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Oscuros alfabetos


por Beltrán Mena 
Diario El Mercurio
Domingo 30 de abril de 2006 

¿Se volverá la lectura un juego de eruditos, una actividad inofensiva, financiada por los bancos, como la ópera? Es posible que no se escriba ya más y que el analfabetismo reinante sea sólo el síntoma de algo más profundo: no se necesita leer. El libro puede estar muerto y quizá los que hoy leemos, los paladines del libro, seamos, como la pareja engañada, los últimos en enterarnos.

No debemos olvidar que hablar es un instinto, el más abandonado de los niños abandonados aprende a hablar; la escritura, en cambio, es un artificio cuyo dominio toma años de tedioso entrenamiento. Nos obliga a conectar ojo, lengua y oído a través de forzados circuitos: "la pe con la a, pa", sílaba por sílaba, por años. No fue fácil, aunque lo hayamos olvidado.

La chica introvertida que se alejaba de la fiesta y oculta al fondo del jardín escapaba a lomos de una novela, o el muchacho oscuro que alternaba sorbos de la copa con furtivas lecturas de su volumen de Goethe, como el poeta Cendrars, que sólo se distinguía de sus amigos delincuentes por el librito de Villon que llevaba en el bolsillo... ese lector, digo, esa manera de leer, surgió hace apenas 300 años y es posible que sólo haya durado 300 años.

La lectura es un músculo, y así como cada uno tiene sólo la musculatura que necesita, así sólo entrenamos la lectura hasta dónde nos es útil. Es posible que la escritura vuelva al lugar de donde partió: una tecnología en manos de los que deciden, sacerdotes caldeos o egipcios, economistas o ingenieros de transporte; para ellos el concepto difícil por escrito. Para el ciudadano consumidor, baste la palabra hablada, la imagen y breves textos: "No virar izquierda", "Curicó 32 Km", "Suspendido por lluvia".

¿Por qué la muerte de un escritor tan bueno, que cayó por una escalera tuvo tan poco impacto? (Con Vonnegut nos reímos en defensa propia)‏

Kurt Vonnegut 
por Beltrán Mena 
Diario El Mercurio
Domingo 2 de septiembre de 2007 

Me encantaría decir que Kurt Vonnegut era un escritor desconocido, de esos que uno encuentra en un canasto de saldos y cuyo descubrimiento nos enorgullece. Pero no es el caso, era un escritor popular. Sus novelas están en todas partes (incluso en la comuna de Vitacura, que desde hace unos meses cuenta con su primera librería).

Nuestra prensa ha sido mezquina con su muerte. Sólo sumé 350 cm2 de notas de prensa desde que el autor se cayó por la escalera en abril y quise aportar estos 100 cm2 a su memoria.

¿Por qué la muerte de un escritor tan bueno tuvo tan poco impacto?

Una de las cosas que le jugaron en contra fue que los críticos lo clasificaron como ciencia ficción y lo guardaron en el cajón de abajo. Pero Vonnegut definitivamente no es un escritor de ciencia ficción. Se le encasilla allí porque la mayoría de los lectores -y sobre todo las lectoras- no toleran la presencia de un cohete en una novela. Apenas aparece uno de estos aparatos exclaman "¡Oh,oh, ciencia ficción!" y cierran el libro. Mala cosa, porque se están perdiendo algo. Cuando Vonnegut usa un cohete, lo hace con total falta de respeto. Necesita sacar de escena a un par de personajes y no se hace problema en mandarlos a Marte, Mercurio u otra dimensión. Eso es simplemente humor y quien lo confunda con ciencia ficción no sabe de ciencia ni de ficción.

Vonnegut es un tipo amable y gracioso, sin falsos dulzores (Ej: "Fue un error estudiar antropología: me cargan los pueblos primitivos, son tan tontos"). Su cháchara científica es un envoltorio para la sátira, esgrime su humor como única respuesta a un mundo sordo y cruel. Alguien dijo: "Con Vonnegut nos reímos en defensa propia".

¿Qué contenido se siente cómodo sobre láminas de celulosa? ¿A qué clase de textos les conviene la inevitabilidad del papel impreso, su silencio?‏

La Tinta
por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes y Letras,
Domingo 4 de noviembre de 2007


El libro no desaparecerá de la manera inapelable 
en que lo hicieron el cassette y el longplay, 
pero podría volverse algo caro y opcional, 
un objeto de colección. 

"Lo leí en papel" puede ser la frase del snob de mañana. 

O quizá no pasa nada 
y el libro sigue siendo
el querido objeto democrático 
que ha sido hasta hoy.

Hay una manera de mirar el problema 
que nos puede ayudar a predecir su futuro.

Existen contenidos 
a los que el formato del libro 
siempre resultó incómodo: 
diccionarios, horarios de vuelos, 
manuales, enciclopedias, 
cuya utilidad dependía 
de la sagacidad con que sus autores 
construyeran los índices 
y estructuraran la información. 

Todo ese contenido 
se está vaciando rápidamente 
a formatos online y nada sugiere 
que dejará de hacerlo. 

