por Carlos Peña
Diario El Mercurio, Reportajes
Domingo 24 de octubre de 2012
Domingo 24 de octubre de 2012
Esta noche, sea que la derecha ocupe o no el balcón de Santiago, comenzará a definir para sí una cuestión crucial: el nombre de su candidato.
Y deberá escoger entre Golborne y Allamand.
Allamand y Golborne -discreparon esta semana acerca de cuál debía ser la actitud de un ministro en tiempos electorales- representan dos distintos caminos para la derecha.
Uno de ellos -Golborne- es fruto del azar, de una rara conjunción de circunstancias sin las cuales él seguiría siendo lo que en el fondo es: un ingeniero simpático, con un discurso apenas a ras de piso; un candidato accidental, alguien que tropezó, como quien se encuentra una moneda, con la posibilidad de ser presidenciable. Por eso, Laurence Golborne quiere ser candidato con el mismo entusiasmo y por las mismas razones que, hasta anteayer, se devanaba los sesos en el retail , es decir, por ninguna en particular salvo el anhelo de ganar.
El otro -Allamand- es un político profesional, el fruto de una vocación que comenzó en la adolescencia, alguien que labró durante más de treinta años su posibilidad de erigirse en candidato. Él es un resultado de esa extraña pulsión, esa porfía que hace que los seres humanos sean capaces de mantenerse en el camino incluso a pesar de los fracasos y, a veces, sobrellevando las peores desgracias.
Uno es el resultado del emprendimiento; el otro es un político tallado por la historia de la transición.
Por cuál de ellos opte la derecha no será, finalmente, baladí. Cómo será la derecha en el futuro, qué fisonomía transmitirá a las nuevas generaciones, qué tipo de cultura cívica es la que esparcirá, dependerá, en buena medida, de si es Golborne o es Allamand el candidato.
Así lo prueba la actitud que ambos han tenido en la disputa electoral.
Mientras Golborne ha tomado todas las oportunidades que se le han puesto por delante, sin desaprovechar foto, declaración, fiesta o reunión a la que lo inviten, Allamand ha preferido ceñirse a la reglas evitando que su intención de ser candidato contamine o influya en sus actividades o en su función de ministro.
Uno -Golborne- actúa con la sagacidad del emprendedor que aprendió el éxito a punta de aprovechar las oportunidades; el otro -Allamand- actúa con apego a las reglas, con la experiencia de quien ayudó trabajosamente a construirlas.
¿Cuál de ellos representa mejor el espíritu que la derecha quiere tener para sí?
Durante el siglo XX, la derecha eligió un Presidente -Alessandri- que rehusó reconocerse como un político profesional, a quien gustaba repetir el imaginario de la eficiencia empresarial y simular gestos de asco por la política. En el siglo XXI -si se descuenta la dictadura- eligió a Piñera, alguien a quien le gusta más el poder que la política.
Golborne repetiría el patrón. Allamand lo cambiaría. Sería el primer candidato presidencial de la derecha que no vive su vocación como una experiencia vergonzante, capaz de elaborar un discurso que se eleva un poco más allá de las necesidades de la gente y cuidadoso, como lo ha mostrado estos días, de las rutinas y de los ritos del Estado.
Golborne, suele decirse, se parece a Bachelet: comparten el origen mesocrático, una historia familiar cruzada por las desavenencias del país, la sencillez y el indudable carisma. Pero se olvida una profunda diferencia: Bachelet ha sido toda su vida una militante, alguien que piensa que la política, y los partidos, son de las cosas más importantes de la vida. Golborne -hasta tropezarse con los mineros sepultados vivos- nunca tuvo a la política o a los partidos en su horizonte. Si hay que hacer comparaciones, la mejor de todas es la de Allamand con Lagos. Ahí -al margen de las diferencias, es cosa de recordar la dictadura- sí hay coincidencias. Parecida vocación, el mismo sentido del rito republicano, igual voluntad mantenida contra toda evidencia.
No hay duda.
Si Golborne es el candidato, Bachelet competirá contra una parte de sí misma; si es Allamand, Bachelet competirá, en algún sentido, con un recuerdo de Lagos.
*: El título no es el que aparece en el diario (para no confundirlo con otro artículo)
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