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Sylvia Soublette, una vida con Gabriel Valdés


"Gabriel no era un político político"
por Raquel Correa
Diario El Mercurio, 1˚ de Octubre de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/10/01/el_sabado/_portada/noticias/8A8C58F9-EB86-44B5-A3F7-DB98DCDE7EA7.htm?id={8A8C58F9-EB86-44B5-A3F7-DB98DCDE7EA7}

A exactos 20 días de la muerte del ex Canciller, su viuda da su
primera entrevista periodística. Tras 65 años de matrimonio, habla del
amor que se tuvieron, de las culpas con sus hijos, de cómo lograron
compatibilizar la política con el arte, del hijo que adoptaron y de
por qué no alcanzó la Presidencia de la República.

Gabriel se fue. Ella se quedó. Pero no se quedó llorando. Sylvia
Soublette Asmussen se tragó las lágrimas. Y, al día siguiente de
despedir al hombre con que compartió la vida por 65 años, volvió a
dedicarse, noche y día, a cumplir su sueño: grabar un disco con música
suya. Ya está casi listo. Con cantos corales, piezas compuestas hace
poco y hace mucho. Llevará en la carátula el retrato que le hiciera
Guayasamín y que conserva con orgullo en su sala de música repleta de
hermosos instrumentos antiguos, donde ella se refugia días enteros.

Aún no sabe cómo se llamará el disco que está grabando. Esa música que
tanto le gustaba a Gabriel Valdés, su marido con el que tuvo tres
hijos excepcionalmente talentosos. "Los niños", como los alude Sylvia.
Así mismo los llamaba Gabriel. Juan Gabriel, el diplomático; Max, el
músico y María Gracia, la niña mimada de Gabriel, también con dotes
musicales.

Gabriel Valdés Subercaseaux compartía la misma afición por la música,
pero no le dedicó la vida como ella. Una vida llena de historia la que
tuvieron ambos. Él, como canciller del gobierno de Frei Montalva, como
subsecretario general del Programa para el Desarrollo (PNUD), como
senador y presidente del Senado y, finalmente, como embajador en Roma.

Con esos ojos que le chispeaban de picardía o se le oscurecían de
enojo. Severo, alto, buenmozo, inteligente y culto, discutidor y gran
conversador, enamoró a Sylvia apenas la vio.

-Juan Orrego dirigía el coro de la U. Católica. Un día vine de Viña a
oír sus coros. Vi a un señor en un rincón y alguien me dijo: "Ese es
el mejor bajo que tenemos, se llama Gabriel Valdés". Me vino a
saludar. Lo hallé regio. Me dijo por qué no viene mañana. Vamos a
interpretar la "Cantata de los Ríos", de Domingo Santa Cruz, y yo voy
a cantar. Después me invitó a tomar té en el Carrera. Fui con una
amiga y pensé: "Con este hombre me voy a casar".
Él tenía voz de barítono. Ella de soprano.

-¿Cómo se afiata un barítono con una soprano?

-¡Espléndido! -exclama riendo-. Hace años, en una entrevista, el
almirante Merino me dijo que detestaba a Valdés. No por sus ideas
social-cristianas como era de suponer, sino "porque se llevó a la
mujer más linda de Viña del Mar".

Fotografías suyas de esos tiempos ratifican su comentario.

Sylvia lleva sangre francesa en sus venas, igual que Gabriel. Ella
recuerda, como si fuera hoy, el cuarteto que formaba él con sus
hermanos Margarita, Blanca y Alfonso. "Quedé encantada con este
cuarteto y, cuando nos casamos, se transformó en quinteto", dice con
emoción.

Ambos compartieron el amor por la música que llenó la infancia de ella
y su vida entera. "A él le encantaba la música, pero la política fue
mucho más fuerte".
-Yo escribo música porque para mí es una necesidad. Creo que este
disco es lo último que voy a hacer. A esta edad uno siente el deseo de
perdurar.
Admite que los ensayos, que le copan el día, le han servido como
refugio. Ahora, para pasar la pena. Y, durante todos estos últimos
meses, para soportar la enfermedad de Gabriel, postrado, con
kinesiólogos varias veces al día, asfixiándose.