También se escapará de los libros 
todo el contenido de vida corta: 
la noticia contingente, 
el paper científico 
y el tratado de medicina. 

Todo lo contingente, lo interactivo 
y lo referencial se hará virtual.

¿Qué temas se quedarán en el libro? 

¿Qué contenido se siente cómodo sobre láminas de celulosa? 

¿Qué tipo de información queda mejor 
cuando se extiende sobre la liviana materialidad de un libro? 

La única parece ser la narración lineal. 

Ese tipo de textos 
en que preferimos entrar 
por el comienzo y salir por el final. 

Esos libros en que nos entregamos al autor 
y le confiamos nuestra conciencia. 

A esos textos les conviene 
la inevitabilidad del papel impreso, su silencio. 

Con esos textos no queremos opciones ni finales alternativos, 
no queremos interacción ni información complementaria, sólo dejarnos llevar.

La pregunta por el futuro del libro se hace entonces un poco más precisa: Despojada la industria editorial de todos los libros referenciales, 
¿podrá soportarse sobre la pura narración lineal? 
¿Y si no lo consigue, qué perderemos?

Diez razones para la tristeza del pensamiento‏

Pensar
por Beltrán Mena,
Diario El Mercurio, Artes & Letras.
Domingo 25 de noviembre de 2007

Es un libro bonito, barato y de título irresistible: 
Diez razones para la tristeza del pensamiento, George Steiner aborda esa vieja sospecha 
de que hay un velo de tristeza inevitable en todo pensamiento 
y encuentra diez causas para el fenómeno, que resumo en seis:

1) Podemos pensar universos 
en expansión o en contracción, 
eternos o limitados, 
con Dios o sin Dios, 
pero no podemos, nunca podremos, 
demostrar uno sobre otro. 


La única verdad posible 
es tautológica 
y no nos consuela, 
porque nada dice sobre el mundo.

2) El pensamiento 
es permanentemente distraído, 
sacado de cauce. 

El pensamiento puro, racional y cristalino 
-donde descansa su prestigio- es raro y es breve. 

Somos rozados por grandes ideas que pasan de largo.

Casi todo se olvida y percibimos el derroche.

3) El territorio del pensamiento es grande, pero no infinito. 

La posibilidad de un pensamiento propio es remota. 

Se agotaron las combinaciones, 
la experiencia más íntima 
será siempre poco original.

4) El mundo no obedece al pensamiento. 

Entre lo imaginado y su expresión 
reside un abismo frustrante. 

Las intuiciones brillan justo 
fuera del alcance de nuestro lenguaje. 

Todo plan conlleva su insatisfacción.

5) Ventana para unos, espejo para otros, 
pero los filósofos coinciden 
en que el cristal de la mente nunca está limpio. 

Algo se interpone. 

Nunca accedemos directamente al mundo.

6) No podemos alcanzar el pensamiento de otro. 

Hasta el amor resulta ser una negociación entre soledades.

Son las razones que propone Steiner 
para explicar la pesadumbre del pensar. 

La última razón que sugiere 
es en realidad una conclusión: 

El pensamiento exalta al hombre 
sobre el resto de los seres vivientes, 
pero al precio de convertirlo 
en un extraño para sí mismo 
y para la enormidad del mundo.

¿Cómo poner en marcha el país sin un botón ON? (El conocimiento útil es sólo la parte visible del conocimiento inútil)‏

ON / OFF
por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes y Letras,
Domingo 09 de Noviembre de 2008

Uno tiende a pensar 
que las diferencias entre el inglés y el castellano 
influyen sobre nuestra respectiva visión del mundo.

Los famosos verbos ser y estar, 
por ejemplo; el inglés no los distingue. 

No hace diferencia entre quien está alegre y quien es alegre. 

¿Significa que los gringos 
son menos sensibles 
a la transitoriedad del mundo? 

¿Ver el mundo como algo transitorio nos hace más melancólicos?

Tampoco distinguen un doctor de una doctora, 
ambos son doctors, ni un abogado de una abogada (ambos lawyers). 

En inglés debemos esperar a veces 
hasta el final de la frase 
para saber si el personaje es hombre o mujer. 

¿Habrá contribuído esta ceguera 
a la diferencia de género 
a los primeros movimientos feministas 
en Inglaterra y Estados Unidos?

Qué decir del tú y el usted. 

Allá son todos tú. 

Donde los japoneses distinguen 
diez formas de trato y respeto (edad, sexo, jefatura...), 
los gringos usan un insolente you. 

¿Contribuyó el igualitario you 
a la elección de un presidente negro?

Es tentador explicar mucho con poco, 
pero estos juegos de palabras 
pocas veces resisten análisis, 
son pura especulación. 

Excepto uno: las palabras ON y OFF.

¿Cómo traducir estos términos tan útiles? 
¿Conectado-Desconectado? 
¿Encendido-Apagado? 
¿Activado-Desactivado? 

Esta práctica brevedad, 
esta flexibilidad de las palabras en inglés 
sí que hace una diferencia. 

En inglés todo se dice con menos letras. 

