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"Misterios de Lisboa. Primera parte"


"Misterios de Lisboa. Primera parte"
 
por Antonio Martínez
Diario El Mercurio, Wikén,ttp://diario.elmercurio.com/2011/10/21/wiken/_portada/noticias/798A937B-338B-4EC8-81A0-E178DA5D4811.htm?id={798A937B-338B-4EC8-81A0-E178DA5D4811}
 
Esta es una de las obras maestras de Raúl Ruiz y tiene la magnificencia de las imágenes, porque el director emplea la cámara como un pincel mágico y el cine, entonces, reúne a las artes clásicas, y aparece con fuerza primitiva y refinada delicadeza, el invento de hace 116 años.
El cine se convirtió en séptimo arte gracias a películas como "Misterios de Lisboa", una obra esplendorosa, con la marca de nacimiento de un maestro y una película que asombra y humilla con su estirpe majestuosa, noble y piadosa.
Son las mil y una noches, porque la película no se cansa de contar historias, y quizás esa seña de identidad, tan propia de Ruiz, la convierte en un océano sin costa que podría durar y navegar eternamente. Así, entonces, el final de la primera parte se conecta con la segunda mitad, porque anuncia historias nuevas e inconcebibles.
En este puerto están todos los cuentos: los firmados por una tía vieja y los de un director de culto, los de un compadre de aventuras, los que relata un huérfano, una doña o un conde y los imperceptibles, como los de ese niño ingenuo que todavía no sabe lo que dice.
Un niño sin nombre que pide que lo acompañen, porque quiere mostrar a unos ahorcados. Y al pasar cuenta su mínima historia: "Ese es mi padre".
Un criado fiel y dedicado, se llama Bernardo y se esconde cuando llora.
O un asesino a sueldo, Come Cuchillos (Ricardo Pereira), que cuando dispara y acierta, grita y salta como en el estadio, y como es malo de veras eructa a cada rato.
Los personajes viven durante la primera mitad del siglo XIX, algunos de las sobras, otros de la riqueza; son los territorios de la aristocracia portuguesa y el padre Dinis (Adriano Luz) va con los unos y los otros, porque tiene una debilidad: los misterios. Una forma de describir el laberinto de la naturaleza humana.
Un personaje secundario, alguna vez, dirá que las cosas de la vida para los pobres -hijos bastardos, violencia familiar, matrimonios rotos, secretos, manos con sangre, juramentos de venganza- son tragedias para los nobles.
Todo se lee de dos maneras o de tres o de todas las posibles. Las historias se sabe cuando comienzan, pero no cuando terminan, porque el pasado no descansa ni enterrado. Y en el camino, porque este es un folletín inagotable, la carga no se arregla, sino que se alarga, tuerce y enreda.
Y el padre Dinis, en honor a la verdad, es un misterio en sí mismo, y por eso nunca niega nada y dice que todo es posible.
"Misterios de Lisboa. Primera parte" posee una energía creativa gigantesca y se podría leer como una gran suma final, que descubre nuevas verdades narrativas, formas desconocidas de encuadres, travellings y planos secuencias.
Nadie filma así y esta película, por tanto, es un molde para admirar y enseñar.
La única conclusión posible es obvia, pero es necesario repetirlo: el hombre que filmó todo esto, necesaria y obligatoriamente, es un chileno que nació en Puerto Montt.
Portugal, 2010. Director: Raúl Ruiz. Con: Adriano Luz, Maria Joao Bastos, Ricardo Pereira. T.E
 

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