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Vivaldi, más allá de 'Las Cuatro Estaciones'


Vivaldi, más allá de 'Las Cuatro Estaciones'
por Juan Guillermo Tejeda
Diario Las Últimas Noticias, domingo 31 de julio de 2011

Antoni Vivaldi regresa con su música,
o mejor dicho con más de su música,
ya que la que hasta ahora hemos conocido
es una pequeña parte de las casi mil obras
que compuso en su vida.

El conjunto de conciertos
al que se le ha dado en llamar
'Las cuatro estaciones'
viene a sonar un poco
como los tarareos de ABBA
si se le compara con lo más recio
y colorido del veneciano,
que recién está saliendo a la luz
gracias al proyecto 'Vivaldi edition'.

Nuevos intérpretes le dan hoy vida
al flujo generoso y casi siempre alegre de Vivaldi.
Notable por ejemplo es el aria
"Se lento ancora il fulmine",
que canta Romina Basso
con el conjunto Modo Antiquo
de Federico Maria Sardelli.

No cuesta nada encontrarla en Youtube:
acelerada, fuerte, colorida.
Muy distinta en el tono
a las versiones edulcoradas
y demasiado melódicas,
algo cursis, del Vivaldi instalado.

Extraordinaria también la versión
que estos músicos hacen
del concierto en sol menor
para dos violines, cello,
cuerdas y bajo continuo:
potencia, velocidad,
claridad, todo junto.

Nacido en Venecia,
Vivaldi fue cura,
aunque sin gran entusiasmo,
y se le llamaba "il prete rosso",
el cura rojo, no por sus ideas
sino por el color de su cabellera.
También su papá había sido pelirrojo.

Fue un violinista de los que dejaba
con la boca abierta, en una época en
que el violín era como la guitarra eléctrica.

Pero además de virtuoso
compuso con fuerza y sentido innovador.
Sus óperas no son para nada
de las más representadas habitualmente,
pero contienen arias hermosas.

Bach se nutrió entre otras muchas cosas
de Vivaldi, pero de todos modos el italiano,
que murió en Viena, pronto fue olvidado,
y en ciento cincuenta años no hubo nadie
interesado seriamente en su música.

Durante el siglo veinte
quedó como un barroco menor
al lado de los alemanes,
como un músico amable,
algo repetitivo.

Pero hoy nos llegan
estas nuevas versiones de piezas
que recién se están interpretando
por vez primera a partir
de los manuscritos autógrafos
que se conservan en la Biblioteca
Nacional Universitaria de Turín.
Y lo que de allí sale es un gozo.

Vivaldi sabe dar con la fibra cotidiana,
con lo sensible cercano,
pero no por ello evita
los ambientes cálidos
y hasta triunfales,
y por eso tiende a gustarle
a un amplio abanico de públicos,
más maduros o menos,
con mucha o poca cultura especializada.

Músicos de hoy como Sardelli,
Fabio Biondi o la quizá
demasiado movediza Cecilia Bartoli
(sus pupilas y cejas bailan locamente
cuando esfuerza la garganta)
le dan a Vivaldi un color
y un sonido contemporáneo,
algo rasposo, fuerte, emocionante.

O sea que quien lo desee
puede olvidarse un poco
de 'Las cuatro estaciones'
y, si no tiene mejor cosa que hacer
en esta vida perra, zambullirse
en el vivaz y emotivo Vivaldi
que va saliendo recién del horno.

Símbolos manuscritos...‏por RRA


En el mundo contemporáneo
todo se sacrifica en aras de la velocidad
y del uso eficiente del tiempo.
Es perentorio maximizar las opciones
y dar prioridad a la hiperconexión.

Con tantos estímulos 
bombardeándonos continuamente
y absortos en una filosofía  
del tipo "24/7-multitask"
-realizando  múltiples tareas todo el santo día-
es natural que terminemos fundidos,
insatisfechos y malhumorados
dejando muchas cosas a medio hacer,
contribuyendo a presentes y futuros desastres
a tasas bastante mayores que las razonables
de haber contado con la ventana temporal
necesaria para iluminar el problema
y no teniendo un minuto para embarcarnos
en lo que de verdad  nos gustaría.

Hablar, entonces, 
del ejercicio de la escritura, 
del escribir con la mano, la letra manuscrita,
puede resultar risible y anacrónico,
poco más que un resabio prehistórico.

Sin embargo, 
el gesto de la mano 
educa a la mente,
proporcionándole no sólo 
información adicional
que refuerza el aprendizaje
y potencia la memoria
sino también, 
le confiere cierta profundidad 
y establece insospechadas conexiones
al dar tiempo en su relativa
lentitud a la reflexión
mientras fluye el pensamiento. 

Para muchos, por dar un ejemplo
del mundo de la plástica, 
la técnica de un Jackson Pollock
pueda parecer algo así 
como un ejercicio extravagante
para lograr fácil notoriedad.

Una especie de frescura 
que proporciona pingües ganancias.

Pero en su técnica 
él dejó no sólo
que fluyera la pintura 
como un fenómeno físico
sino que incorporó dicha técnica 
para que fluyera su proceso creativo,
permitiendo a los historiadores del arte
y a los científicos contemporáneos
que estudian su pintura,
delinear la intersección
de los que es estéticamente viable
con lo que es físicamente posible.