ON y OFF tienen el largo justo 
como para imprimirse 
en la superficie de un interruptor 
(nótese, interruptor: 
11 letras, switch: 6 letras). 

Pero no es sólo cuestión de tamaño. 

ON lo echa todo a andar: 
pone en marcha 
la gigantesca industria americana, 
ON enciende el proyector 
con una película de Clint Eastwood. 

ON dispara un cohete a la Luna. 

Nosotros no necesitamos aún esa palabra. 

No tenemos nada que echar a andar.

Hay algo metafísico en el término. 

¿Cómo poner en marcha el país sin un botón ON?

ON-OFF es la expresión de una visión práctica del mundo. 

Los gringos son prácticos y nosotros no. 

Pero usamos definiciones distintas. 

Para ellos, práctico 
es aquello que hace una diferencia, 
para nosotros, sólo es práctico 
lo que nos beneficia en el corto plazo.

Este equivocado sentido de lo práctico tiene consecuencias. 

En la educación superior, por ejemplo. 

Nuestras empresas esperan 
que las universidades les entreguen 
profesionales listos para usar. 

Se espera que el ingeniero comercial recién contratado 
redunde en utilidades desde el primer día, 
se trate de una salmonera, 
de una refinería de cobre 
o de una fábrica de mamaderas. 

El problema con los profesionales pret a porter 
es que son pan para hoy y hambre para mañana. 

Sin una sólida base científica inútil, 
un ingeniero sólo será útil por poco tiempo. 

El conocimiento útil 
es sólo la parte visible 
del conocimiento inútil.

Es alarmante escuchar opiniones influyentes 
criticar la investigación universitaria, 
tildándola de poco práctica: 
"¿Porqué no descubren una vacuna contra el cáncer, mejor, 
en vez de andar investigando esotéricos receptores de membrana?". 

Como si se pudiese descubrir lo uno sin lo otro. 

Asusta este desprecio por el conocimiento profundo.

Por eso es tan interesante el college 
que este año inaugura la UC. 

Así en inglés, college (7 letras), 
no bachillerato (12 letras).

Ojalá esté a la altura de su promesa: 
transversal, flexible, profundo, motivante. 

Un cambio en nuestra estructura linguística y cultural. 

Un experimento crucial para Chile, al que debemos estar atentos.

OFF.

El refunfuñón ilustrado...‏

Confesión de fe
por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes & Letras,
Domingo 26 de Octubre de 2008

El escéptico no es alguien que no crea en nada, sino alguien que cree en pocas cosas. Además es mañoso, valora más la originalidad de una idea que su verdad (es un estético). Como hay poco de eso que le gusta, vive en un estado de frustración moderada permanente. Me confieso uno de ellos.

Creo, por ejemplo, en el análisis, a pesar de tener claro que el mundo se ha construido y se seguirá construyendo por ensayo y error (consultar a Alan Greenspan). Creo en la reflexión anticipada, aunque sé que en el mundo real se actúa por reacción ("la vida es eso que ocurre mientras uno la planifica"). Sin embargo, también creo en el prejuicio (qué placer, dejarse llevar por nuestros prejuicios, recorrer las veredas despotricando, exagerando, dividiendo el mundo en buenos y malos, sobre todo malos. Qué placer correr pendiente abajo por la pradera del carácter y volvernos pura opinión).

Creo en la nitidez, a sabiendas de que el mundo es borroso. Y en la precisión, siendo que el mundo es más bien aproximado. Admiro a los que intentan la precisión, románticos que enfrentan la monstruosa ambigüedad del mundo, armados con la pequeña navaja de Occam. Por eso me emocionan las sondas espaciales enviadas con años de anticipación a un satélite de Saturno o a la cara desconocida de Mercurio; máquinas que aterrizan con asombrosa exactitud, escarban el suelo, toman fotos y las despachan por una cadena de naves, satélites y antenas que finalmente las depositan en mi computador cada mañana. Así, me entero antes de lo que pasa en Titan que del sumario en el Hospital de Iquique. Me gusta eso. Me alegra saber que aunque sea en el espacio inútil de la astronomía, la filosofía o las matemáticas más abstractas, la precisión tiene un lugar.

Esto de que a uno le guste el mundo como no es, se traduce en una impertinente tendencia al sarcasmo y la ironía, que suele caer mal.

Pero mis hijos me comprenden. Entrenados desde que nacieron en el escepticismo de su padre, han aprendido a entenderlo. Sea por amor fraterno, simple hábito o santa paciencia, se han acostumbrado a mis comentarios políticamente incorrectos, a la crítica universal y permanente. Saben que soy una especie de refunfuñón ilustrado, pero lo importante es que sospechan que detrás de esos gruñidos de humor ácido, se oculta un verdadero cariño e interés por el mundo. Han descubierto que un escéptico es un idealista. Y han resumido la actitud de su padre en una frase que les escuché con sorpresa y alegría hace un tiempo, en el asiento de atrás del auto, uno le comentó al otro en voz baja: "El papá cree que el mundo es bacán, pero que él lo habría hecho mucho mejor".
Nuestra mala fortuna
por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes y Letras
Domingo 07 de Septiembre de 2008
http://blogs.elmercurio.com/cultura/2008/09/07/nuestra-mala-fortuna.asp


No siempre se tiene la suerte de contar con un buen enemigo, con un enemigo único y de buen tamaño que explique nuestros fracasos.

