© José Miguel Méndez
Un diagnóstico: "Estamos ante un cambio de paradigma"
[ Por Paulo Ramírez ]
Revista Qué Pasa, 27 de Octubre de 2011
El consultor Eugenio García dice que el caso La Polar les abrió los ojos a los chilenos: el agobio no era de unos pocos, sino que de todos. Y ahí dijeron basta. ¿Qué hacer? Nadie tiene una respuesta, por eso hay que partir de cero.
El trabajo de Eugenio García es ponerle nombre a lo que está pasando. Las empresas y las instituciones lo llaman para que les diga cuál es el signo de los tiempos. En mayo pasado, en un estudio encargado por Icare, ese signo de los tiempos se resumía en esta frase pronunciada por un chileno promedio: "Estoy feliz de participar en el sistema, pero me siento agobiado". Un mes después, en un estudio para otro cliente, apareció la sorpresa. El chileno medio decía: "Éste sistema es injusto; hay que cambiarlo".
Eugenio García tiene estudios de filosofía, ha sido publicista y fue director de Programación de TVN, pero lo que verdaderamente lo define es su labor como consultor, en una empresa llamada provocativamente El Otro Lado. Su concepto favorito: el sentido común. Y lo que ve por estos días es un cambio revolucionario en el sentido común de los chilenos.
"Estamos ante un cambio de paradigma. Todo lo que teníamos por seguro, por estable, por consolidado, está puesto en duda", dice, sentado en su oficina, una casa estilo inglés en el barrio Alonso de Córdova, todavía medio amargado por haber sufrido un robo el fin de semana.
- ¿Todo puesto en duda? ¿La democracia, el mercado, el sistema en sus bases?
- Sí, pues. Porque al final la democracia no es tan democracia... el mercado no es tan libre. Y eso se produce porque la democracia representativa obliga a que los representantes tengan autoridad y que sean reconocidos y respetados por sus votantes. En cuanto al mercado: para que el mercado funcione tiene que haber igualdad de poderes entre el consumidor y el oferente. Y este mercado al que estamos acostumbrados tiene mucha desigualdad: inequidad de información, inequidad en el poder que detentan unos y otros. Los consumidores tienen muy poco poder, y eso hace que los grandes poseedores acumulen mucho más de lo que corresponde, lo que genera que la gente se sienta estafada, porque recibe menos de lo que le prometen. Los supuestos del sistema no son tan verdaderos, entonces...
- Esa descripción es la que hemos tenido siempre, y por lo mismo decimos con toda naturalidad que siempre habrá ricos y que siempre habrá pobres. ¿Qué cambió ahora?
- Ahora el ciudadano, el consumidor, tiene poder. Porque ha surgido la idea de un "mercado gratuito", gracias a internet, donde accedes a bienes, servicios y conocimiento que es gratis. Y a través de las redes sociales, sobre todo de Twitter, la gente manifiesta su opinión. Eso empieza a armar mayorías opinantes, actuantes, intervinientes, que en otro momento era imposible que se juntaran.
- ¿Por qué Twitter le parece tan relevante?
- Porque es instantáneo y forma opinión, pautea a los medios: un medio publica algo que no gusta y le caen todos encima y cambian. Los están pauteando, y lo hacen simples tipos que andan por la calle. Hay algo distinto, la información está siendo entregada por tipos de la calle. Twitter le ha puesto una velocidad enorme a todo. Tú sabes inmediatamente lo que está pasando. Y conoces la opinión del otro. Son las masas hablando.
- Muchas de esas mayorías no tienen acceso a las nuevas tecnologías...
- Es que ésta es una revolución de la clase media. No es una revolución del pueblo obrero. En todo caso, el acceso a los smartphones y a internet ya no es tan elitista. Pero estamos frente a una revolución de una clase ilustrada que alega porque no se le está dando el valor que ella cree que merece.
- ¿No hay levantamiento del pueblo?
- Para nada. El proletariado va detrás. Es gente que está alegando por la educación, una preocupación de clase media.
- ...porque es cara, se les hace impagable.
- Y porque no cumple lo que promete. La gente paga durante 6 años la educación de su hijo y él sale y termina ganando el sueldo mínimo. Entonces no logra independizarse: la educación no cumple con su promesa. Pero no es sólo la educación: es el sistema el que no está cumpliendo la promesa que hace.
- Aun así, ese sistema lo aceptamos durante mucho tiempo.
- No tanto. Han sido unos 30 años desde que adoptamos este sistema, y es cierto que generó riqueza.
- ¿Qué marca el inicio de esa adopción?
- En un momento, en Chile todos quebraron: el año 1982. Ahí comenzamos a acostumbrarnos a que teníamos que arreglarnos con nuestros propios medios. Ése fue un cambio radical. Chile estaba acostumbrado a que viniera el Estado y te salvara de alguna manera. Ése fue el gran cambio, producto de una crisis y un mal manejo del gobierno. Hasta entonces yo pedía un Estado que me protegiera, y a partir del 82 el Estado no sólo no me protegió, sino que me dejó totalmente en la indefensión. Y ahí cada uno tuvo que nadar con sus propios medios.