Volviendo a la escritura,
no se trata de obligar a nadie,
cada uno es libre de elegir,
pero al abandonar la escritura manuscrita
-no digamos el arte de la caligrafía-
tal vez estemos perdiendo algo más
que habilidades manuales de motricidad fina.

Un cosmólogo sudafricano, 
hablaba de la exploración del universo
-incluso a nivel teórico-, esto de
realizar cálculos a mano, elaborando hipótesis
y conjeturando acerca de la estructura del cosmos
como una forma de disfrutar del mismo universo.

En el caso del ejercicio de la escritura
(demostrar en un papel o en el pizarrón
un notable teorema, o sólo escribir los símbolos
de una magnífica ecuación forman solo una parte
de dicho ejercicio) es también no cerrarse
a la posibilidad de crear belleza cotidiana.

Elogio del foul por César Olmos


La doctrina maquiavélica 
del fin justificando medios
aplicada al ámbito futbolístico, 
en el que la reciedumbre comprensible
por el ímpetu de la disputa
en un deporte por naturaleza rudo,
se convierte en la guerra por otros medios
-y no tan distintos en algunos casos-,
con tribus antagónicas
adictas a la violencia 
y al triunfo a como dé lugar
y en el que faltas arteras,
más o menos discretas,
son amparadas en la tradicional
ceguera o vista gorda del cuerpo arbitral
y/o en la astucia de jugadores
más expertos en destruir que en crear.

Pero así son las cosas
y el artículo que a continuación se acompaña, 
lo despliega con cierta gracia
a pesar de su evidente inmoralidad
justificada solamente en una ética del espectáculo
propia de coliseos de antigüedad imperial.


Por RRA



Es fome un partido sin fouls. 

No hablo del guadañazo asesino 
que cruje, triza y rompe huesos. 

Y menos de sus efectos truculentos, 
tan pornográficamente mostrados 
en esos videos de YouTube que se solazan 
con la "impactante lesión" de fulanito. 

No. Hablo del viejo y querido hachazo. 

El que va y te pone 
sin prisa y sin pausa 
un Lugano, un Gattuso, un Vidic. 

Con precisión, con clase; 
con tranquilidad, incluso. 

O también del demonizado tackle deslizante 
(tan querido para hombres como "Chupete" Hormazábal), 
del eficiente puntazo al tobillo por detrás 
(de un Mario Lepe, por citar a uno de muchos), 
o de la zancadilla maletera al pasar, 
que ensayaba con maestría el "Cholo" Simeone.

No hablo del codazo indecente 
(como el del "Loco" Vargas a Coates 
en la última Copa América), 
homicida (de Leonardo a Tab Ramos 
en el Mundial de Estados Unidos) 
u odontológico (de Nelson Acosta 
a Pancho Las Heras en una liguilla de hace siglos), 
ni de la plancha a la altura de la medallita 
ni de obscenidades aún mayores.

Hablo del foul como expresión de juego, no de simple agresión.

A diferencia de otros deportes, como el básquetbol, 
en el fútbol el foul está siempre mal visto 
y al entrenador que se lo descubre usándolo 
como parte de su táctica le llueven las críticas 
("último de rasca el DT: ordenó salir a pegar"). 

¿Y al jugador que lo practica con ahínco? 

Bueno, ese es un joven rústico, picapedrero y chancho.

Es cierto: muchas veces 
son justos esos "rótulos", 
pero pegar también tiene su arte, 
y aquellos que lo cultivan con vocación 
pueden alcanzar niveles de excelencia. 

Es una disciplina que precisa de cierto cinismo, eso sí: 
un buen hachero siempre sabe ocultar sus destrezas.

Ver al citado Lugano levantar el trofeo al "Fair Play" 
que se ganó Uruguay en Argentina 2011 es una pieza de colección. 

Lugano atendió con esmero durante toda la Copa, 
pero lo hizo con tal autoridad (que no delicadeza), 
que los seis árbitros que lo dirigieron le mostraron, 
en total, una sola y aguachenta tarjeta amarilla. 
Un crack , la "Tota".

Digno heredero del paraguayo Carlos Gamarra, 
profesor de profesores a la hora de aforrar 
sin que se enterara jamás el colegiado. 

Su PhD lo sacó en el Mundial de Corea-Japón 2002, 
donde el "Colorado" pegó sin levantar sospechas: 
a su equipo le mostraron 
diez amarillas en cuatro partidos, 
pero él no colaboró con ninguna.

Porque una falta bien hecha es útil y pone orden. 

Lo sabía Elías Figueroa, 
que sacó de la cancha de un solo viaje 
al ucraniano Oleg Blokhin 
en el partido URSS-Chile 
por las eliminatorias de Alemania 74; 
y también Pedro Reyes, 
que en el primer córner 
que pudo le aplicó 
un cortito a los riñones 
al niño Michael Owen 
en el recordado triunfo 
en Wembley de 1998. 
Y ahí quedó Michael Owen.

Los que lo vieron jugar 
refieren que hasta el sacrosanto Pelé 
usaba sus codos para algo más que equilibrarse 
cuando cabeceaba entre centrales mala leche. 

Y anda a ganarle un salto a Pelé.

La noche del jueves miraba 
en el estadio el partido de Messi y sus amigos. 

Iban 25 minutos, 
y Selman no había soplado su pito. 

Está bien: es un amistoso, 
se juega con otra intensidad, 
y nadie quiere lesionar a nadie. 

Y hubo nueve goles. 

Pero pucha 
que se echó en falta 
una patada bien puesta.