Veamos, por ejemplo, lo que ocurre en la sala de espera de un aeropuerto, donde un vuelo se atrasa. 

Un gringo viejo


por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes & Letras,
Domingo 29 de junio de 2008
http://diario.elmercurio.com/2008/06/29/artes_y_letras/artes_y_letras/noticias/0477C2F8-0620-4B11-8EBB-D05B32F15219.htm?id={0477C2F8-0620-4B11-8EBB-D05B32F15219}


Pasé la infancia en la precordillera de Santiago.

Había muchos cerros y pocos vecinos,
de manera que el día
en que llegó un camión de mudanza
a la casa del lado fue un día excitante.

Era una familia poco común en esos años:
un gringo llamado Pat,
su mujer chilena y el hijo de ambos,
que se convertiría en mi gran amigo.

Pat era un tipo tranquilo y buena persona
que pasaba el día en su escritorio
leyendo y escribiendo,
el primer intelectual que conocí.

En una época en que todos los lápices eran iguales
y nuestras opciones para pegamento
eran el engrudo o la goma de pegar Canario,
era una aventura esperar a que el tío Pat saliera,
para colarnos en su escritorio
e intrusear sus exóticos materiales importados.

Scotch de varios anchos y superficies
(había uno que pegaba por ambos lados),
blocks de hojas amarillas,
sobres manila de tamaños inusuales,
chinches de colores...

Lo que más me gustaba
era una especie de reloj con ruedecita
que se hacía rodar
por el mapa y medía las distancias;
conduje esa ruedecita por toda Sudamérica
y fue el estímulo para recorrer
esos mismos caminos a escala 1:1
en cuanto tuve la edad de hacerlo.

Entonces no me interesaba saber
en qué pensaba o con qué soñaba el viejo tío Pat.

Ahora lo sé.

Se dedicó por años
a ayudar a países latinoamericanos,
consiguiendo plata en Estados Unidos
y organizando programas de cooperación...
hasta que un día tuvo una visión
a la que dedicaría el resto de su vida.

Fue una visión verdadera,
no una de esas epifanías a posteriori
que inventamos para dar sentido a nuestras vidas
o para atribuirnos hechos
que hubiesen ocurrido igual sin nosotros.

Pero lo más extraordinario
de la visión del tío Pat es que le resultó.

Frustrado de ver
como todos sus proyectos fracasaban
y los pobres volvían a su pobreza,
miró hacia atrás y descubrió
que la causa de fondo
era la ignorancia económica de los encargados.

Durante una conversación en Santiago
con el premio Nobel Theodore Schultz
(¡las visitas del tío Pat!),
se dió cuenta de que a Chile
no le bastaba con un par de economistas
ocupando cargos públicos
y guiados por buenas intenciones;
Chile necesitaba economistas en todas partes:
en los criaderos de pollos,
en las fábricas de zapatos, en los municipios...

Su plan era simple, debía conseguir
que alguna universidad norteamericana
aceptara estudiantes de economía chilenos;
no una beca paternalista a un alumno destacado,
si no muchos estudiantes, tantos como se necesitaran.

Golpeó puertas sin éxito,
hasta que un día nombraron
decano de economía en Chicago
al mismo Schulz
con quien había comido en Santiago.

Schulz no podía negarse y no lo hizo.

En el otro extremo,
fue el decano de la UC
el que entendió la oportunidad.

El resto de la historia
de los Chicago boys es conocida,
hoy ocupan más espacio
del que soñó el tío Pat,
pero esa es otra historia.

Un libro reciente sobre el origen de los Chicago boys
no menciona a Albion W. Patterson (1905-1996).

Quizá alguien recorte esta columna
y ese papel amarillo
que caiga silenciosamente al suelo
en 50 años más sea el homenaje adecuado
para este hombre tranquilo
que transformó un país
mandando cartas en sobres manila.

Cuchillos y peñascazos


por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes & Letras,
Domingo 28 de septiembre de 2008
http://blogs.elmercurio.com/cultura/2008/09/28/cuchillos-y-penascazos.asp#comments


¿Cómo puede una persona pegarle a otra con un bate de béisbol hasta quebrarle la cabeza? ¿Qué hace a un hincha de fútbol sacar una quisca y mandarle seis estocadas al de la barra del lado? ¿Por qué le tira alguien un peñasco al auto que pasa por la carretera? Y ni siquiera tratemos de entrar en la cabeza de un abusador de guaguas, allá adentro no reconoceríamos ni las sombras de un paisaje familiar.

Es cierto que la explicación de estos comportamientos chocantes no es una ni es simple, pero tampoco es una infinita cantidad de causas, ni se trata de un problema inabordable.

Gran parte de estos hechos ocurre con la sangre saturada de sustancias químicas: etanol, clorhidrato de cocaína, o las más naturales adrenalina y noradrenalina. Pero esta explicación no basta.

