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Pudor expresivo


por Héctor Soto
Diario La Tercera, 26 de octubre del 2012 
http://blog.latercera.com/blog/hsoto/entry/bienvenido_mr_affleck

Es fantástico salir del cine tratando de establecer desde cuándo que Hollywood no entregaba una película así de inteligente, de emotiva y de bien hecha. ¿Meses, años? En todo caso, mucho tiempo. Ojo: Argo no es sólo de los pocos títulos que dignifican la cartelera. También debería extender el acta oficial de bienvenida de Ben Affleck al circuito de los directores con talento. Su debut en Desapareció una noche ya inspiraba respeto. Su segunda realización -Atracción peligrosa  (The town)- pudo ser mas débil, pero igual correspondía a un cineasta que se estaba tomando en serio. Con la tercera no queda duda alguna: Ben Affleck ya calificó.


Sí, no hay que exagerar. Y no hay que hacerlo porque esta es una película bien convencional, que no intenta probarle nada a nadie y que tampoco se propone correr las fronteras de la expresión fílmica. Lo que entusiasma, sin embargo, es su profesionalismo y coherencia, su regreso a la ética y estética acuñadas por cineastas como Lumet o Pollack en los años 70 y, no en último lugar, su pudor expresivo. De acuerdo: nada de esto es nuevo y en el pasado lo hicieron mejor muchos otros cineastas. La sorpresa radica en cómo los mecanismos y convenciones del cine clásico todavía funcionan con notable efectividad y en cómo esta cinta, a la vez jugada y modesta, combina el espectáculo con la lucidez y el punto de vista personal.


La historia de Argo es la de los funcionarios de la embajada de los Estados Unidos en Irán que alcanzaron a arrancar en el momento en que estaba siendo tomada por los fundamentalistas que exigían el regreso del sha. Los seis se han ocultado en la casa del embajador de Canadá y el agente Tony Méndez es el encargado de sacarlos del país. Su plan es malo (inventar una película de ciencia ficción que jamás se filmará y sacar a los fugitivos como parte del equipo de producción que llegó a locacionar en Teherán), pero menos malo que todos los demás y supone sumar a las imposturas de la CIA las falsificaciones de Hollywood y ese verdadero festival de furias para la galería que distingue a toda revolución en sus fases iniciales. En cierto modo, todos están blufeando. Todos están representando algo. Partiendo por el protagonista. Pero el caso suyo es distinto. Primero, porque está solo, lo cual es muy coherente con la fibra individualista del cine norteamericano. Además, porque de los disfraces de este agente de la CIA -el menos glamoroso que ha visto el cine, el más retraído y autónomo- dependen vidas y porque él asume su desafío hasta extremos que hacen añicos los protocolos de conducta de la organización a la cual pertenece. El momento de su desobediencia quizás sea el más emotivo de toda la narración.


¿Esto explica todo? ¿Esto es lo que hace de Argo una película convincente? Sí y no. Ahí está el piso, no el cielo. Lo que exalta la obra a otras alturas es eso que antes se llamaba la artesanía y que con el tiempo supuestamente se convirtió en un commodity dentro de la industria, porque Hollywood y sus gremios ya consiguieron que haya un especialista para todo durante la producción. Para lo único que no hay es para dirigir y eso es lo que hace la diferencia en esta cinta. Hay muchos, muchísimos momentos, donde la tensión dramática se recalienta y se sobregira un poco, pero vaya que hay coraje en hacer una película de acción donde se dispara un solo tiro, donde Affleck corta antes de que se derramen lágrimas y donde a propósito de temas que tocan temas muy serios -el patriotismo, las operaciones encubiertas de la CIA, el oportunismo político que pone en juego vidas humanas-, el relato se permite observaciones divertidas y logradas situaciones de comedia. Hasta Marx sale al baile, a partir de su convencimiento de que la historia se repetía primero como tragedia y después como comedia. Pero no por casualidad el “director” de la película que no se filmará lo dice al revés. Es una vieja tradición en Hollywood esto de reírse de sí mismo. Lo que no es tan habitual es reírse de otras cosas que son bien serias y hacerlo con alguna inteligencia. Especialmente ahora, cuando todo parece haberse “hollywoodizado”, vaya que hay harto paño que cortar.

Un actor cuya carrera tiene puntas gloriosas (Chasing Amy) y también miserables (Pearl Harbour) se instala con visos definitivos en la dirección. Por favor, que persista.

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