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La mitad de una naranja por Gustavo Santander



Diario El Mercurio, Revista Ya
Martes 30 de octubre de 2012

El tiempo en los aviones parece pasar con otro ritmo.  Luego de muchas horas de viaje, aterricé en Amsterdam y tuve que adelantar las manecillas de mi reloj, trasladándome como por arte de magia al futuro.   Mientras en Santiago la gente se disponía a dormir o ya lo hacía, aquí, los cafés ofrecían desayuno. Sin siquiera prender el celular para ver si Antonia me había respondido algo, enrumbé hacia otra sala de embarque y me subí a un KLM que me llevaría, finalmente hasta Estocolmo.  Pese a lo corto del trayecto me dispuse a dormir un rato, esperanzado en que el sueño se llevara de mi cabeza las preguntas que me asaltaban: ¿sería yo realmente la persona correcta para Antonia? ¿sería ella la persona correcta para mí? Dicen que un pesimista es un optimista bien informado y yo no quería hacerme demasiadas ilusiones.  "Hay gente que no nace para forma pareja, Gustavo", me dijo una vez Kazumi, con una seguridad que hizo que sus palabras me golpearan como una bofetada.

En esa misma ocasión, me dijo, citando algo que al parecer atribuía a Lennon: "A todos nos han hecho creer que somos la mitad de una naranja y que, a fuerzas, debemos encontrar la otra mitad para ser felices.  Nunca nos dieron la oportunidad de pensar que nacemos enteros que no tenemos derecho a delegarle a otro la responsabilidad de completar lo que nos falta".

En ese momento no atiné a decirle nada, además, le encontraba toda la razón que ni siquiera se me ocurrió buscar algún argumento para contradecirla. "Tú eres bastante parecida a mí. También te gusta estar sola y que creo que no cambiarías eso ni por mí ni por nadie" le dije, esperando una respuesta alentadora, pero no fue así.  "Sólo tienes razón a medias. Es verdad que somos parecidos y que no cambiaría esto por ti, pero estoy segura que algún día encontraré a alguien por quien estaría dispuesta a dejarlo todo.  Y tú, ¿crees que algún día estés dispuesto a cambiar tu vida por alguien?" me dijo.

El recuerdo de ese momento se rompe con un golpe seco, el choque de las ruedas contra el asfalto de la pista.  Kazumi se esfuma de mi mente mientras el avión se comienza a detener.  Una voz femenina informa de la hora local.  Por la ventana entra la luz de una mañana despejada, los pocos pasajeros se levantan y comienzan a sacar su equipaje.  El celular vibra en mis manos, hay un mensaje esperándome.

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