Se menciona también la exclusión social. De acuerdo a esta explicación, si a alguien se le excluye del sistema lo más natural es que tome una botella y prepare una molotov. No me la compro completamente. Si yo fuera un marginal sin horizonte, sólo me darían ganas de preparar la molotov cuando viera en la tele a una funcionaria paternalista exigiendo oportunidades en mi nombre. Entonces respondería como respondió el poeta Rimbaud siendo aún niño: "Yo no quiero ningún puesto... los puestos que os ofrecen son de limpiabotas, o porquero, o boyero. Además os hinchan a insultos por toda recompensa, os llaman animal... pedazo de hombre..."

Tampoco hay que olvidar la falta de cariño. Y más. Cada una de estas cosas es un ingrediente en la cazuela de la violencia, pero la presa de esta cazuela es la incapacidad de vernos en el otro. Porque si me veo en el hincha de la barra del lado, no le entierro la quisca. Ni arrojo una piedra a un auto si veo en el conductor a mi hermano. Sólo puedo golpear a otro con un bate si lo veo como una cosa, como un pushing-ball.

Si esto es verdad, y en la base de la violencia está la incapacidad de vernos en el otro, entonces el problema es la falta de imaginación. ¿Y dónde conseguir imaginación? ¿La venden los chinos? ¿Cuál es el músculo de la imaginación? ¿Cómo entrenarlo? El mejor método que conocemos es la identificación con el protagonista de un relato. Y para ello tenemos que enseñar a leer a nuestros niños, a todos ellos. No importa que no aprendan a enumerar cuatro causas de la independencia o a calcular el interés compuesto, pero tienen que entrenar a tiempo el músculo ese que nos coloca en el pellejo de otro. Y antes de los 12 años, después es demasiado tarde. ¿Qué leer? Cosas entretenidas, suspenso, aventuras, ¡pardiez! El cuento de un ogro que devora a un niño contribuye más a mejorar la sociedad que los relatos políticamente correctos que hoy se escriben por encargo de aburridos pedagogos. La corrección política no se enseña, es consecuencia de la imaginación.

No es cómodo buscar funciones prácticas para la literatura, pero frente a tanto coscacho y tanto muerto en la tele, podríamos considerar esta.

Hipótesis


por Beltrán Mena

Diario El Mercurio, Artes y Letras
Domingo 11 de mayo de 2008


El público se extraña cuando los científicos se enojan, se descalifican o hablan mal uno del otro. Estos actos apasionados serían la demostración de una hipocresía intrínseca de la ciencia. ¿No debiera el científico trabajar con datos objetivos y convencer a sus colegas con argumentos racionales?

Así es, y precisamente por esto, el valor de la ciencia -su mérito moral- consiste en haber construido un sistema de conocimiento cuyo producto es independiente de la personalidad de sus autores. Envidias, delirios de grandeza y pasiones oscuras, todo eso existe, pero el edificio de la ciencia no está construído de científicos, si no de datos, hipótesis y teorías.

Es la misma máquina de la ciencia la responsable de detectar y rechazar la investigación falsa. Porque no serán el reportaje periodístico ni el soplón de laboratorio los encargados de denunciar al científico chanta, el experimento irrelevante o la argumentación falaz.

Dicho eso, existe una razón que explica por qué los científicos a veces defienden sus hipótesis contra toda evidencia y es esta: que una hipótesis se concibe en un instante, pero se demuestra en una vida.

Una especulación de sobremesa genera diez hipótesis por minuto: "el lenguaje es innato" o "el clima está cambiando", etc. Pero cuando un científico decide comprobar una de ellas, lo que está decidiendo es una vida. Porque diseñar experimentos, financiarlos, recoger datos en terreno, analizarlos y publicarlos suele tomar una vida.

Para el científico, una hipótesis es un destino. Y al final de su vida se encuentra en una débil posición para rechazar su propia idea, porque lo que está rechazando suele ser su biografía.

Lainterfaz: la zona ciega en la formación de nuestros ingenieros...‏

Software
por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes & Letras
Domingo 20 de abril de 2008

Software

La pieza clave en un sistema computacional no es la CPU, ni el código, ni la red sino el orden de la pantalla: sus menús, sus botones, su lógica. Esta pieza se llama la interfaz y su diseño correcto es la zona ciega en la formación de nuestros ingenieros.

Un ejemplo escandaloso: 1) nos acercamos a un cajero automático, 2) ingresamos la tarjeta, 3) digitamos un código, 4) escogemos "cuenta corriente", 5) escogemos un monto, 6) esperamos... nos pregunta si deseamos imprimir un recibo, 7) decimos "no", 8) esperamos... y entonces un mensaje nos dice que el cajero no tiene billetes. Compárese con un diseño bien hecho: 1) Nos acercamos a un cajero automático, su pantalla informa que no tiene billetes, 2) seguimos de largo.

En Japón demoré un minuto en comprar dos boletos de tren entre dos localidades rurales, sin un solo letrero en inglés y sin hablar con nadie. Eso es buen diseño de software.