"Es el momento de co-diseñar, de inventar cosas nuevas, que me permitan desarrollar mi talento, mis capacidades individuales, pero para ponerlo al servicio del bien común: que no se mate esa libertad, pero que tampoco se mate lo que nos convierte en una sociedad".
- Cada uno se rasca con sus propias uñas. A uno se le aparece como lógico y natural...
- Es que ya lo tienes internalizado. Pero nuestra condición humana nos hace seres individuales y, a la vez, colectivos. Somos así por esencia. Pero este sistema se basa simplemente en que tú, individualmente, acumulas valor para ti. Lo demás lo compras. Pero hay una parte que se olvida, y es que somos también seres colectivos. Y cuando te dedicas demasiado a tu individualidad, el equilibrio se rompe, y lo que tenemos como consecuencia es una sociedad dividida. Por eso el agobio que cae sobre cada persona es enorme y nace este sentimiento de frustración que se ve reflejado en una frase muy elocuente: "Me están cagando". Y en todo: las telefónicas, las universidades, el gobierno. Y yo estoy aquí, aperrando, rascándome con mis propias uñas, pero ya tengo las uñas ensangrentadas. No doy más.
- ¿También hay un hito que marque la toma de conciencia frente a esa sensación?
- Sí: La Polar. Ese caso demostró que no era un sentimiento individual, no se trataba de mí no más.
- Una especie de demostración a todas luces.
- Y nos estaban cagando de manera ostentosa, porque los gallos tenían autos fantásticos, vivían en casas maravillosas y tenían un aura de respetabilidad que les daba ser los mejores ejecutivos de la década. La Polar dejó la escoba.
- Esa escoba en algún momento toma el rostro de la demanda estudiantil. ¿Cuál es la explicación?
- Yo creo que eso pasa porque es una excusa noble. En Chile creemos que la educación es el camino para surgir. La educación tiene mucho prestigio. Parte con eso y se extiende a todo el resto, porque surge el drama de lo que significa ser chileno hoy. Si eres un chileno medio normal, es un drama. Eso es por este excesivo individualismo: no hay un sentimiento de bien común. Lo que está ahora en juego es si seguimos por este camino de desarrollo, individualista, con acumulación de valor para mí mismo, o si vamos a un modelo donde, sin perder libertad, logremos trabajar para el bien común.
- Pero cuando se opone este modelo con su alternativa tradicional, la utopía socialista ya fracasada, descubrimos que simplemente no hay alternativa.
- Primero cayó el comunismo y su utopía. Lo que está cayendo ahora es la idea de que hay que ser capitalista a concho. Entonces hay que inventar otra cosa. No existe un modelo a seguir. Es el momento de codiseñar, de inventar cosas nuevas que me permitan desarrollar mi talento, mis capacidades individuales, pero para ponerlo al servicio del bien común: que no se mate esa libertad, pero que tampoco se mate lo que nos convierte en una sociedad.
- Pero un codiseño así exige un nivel de consenso que hoy parece imposible.
- El acuerdo se logra cuando alguien tiene una postura, otro tiene una postura distinta y negocian hasta llegar a algo en común. ¡Pero ahora nadie sabe lo que hay que hacer! El gobierno no sabe, no tiene idea, y los otros tampoco tienen idea.
- ¿Los estudiantes no saben? Porque sus propuestas son bastante explícitas.
- No saben, y están recurriendo a lo que se les ocurre: nacionalicemos el cobre, hagamos cosas así. Pero en la práctica eso es volver atrás. Lo que hay que hacer es sentarse sin ideas previas y preguntarse a dónde queremos llegar: codiseñar.
- ¿Codiseñar el sistema educacional? ¿O hay que ir más al fondo?
- Mucho más al fondo: qué país queremos. ¿Queremos un país donde lo que más importe sean los gráficos, las cifras, los números, las lucas? ¿O queremos un país donde lo que importa realmente es el bienestar social y la felicidad de las personas, el desarrollo de las propias potencialidades? Hay que decidirlo, hay que inventarlo.
- ¿Pero dónde se puede discutir un cambio tan profundo? Ya vimos lo que ocurrió hace algunos días en el Senado.
- Cuando hay un cambio de paradigma como éste hay desorden, hay turbulencia, se rompen los límites. Por eso podemos esperar cosas como ésas. Uno puede alarmarse, enojarse, debatir sobre eso, pero no es el tema de fondo. Es parte de un proceso de cambio.
- ¿Cuál es el mensaje?
- Que lo que se invente ahora no puede hacerse entre cuatro paredes. Es un proceso que necesariamente tiene que considerar e incorporar a la gente que está opinando todos los días, en la calle o a través de Twitter, de manera que todos sepan lo que se está discutiendo, para llegar a algunas ideas básicas que todo el mundo comparta y se les pueda dar la forma institucional que se necesite. Está bien cambiar la Constitución, pero ¿para qué? ¿Cuál es la idea que inspira una nueva Constitución? Eso tiene que ser previo.
