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Decepcionados, indignados y desconcertados



por Francisco Javier Díaz 

Diario El Mercurio, sábado 22 de Octubre de 2011

El país vive días agitados, donde parecen primar emociones antes que razones. La decepción, la indignación y el desconcierto recorren el ánimo de muchos, haciendo que se retraigan, o no se escuchen, las voces que desean centrar el debate en los temas relevantes y en los canales adecuados. Termina así generándose una explosiva mezcla entre altisonancia, arrogancia y tontera.

Se quema un bus a plena luz del día. Carabineros se ve sobrepasado por adolescentes encapuchados, pero no trepida en detener a centenas de barristas de un equipo de fútbol caminando por la calle. El ministro del Interior se vanagloriaba hasta hace pocos meses de haber controlado el "Día del Combatiente", pero ahora, tras semanas de combate, brilla por su ausencia.

Se ordena un desmedido desalojo, con Fuerzas Especiales, de las tribunas de la Cámara en Valparaíso, mientras que en Santiago se permite el ingreso al Senado de manifestantes vociferantes hasta las barbas del ministro de Educación. Los congresistas, a su vez, discuten acaloradamente entre un netbook o un iPad.

En Santiago, una señora se defiende sola de los encapuchados con un bastón de hockey. En Concepción, un feriante de barriga prominente encara, pistola a fogueo en mano, a un sorprendido (y cobarde) manifestante.
Los temas en debate son muy relevantes como para que se entreguen a ese circo. Jackson, Vallejo y Ballesteros son de los pocos que parecen tenerlo claro. Hay una profunda demanda social por revisar los fundamentos del sistema educacional, lo que no encuentra cauce político producto de una institucionalidad injusta. El Gobierno se parapeta en la legalidad que le permite a la minoría imponerse por sobre la mayoría, porque para reformar la educación se requiere un quórum de 4/7 en ambas cámaras, guarismo que, binominal mediante, es imposible de alcanzar. Es decir, no existe vía democrática para zanjar la diferencia.

La Confech lo sabe, y por eso busca una salida que combine logros de corto plazo, costo político para el Gobierno y cambio estructural para el largo plazo. Estrategia racional y posible. El problema es que en los otros actores priman las emociones y no las razones.

En la derecha, la decepción por el mal desempeño del gobierno es evidente. Los logros -salvo el posnatal- no se ven por ninguna parte. La nueva forma de gobernar parece un mal recuerdo de un mal chiste, y el 24/7, nombre de farmacia. Priman los dogmáticos. Las encuestas no remontan. Los cuadros técnicos abandonan el barco. Parlamentarios oficialistas colocan apellidos a la lealtad que le deben a su gobierno. El problema en la derecha es que en política, al igual que en el amor, la decepción es la antesala del arrepentimiento.

Los indignados, por su parte, hacen eco de la marea alter mundialista y acumulan las más variadas causas a su reclamo. Es cierto: es patético ver a ex autoridades de gobiernos pasados hacerse pasar hoy por oprimidos, cuando nada dijeron mientras disfrutaron del auto fiscal por tantos años. Pero en Chile la indignación tiene cierta base. El mundo desbocado de los mercados financieros, sumado a nuestra institucionalidad política pétrea e injusta, hace que muchos no vean salida. De ahí su indignación. El problema es que indignación sin propuesta, termina siendo histeria.

La Concertación casi por completo desconcertada. Sencillamente no entiende el país que ayudó a construir. Los autocomplacientes se refugian en la defensa de lo hecho como gremio de viejas glorias. Los autoflagelantes desconocen su propia historia. ¿Es que nadie puede hacer un análisis sereno de los aciertos, errores e imposibilidades?

En definitiva, es de esperar que la acalorada primavera dé paso a un sensato verano, donde los temas de fondo sean los que se discutan, con perspectiva política, sin anteojeras ni oportunismos.

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