Nuestros estudiantes de ingeniería quieren ser empresarios. Los pocos tuercas que quieren programar desprecian la interfaz como un detalle estético que se resuelve al final, con botones y monitos.

Nuestros desarrolladores no son capaces de ordenar las pantallas de un cajero automático, pero no se hacen problema en asumir un sistema de gestión de transporte que integra tarjetas inteligentes, buses en movimiento, satélites artificiales y sistemas bancarios, todo en tiempo real. Patas no nos faltan, pero en nuestro desarrollo nos saltamos la cultura informática. Una cultura más amplia que C++, más profunda que la última versión de Oracle.

Cuando nuestros economistas se preguntan dónde radica la silenciosa resistencia al crecimiento, esta carencia en la formación de nuestros ingenieros emerge como uno de los principales sospechosos.

Sobre la mesa de los intereses se enarbolan calcetines guachos como principios...‏

Negociar
por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes y Letras,
Domingo 6 de enero de 2008

Los principios gozan de un prestigio inmerecido.

Se les supone puros, transparentes y precisos.
El mundo será sucio pero los principios no.

La verdad es que los principios sólo han servido
para dar nombre a nuestros prejuicios
y justificar nuestros intereses más egoístas.

Una mesa de negociación funciona así:

Cubriendo la mesa,
como un montón de calcetines guachos,
se extienden los principios.

En torno a la mesa se sientan los intereses.

El negociador nunca debe
mencionar un interés particular,
en su lugar debe invocar un principio.

El arte de la negociación
consiste en escoger
el principio adecuado.

Así, en cuanto un gremio
ve amenazada su clientela
por una nueva política pública,
se dedica a buscar
con la mirada el principio adecuado.

Recoge un calcetín...
libertad de expresión, no le sirve,
lo devuelve... recoge otro...
libre competencia, este podría servir.

Lo sacude y lo esgrime
ante el resto de la mesa,
como un valor sagrado:

"¿Y dónde queda el principio de la libre competencia?", interroga.

El contrincante revuelve la mesa
hasta encontrar el calcetín adecuado: equidad.

"Mi adversario tiene mala memoria -responde-
¿no era él quién defendía hace poco el acceso equitativo?"

Las inmobiliarias
no quieren hacer negocios,
sino densificar la ciudad,
los paparazzi sólo defienden
el derecho a la información,
el afectado se escuda
en el derecho a la privacidad,
unos defienden el sagrado principio
de la lealtad al partido
y los otros el sagrado principio
de la objeción de conciencia,
uno abofetea con el principio
de la igualdad de oportunidades
y recibe de vuelta el principazo
del derecho a beneficiarse del propio esfuerzo.

¡Cuánto más eficientes serían los acuerdos
si se despejara la mesa de trapos viejos
y se los reemplazara por intereses explícitos,
por honestas tazas de té!

Moviendo una molécula para allá y un río para acá...‏

El sillón
por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes y Letras,
Domingo 23 de septiembre de 2007

He estado sumergido en mapas antiguos
estudiando un viejo problema geográfico,
el "asunto del río Níger".
¿Dónde nacía este río africano?
¿Dónde vaciaba sus aguas?

Los mapas inventaban lagos,
o hacían sumergirse al Níger bajo el Sahara.
Era un problema irritante.
Se mandó expedición tras expedición
pero los exploradores morían por docenas.

Mientras tanto, en el Caribe,
el geógrafo aficionado James McQueen
entrevista a los negros mandingos bajo sus órdenes,
revisa mapas, compara relatos
y llega a la conclusión de que el río
debía desembocar en el Golfo de Guinea.

Su mapa fue recibido con un encogimiento de hombros.

El explorador Lander se lanza en canoa por el Níger
y desemboca, para su sorpresa y la del mundo, en el Golfo de Guinea.

El geógrafo de sillón tenía razón.

Sin poner un pie en el Africa,
envuelto en el humo de su pipa,
había meditado con rigor
frente a la información disponible.

Tan irritante como el asunto del Niger
era para los biólogos el de la energía celular.

Se conocían todas las moléculas involucradas,
pero los números no calzaban.

Había un desfalco en el balance energético.

Se envió
expedición tras expedición
al interior de la célula
para encontrar la molécula
que explicara las cosas.

Mientras tanto, Peter Mitchell,
en su casa de campo,
examina las publicaciones disponibles
y sin tocar un tubo de ensayo,
moviendo moléculas de papel,
concluye que debía existir
cierta membrana
y que colocando unas moléculas a un lado
y otras al otro se obtenía el balance requerido.
Premio Nobel.

Nuestras soluciones tienden a ser musculares
-más micros, más escuelas, más hospitales-,
pero a veces la solución surje
de meditar frente a la información disponible,
moviendo una molécula para allá y un río para acá.

Necesitamos proteger
pequeños espacios de reflexión
al interior de las instituciones.