Ya tiene nueve nietos y seis bisnietos. "Gabriel alcanzó a ver la foto
del último. Se llama León. Y es muy narigón: eso debe venirle por
Gabriel", comenta.
En la terraza, llena de plantas floridas, hay dos jaulas con catitas.
Y por ahí anda Benjamín, un poodle que se acomoda en la falda de
Sylvia.

En el escritorio de Valdés, ya vacío, destaca la escultura de su
hermano Francisco, el sacerdote franciscano en proceso de
beatificación. Estantes llenos de libros revelan su pasión por la
lectura. Y, a la vista, una foto suya con sus grandes amigos: Sergio
Ossa Pretot y Sebastián Vial, compañeros desde el Colegio San Ignacio.

"Ellos se reían mucho juntos y conversaban sobre quién se iba a ir
primero... Y el primero fue Gabriel", cuenta ella mirando la
fotografía.
Culpas con los hijos

Cómo pudo esta mujer compartir su rol de esposa y madre con una vida
artística tan activa: cantante, directora de coros, instrumentalista,
docente, viajó por todo el mundo. Ella lo explica:

-Mi pasión es la música. La pasión de Gabriel era la política. Y ambos
nos respetamos los espacios.

-Pero los hijos...

-Tuve mucha suerte. Vivíamos en Vitacura, muy cerca de mi mamá. Y la
mamá de él, misia Blanca -que no podía estar sin Gabriel- también se
fue a vivir cerca de nosotros. Entonces, las dos abuelas que adoraban
a los niños se hacían cargo de ellos cuando yo faltaba.

-¿Ha tenido sentimientos de culpa por haberlos dejado tantas veces solos?

-Sí. ¡Por supuesto! Hasta el día de hoy tengo sentimientos de culpa. A
veces se los digo a los niños y ellos me dicen que no hay problema,
que son lo más normales y que admiran mucho lo que hicimos.

Una vez estuvieron dos años becados en París. Él, en la Sorbonne
estudiando ciencias políticas. Ella, composición musical.

-Los niños se quedaron con mi mamá -recuerda-. Yo sufrí mucho. No
teníamos dinero para venir, hablábamos muy de vez en cuando por
teléfono...
Al comienzo, a Sylvia no le interesaba la política en lo absoluto.

-Yo no sabía nada de política. Pero estando con Gabriel ¡era
imposible! que no tratara de entender.

-Cuando él murió se dijo que era el Presidente que Chile se perdió...

-Yo pienso ahora que Gabriel no era realmente un político político.
Pienso que era más bien un filósofo de la política. A él le interesaba
mucho lo que sucedía en los movimientos sociales, el por qué pasaban
las cosas. Empezó en la Falange, que se inició por las encíclicas
papales. En ese tiempo Gabriel era muy observante, y no estaba con el
capitalismo ni con el comunismo. Era un hombre que siempre estuvo al
día. Nunca miraba el pasado, en el sentido político. Era creativo.
Siempre mirando hacia adelante.

-Pero quiso ser Presidente.

-Es que Gabriel no era un luchador. No iba a pelear contra Andrés
Zaldívar, cuando fue Lagos. Habría podido ser él, pero no lo fue
porque no iba a luchar por conseguirlo.

-Pero, ¿le habría gustado ser Presidente?

-¡Claro! Le habría encantado. Pero no luchó para serlo. Y nunca dijo
'qué pena que yo no fui'. Esas son leyendas.

-¿Y a usted le habría gustado ser Primera Dama?

-No -replica enfática-. A no ser que hubiera conseguido mucho apoyo de
países europeos para mejorar la música en Chile. Me duele que hoy no
existan educadores musicales. Eso es muy distinto que ser un profesor
de música que conoce las notas.

La despedida de Valdés se hizo con la música compuesta por Sylvia. Rememora:

-Yo había escrito la "Misa de Roma". Hicimos un concierto con el coro
de la U. Alberto Hurtado y Gabriel fue a escucharlo. Cuando se cantó
el Agnus Dei, a Gabriel se le cayeron las lágrimas. Y eso se le cantó
en su última misa en la Catedral.

