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¿Esperando a la «Gordi»?‏



"Acto de presencia..."

por Fernando Villegas

Publicado en Reportajes de La Tercera, sábado 20 de octubre del 2012.
 Lo real, lo sustancial de la postura de la Alianza, es fagocitarse; la de la Concertación lo es esperar. Esperan y de esa espera depende todo. De no llegar Godot caerá el telón.

Samuel Becket escribió una lúgubre obra de teatro llamada Esperando a Godot. En ella, dos fulanos se lo pasan esperando a cierto personaje de ese nombre, quien nunca comparece. Dicen los tratadistas que ese Godot invisible e impresentable representa la esperanza, la huida de la agobiante cotidianidad, el azar o el destino que toca la puerta, trayendo quizás un alivio, una huida del vacío de la vida. Es para escapar de todo eso por lo que ambos, Vladimir y Estragón, suerte de despojos metafísicos representativos de todos nosotros, esperan a Godot y desesperan porque no llega y luego vuelven a esperar. Si les preguntan en qué andan, dicen “estamos esperando a Godot”. De eso, de dicha esperanza hueca y cada vez más gastada porque ni siquiera saben qué traería, se aferran todo el tiempo. Y esperan hasta el final sin que Godot llegue jamás.

La Concertación o más bien sus partes componentes, una de las cuales se esfuerza en proyectar “gobernabilidad” mientras la otra se inclina hacia la “izquierda”, denominación que el derrumbe de los socialismos ha convertido en vocablo misterioso, también esperan. Dichas partes, llamémolas por ahora Vladimir y Estragón, esperan no a Godot, sino a Michelle Bachelet. Sin embargo, a diferencia de los personajes de Beckett, esperan que quien esperan no llegue pronto y en verdad desesperarían si lo hiciera de inmediato. De Bachelet-Godot aguardan la salvación en el momento preciso. “Preciso” significa no tan pronto como para que se note que viene con las manos vacías.

CASA DE LA RISA
Pero eso es sólo parte de lo que le ha dado, a la brega electoral, un aire de farsa. De farsa o tal vez de juego de sombras, como en esas óperas del arte tailandés, siluetas huidizas proyectadas contra un telón y que no hablan y no se sabe bien, en realidad, qué están haciendo. No declarada oficialmente, la temporada presidencial tiene mucho de esa condición, porque casi todos sus protagonistas están jugando a las escondidas, a las fintas y los visteos. La Alianza contribuye, además, con su escasa disposición para aliarse consigo misma, presa de su conocido auto canibalismo; la Concertación suministra su conmovedora vaciedad existencial y política y una carencia total de ideas porque, seamos francos, una lista de lavandería llamada “programa” no es una idea, menos un “borrador” de programa, menos aún si lo prepara Francisco Vidal, tipo inteligente pero algo desbocado, quien al escribirla parece que ha olido el recuerdo del aroma de los lejanos asados que se celebraban en la escuela de pedagogía en Historia en los años 60, cuando todos iban a ser reinas. Lo real, lo sustancial de la postura de la Alianza, es fagocitarse; la de la Concertación lo es esperar. Esperan y de esa espera depende todo. De no llegar Godot caerá el telón. Es entonces una política “de oposición” que pese a sus alardes revolucionarios, de tumulto y de obstrucción, de interpelaciones y acusaciones, es intrínsecamente muy poco “pro-activa” sino más bien reactiva, la marcha del cangrejo caminando hacia atrás, hacia la reconquista de la ahora ilusoria imagen de los gloriosos años de la administración Bachelet. Todo, entonces, sucede a la inversa como en un espejo de la Casa de la Risa, con el cual, para entender lo que sucede, hay que ponerse patas para arriba. Por lo mismo, al contrario del Godot de Beckett, quien jamás se aparece, este otro Godot va a aparecerse, aunque también al contrario del Godot de Beckett, a quien por no aparecerse podía imaginársele trayendo la salvación, este llegará con las manos vacías. Será, en todo el sentido de la palabra, sólo un "acto de presencia".

De ahí resulta que esta campaña, que no se atreve a declarar su nombre, siendo una proyección lastimosa de lo anémico de la política en tiempos que requieren precisamente lo opuesto, grandes ideas y grandes inteligencias, resulta ser también reflejo genuino del alma nacional, la que, en el momento presente, se debate en medio de infinitas confusiones, no muy segura ya de si pedir más justicia del modelo o solicitarle al Altísimo su ajusticiamiento. Nada más adecuado, entonces, que este espectáculo de la mitad de la política chilena, a la espera de un espectro y la casi totalidad de la prensa política chilena atropellándose en su persecución, tras los pasos de ese cuerpo silente y escurridizo cada vez que nos visita; lo hacen con el propósito de ver si logran captar un saludo, si desentrañan el significado de un gesto, si la fotografía de esa sombra lejana que va a espaldas del aparecido es su vocero oficial. En breve, una política de tablero de Ouija sobre una mesa de tres patas ha suplantado la de antes, ya obsoleta, esa basada en programas, declaraciones, afirmaciones y candidaturas claras. Hoy estamos enloquecidos por captar señales del más allá.

RESPETABLE PUBLICO
El respetable público, mientras tanto, observa no ya atónito, sino con creciente disgusto estas sesiones de espiritismo político. Es de presumirse que la ciudadanía, que ya se dio una panzada de eslóganes el 2011, espera hoy visiones de futuro, proposiciones específicas. No comparte el afán electoral y de cálculos de urna, el de unos por preservarse en el poder y el de otros, por recuperarlo. En tiempos cuando se requiere máxima reflexión -hay al menos cinco potentes y amenazantes mega temas cascando hacia el 2013-, tenemos, al contrario, sólo un sucedáneo apocalíptico, las parrafadas proféticas de quienes anuncian el fin del modelo o la marcha “hacia la izquierda”, hoy por hoy lugar ignoto. Desde la Alianza, ni eso…

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