Es más traición para la patria cambiar de héroe que para una empresa cambiar de logotipo?‏

2010
por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes & Letras,
Domingo 10 de junio de 2007

¿Para qué sirven los héroes?
¿Por qué se inventan?
¿Es Allende un héroe?
¿El Che?
¿Es necesario morir para ser un héroe?
¿Quién quiere hoy morir por la patria?
¿Tenemos aún patria o nos volvimos un país?
¿Siguen sirviendo los héroes?
¿O son un invento antiguo, como el tranvía?
¿Tienen los héroes un ciclo y deben ser renovados?
¿Qué héroe necesitamos?
¿Seguimos necesitando saltadores al abordaje?
¿Cruzadores de cordilleras?
¿Guerrilleros?
¿Puede seguir siendo la creación
 de una nación el sentido de esa nación?
¿A quién queremos subir al pedestal?
¿Futbolistas, pingüinos, magnates?
¿Científicos como el Abate Molina?
¿Es posible crear o remover héroes a gusto?
¿O es el héroe el punto donde un pueblo
 fija espontáneamente la mirada?
¿Es un héroe un hombre?
¿O es el hombre sólo el punto de partida
 para la construcción social de un héroe?
¿Se le construye por agregación,
 depositando sobre un cuerpo de hombre
 capa sobre capa de símbolos y yeso,
 hasta conseguir una estatua?
¿O se le construye por simplificación,
 comenzando con un cuerpo de hombre
 y eliminando parte tras parte
 hasta dejar sólo el recuerdo del hombre,
 pero el comienzo de un dios?
¿Es el héroe una persona reducida a un único gesto simbólico?
¿Debe ser ese gesto un gesto melodramático, fácil de esculpir,
 que condense gran carga emocional en una sola imagen?
¿Será por eso que preferimos la estatua de un militar
 cargando a caballo que la estatua de un científico pensando?
¿Es traicionar a la patria dar la espalda a los viejos héroes?
¿Se sentirán ellos traicionados en sus tumbas?
¿O será que no se reconocen en sus estatuas,
 porque el héroe es un invento a partir de un hombre?
¿Y si es así, qué traicionamos?
¿Es más traición para la patria cambiar de héroe
 que para una empresa cambiar de logotipo?

Un juego de imaginación y de señales con un material altamente volátil que debe manipularse con cuidado..

Monedas
por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes y Letras,
Domingo 20 de mayo de 2007
        

A fines de los 70, el metro de París
tenía un curioso sistema de tarifas:
cada tren tenía un vagón de primera clase,
el resto eran de segunda.

Primera clase costaba tres veces más
y el precio era la única diferencia.

Como era absurdo pagar más caro por nada,
pocos lo hacían y de esa manera
hacían surgir el beneficio: más espacio y comodidad.

Creo que el ejemplo revela la naturaleza del dinero,
su abstracción, su capacidad de crear movimiento
sin gastar energía, si no poniendo en acción
la energía no utilizada de los demás.

Es raro el dinero.

Es el símbolo de lo material
y sin embargo es tan abstracto
que ni siquiera podemos imaginarlo.

Son números en una cuenta,
puntajes que alguien nos asigna
a cambio de nuestro trabajo.

¿Quién? Nosotros mismos,
los que jugamos el juego.

Los irritantes misterios de la conciencia
son una alpargata al lado de la cuestión del dinero.

El dinero no se inventó de golpe.

Necesitó el crecimiento
y maduración de una red de confianza.

Y cuando se entiende
que la historia del dinero
es la historia de la confianza,
se entiende el horror de los economistas
a la inestabilidad política.

Porque aunque el ciudadano imagina
las bóvedas del Banco Central repletas de monedas,
los tipos a cargo saben que están en realidad llenas de confianza.

Todas las monedas
podrían desaparecer por una rendija
y la economía seguiría viento en popa
mientras las bóvedas sigan llenas de confianza.

Por eso la economía es un juego de imaginación y de señales.

Mientras el trabajo del gobierno
es construir confianza sin blufear,
el juego de la oposición
es minar esa confianza sin matarla.

Es un juego cruel y peligroso,
porque la confianza es un material altamente volátil
que debe manipularse con cuidado.

Reclutando el abundante talento que existe más allá del magisterio‏

La escuela
por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes y Letras
Domingo 29 de abril de 2007     

Las escuelas que conocemos
monopolizan los sueños
y preparan mal para alcanzarlos.

El reciente debate sobre educación
expuso un espectro de opiniones
amplio sólo en apariencia.

Muchas propuestas para gestionar las escuelas,
pero ninguna que cuestionara la necesidad de su existencia.

Educación sí, ¿pero por qué escuelas?

Las que tenemos son cajas
donde entran niños indiferenciados
y salen mejor o peor preparados
para ingresar a la siguiente caja -la universidad-
el resto se desparrama por las praderas
y se convierte en cazador recolector.

La caja contiene profesores,
programas de estudio y computadores
(muy importantes, los computadores).

Este esquema se parece mucho
a una fábrica e induce a gestionarlo como fábrica:
Más demanda? Más fábricas, o más eficientes.

Pero mientras creamos
que el único que puede educar es un profesor
y el único lugar dónde hacerlo es la escuela,
estamos condenados a la fabricación
de ciudadanos estándar
que habitarán un país estándar.