El hijo adoptivo

Una historia conmovedora de esta pareja fue la crianza y adopción de
Enrique Bravo, hijo de Rosa, una empleada de hace unos años. El niño
que ellos educaron y terminaron adoptando legalmente.

-Llegó a nuestra casa la mamá de Enrique -relata Sylvia- con un niños
de un año y medio. Era tan inteligente. Andaba siempre pegado conmigo.
Cuando Gabriel se fue a Naciones Unidas nos llevamos a la mamá y a él.
Vivíamos al lado de Nueva York y lo pusimos en un colegio donde
aprendió tan bien el inglés que pasó a ser su primera lengua. En Chile
lo habíamos tenido en el Nido de Águilas. Él tenía su carita bastante
chilena y ahí había puros niños americanos. Un día le dijo a su mamá
¿por qué no me llevas a la peluquería para que me pongan el pelo
amarillito? Al final, Gabriel lo puso en el Colegio de Naciones
Unidas.

-Después -continúa-, cuando la María Gracia se fue con su familia a
Venezuela, porque en la dictadura habían decidido que Tomic era un
peligro para la sociedad, le pedí a la Rosa que se fuera con ella para
que cuidara a los niños. Entonces, Enrique quedó solo con nosotros.
Era como nuestro hijo único.

-¿Cómo les decía?

-A mí me dice mamá Sylvia y a Gabriel siempre le dijo don Gabriel. Él
inspiraba más respeto, yo soy más al lote. Él fue un compañero
estupendo para nosotros. Enrique estudió tres años en Roma y después
se fue contratado a Holanda. Lleva diez años en una filial de Estados
Unidos para las armas químicas.

-Hace poco -concluye la historia- Gabriel, que lo quería mucho, mucho,
un día me dijo que quería dejarle su nombre. Y ahora se llama Enrique
Bravo-Valdés. Yo lo quiero tanto como a los otros niños.

Termina su relato emocionada. Cayó la tarde y su departamento se ve
demasiado grande. Es como si la nostalgia lo hubiera invadido de
pronto. Sylvia, que ha estado serena, incluso riendo, se emociona, se
le llenan los ojos de lágrimas y se despide. Va a hacer las maletas
porque parte a Buenos Aires con la María Gracia y Jorge Andrés
Richards: Maximiano dirigirá por primera vez en el Teatro Colón. Hasta
allá llegará también con Juan Gabriel.

"No iba a pelear contra Andrés Zaldívar, cuando fue Lagos. Habría
podido ser él, pero no lo fue porque no iba a luchar por conseguirlo".

El Gabriel cotidiano

-Gabriel Valdés en la vida diaria era...

-Un hombre muy abstraído. Siempre leyendo, salvo en las tardes en que
nos sentábamos a ver las noticias. Se leía todos los diarios del
mundo.

-Con sus hijos fue...

-En eso, los dos muy anticuados. Creíamos en la figura del padre
severo, muy presente, pero modelo. No creíamos en esos padres que son
amigos de los niños. Cuando crecieron, entonces fueron muy amigos.

-En sentido figurado, ¿entregaba las llaves o manejaba él?

-Manejaba, pero en algunas cosas entregaba las llaves. Era lo más
desordenado. Cuando estaba sano, él ponía los temas, discutía fuerte
con los niños.

-Panoramas favoritos:

-Cuando jóvenes, todos los sábados y domingos salíamos con los niños a
recorrer pueblos. Después, los fines de semana en la playa.

-Religiosidad:

-De joven fue muy observante. Fue presidente de los estudiantes
católicos. Después, no tanto. Era crítico de la Iglesia. Cuando estaba
tan grave, yo me preocupé y un día le pregunté. Me dijo "Jamás he
perdido la fe en Jesucristo".

-Su lugar preferido:

-Italia y Francia. A él le fascinaba Italia. Ya estando enfermo, quiso
ir para allá. Y Valdivia, por supuesto.

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