monólogo 
ya sin vergüenza incluso en lugares concurridos, 
la lealtad neurótica a las rutinas diarias, 
la fobia a las invitaciones a alojar.

-¿Te asusta envejecer?

-Lo que no me gusta es que sigo teniendo 
una cabeza de 25 años en relación a las minas, 
y así puedes caer en conductas indecorosas. 
Me he visto sancionado socialmente, 
miradas que dicen "qué vergüenza". 
No me siento viejo en absoluto.

-Pero más allá de...

-Me angustia la vida de la gente de mi edad, 
los mismos con los que compartí ya no están para eso. 
La otra vez me cambié de casa y no podía decirle a nadie 
que me viniera a acompañar, porque tienen familias, 
hijos, son demandados, sin tiempo. 
Llevo mucho tiempo solo y me di cuenta 
a través de la ausencia de la televisión en la mudanza, 
por la falta de ruido. Usaba la televisión para diluir eso. 
No para darle un contenido dramático a la soledad.

-¿En qué notas tu edad mental de 25 años?

-Me enamoro igual que a los 25, 
me siguen gustando las mismas minas. 
La misma sensación, esa inseguridad adolescente. 
Tengo relaciones libidinales, no me refiero al sexo, 
si no en términos de que hay una llamita de deseo 
con otras personas, eso no se me ha apagado. 
Lo peor son las situaciones 0,0 libido, 
esas reuniones de puros hombres 
donde sabes que no va a salir nada.

-¿Tienes miedo de estar viejo y solo?

-Hay una especie de sombra por ahí. 
Una angustia universal. Confío en que no, 
confío en la estrella, en que algo va a pasar 
y me va a liberar de ese destinto tan cruel.