La ecuación que exige
"educación para todos"
y "educación de calidad"
no tiene solución bajo estos supuestos.

Podemos intentarlo heroicamente, pero no tiene solución.

Estamos perdiendo
el talento de los niños que educamos,
pero también mucho talento
que está fuera de las escuelas
y que podría educarlos,
que hoy no cuenta con la licencia
ni los canales para hacerlo.

Hemos confundido
los fines con los medios,
educación con escolaridad.

Debemos recordar
que se educa a un niño
para tres cosas:
para que sea buena persona,
para que sea buen ciudadano
y para que desarrolle sus talentos.

La ecuación no se resolverá
ajustando las variables existentes,
si no abriendo grandes puertas
en el esquema actual,
ideas de gestión
que recluten el abundante talento
que existe más allá del magisterio

Un libro desprolijo sobre la inteligencia como sentido del paisaje...‏

Una novela 
por Beltrán Mena 
Diario El Mercurio, Artes & Letras,
Domingo 18 de marzo de 2007 


"Rápido, robusto o barato: elija dos". 
Es el slogan de la industria automotriz. 
Algo similar ocurre con los libros: 
"prolijo o vivo, elija uno".

La novela se está volviendo prolija. 

Prolijas descripciones 
de la perplejidad 
del ciudadano contemporáneo. 

Escritores profesionales 
que juegan sobre un tablero acordado. 

No dejan punto de vista sin considerar. 

Bañan su objeto de estudio 
desde todos los ángulos 
con su penetrante rayo láser 
y obtienen un preciso holograma de la realidad.

Forzados a decidir 
entre el detalle de las cosas 
y su movimiento, 
optan por lo primero. Anatomía.

Prefiero los escritores 
del movimiento, 
de la náusea, del ansia. 

Saben que no hay tablero. 

Siguen su punto de vista hasta el final. 
Confían en su carácter. Son arbitrarios. 

Avanzan a tropezones: 
Cendrars, Miller, Celine, Kerouac, 
Wolfe, Petronio, Dostoievski, Melville... 

Des-prolijos. Des-mesurados. Des-proporcionados. 

Les vendría bien un poco de prolijidad, 
pero la prolijidad es una virtud de tercer orden, 
no se debe comenzar por ahí.

Todo esto para recomendar un libro desprolijo: 
El enamorado de la Osa Mayor, 
del contrabandista Piasecki, escritor amateur.

Escrito en la cárcel, 
son sus recuerdos 
de cuando colaba cigarrillos, 
peinetas y medias bajo las balas 
por la frontera polaco-soviética 
de los años veinte. 

Es un libro sobre la inteligencia 
como sentido del paisaje. 

Sobre la ley y sobre lo que parece 
haber al otro lado de la ley: 
bosques frondosos y nevados. 

Es un libro ingenuo 
cuyos personajes 
cuentan chistes malos 
que no nos hacen reír, 
pero nos hacen felices.

Piaseki es beatnick veinte años antes de Kerouac, 
pero prefiere moverse Off the road. 

Para el contrabandista, 
el viaje está siempre 
en las orillas del camino. 

Léalo, no suelo hacer propaganda.

De individuo a masa, de masa a turba...‏

Amasando
por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes & Letras,
Domingo 7 de enero de 2007

Atrás quedaron los buenos tiempos del hombre-masa.

Epoca romántica en que la masa era una colección de individuos,
numerados por razones prácticas, pero finalmente individuos.

Hoy es el tiempo de la pura masa:
un material homogéneo que se puede estirar y separar en trozos,
pero que dejó de estar formado por individuos.

Así, a una empresa le importa un comino perder un cliente,
ni siquiera le importa perder mil, mientras consiga mil y uno.

Dispone para ello de un ejército de tristes vendedores
que pedalean para compensar la fuga de clientes enojados por el otro extremo.

Nuestros gerentes
conocen sólo dos maneras de disminuir la fuga:
amarrar al cliente con contratos de letra chica
y trámites engorrosos (una estrategia de fuerza bruta),
o crear monopolios camuflados
(una estrategia directamente bruta).

El individuo no se ve, pero sigue ahí, enojado.

Se enoja ante cobros telefónicos que nunca ha contratado.
Se enoja al llegar al cine y descubrir que le cambiaron la película.
Se enoja cuando los nuevos estacionamientos subterráneos
imponen como condición cerrar los de superficie.
Se enoja cuando suena el bip al entrar a una carretera
que él mismo había pagado hace treinta años.

Se enoja cuando
compara el precio de una lavadora
en cuatro grandes tiendas
y descubre que siempre vale $ 189.990.

El enojo del individuo acorralado se acumula.

Y el enojo no se pierde, sólo se transforma:
en frustración, en agresividad, en llantos secretos,
en aburrimiento y pérdida de sentido.

Se transforma, finalmente,
en la molotov que un individuo encapuchado lanza,
sin saber bien por qué, contra quien cree que debiera protegerlo.

La transformación ha terminado:
de individuo en masa y de masa en turba.