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Una mirada histórica: Deudas pendientes
El análisis de Álvaro Góngora, director de la Escuela de Historia-Cidoc de la Universidad Finis Terrae, es claro: el actual movimiento social no tiene parangón en la historia de Chile. Sin embargo, también afirma que hay situaciones históricas puntuales que pueden ayudar a entender el escenario.
[ Por Sebastián Rivas ]
- ¿Hay algún parangón en la historia del clima social que existe hoy en el país?
- La movilización social de los últimos meses no tiene ningún parangón en la historia de Chile. Es inédito que tantos sectores confluyan en un cierto tipo de demandas al aparato público, institucional y a la clase política. Y es un clima social muy particular, muy contestatario, y en que se ven involucrados estudiantes de todos los niveles, profesores, sectores sindicales o de trabajadores de algún rubro. Es inédito también que los estudiantes de media y universitarios hayan podido organizar un movimiento estudiantil que durara tantos meses. Por ejemplo, hacia fines de la década de 1960 fueron sólo los universitarios. En la época de Allende, secundarios y universitarios se movilizaron, pero no fue de manera transversal, hubo dos bandos. Y si bien en la época del régimen militar hubo cierta unidad estudiantil para protestar contra él, fue un período excepcional, en que un sector mayoritario del país estaba en revueltas.
- ¿Pero existen al menos aspectos que tengan similitudes con otros períodos históricos?
- Hay una manifestación ocurrida a comienzos del siglo XX que puede dar pistas. Corriendo las dos primeras décadas, hubo un fuerte conflicto entre la clase dirigente y el mundo obrero. Este último grupo no tenía canales de expresión y no se sentía representado en el sistema político imperante, el llamado "parlamentarismo". Al comienzo, tenían expresiones más bien inorgánicas, una sociabilidad de trabajadores que simplemente se movilizaba por demandas sociales y laborales, la cual lentamente comenzó a crecer, a adquirir una orgánica, con las mutuales y las mancomunales, que eran organizaciones propias y que empezaron a hacerse muy poderosas, surgiendo posteriormente el Partido Obrero Socialista, que se ubicó al margen del sistema de partidos. Con Arturo Alessandri, en 1920, recibieron un envión al autodefinirse como el redentor de su "querida chusma", alcanzando la presidencia. El proceso siguió adelante y en 1922 se formó el PC y otro nuevo partido de izquierda en 1933, el PS, hasta que se formó el Frente Popular en 1937, encabezado por los radicales, pero al cual se integró la izquierda, conquistando la presidencia en 1938.
Ahí puede encontrarse quizás un parangón: un sector con una tensión social importante que logra una expresión, un espacio de voz en la política y un hito: la creación de lo que hoy conocemos como la izquierda chilena, lo que además permitió que se calmara esa tensión al integrarse al sistema. ¿Es posible algo similar ahora? Tal vez, no estoy cierto. En cualquier caso, siempre que logren una orgánica, que le den una expresión más concreta al movimiento, como se dio con aquella sociabilidad obrera.
- Otro aspecto que es llamativo en el actual movimiento es la tensión que existe con la clase política. ¿Hay algún ejemplo histórico en esa línea?
- A mediados del siglo XX hubo una crisis política: se acusaba falta de participación y que los partidos eran insuficientes para representar a la ciudadanía. Habían perdido credibilidad. Durante los 14 años de gobiernos radicales previos -Aguirre Cerda, Juan Antonio Ríos y Gabriel González Videla-, la política había sido manejada por las directivas, de espaldas a la ciudadanía: era política de acuerdos, de transacciones, pero que representaban intereses cupulares. Otras tiendas políticas se caracterizaron por practicar el cohecho, por medio del cual mantuvieron representación parlamentaria. También se utilizó el aparato estatal para pagar favores políticos y entonces se habló de corrupción. Todos los partidos tradicionales -conservadores, liberales y sobre todo radicales- fueron castigados por la ciudadanía. Castigo que se materializó en 1952, cuando se eligió con una altísima mayoría a Carlos Ibáñez del Campo, quien prometió imponer orden y barrer con los políticos corruptos. Es decir, hubo ciertamente desconfianza en los partidos políticos. Pero Ibáñez no era un Perón, y no logró transformar el ibañismo en un partido o movimiento.
- ¿Hay puntos en común con las movilizaciones universitarias de fines de los años 60?
- En la década de los 60 hubo otro foco de tensión social que puede relacionarse de algún modo con lo de hoy: un cambio cultural que genera una fractura. Es la generación que maduró después de las grandes guerras y se encuentra con un orden establecido por la generación anterior. Y reacciona en contra de aquél. Esto fue propio de la Europa de fines de los 60, pero tiene también una expresión en Chile, a la chilena, claro. Recuerdo un eslogan de los jóvenes italianos que me viene a la memoria. Ellos demandaban:"Tutto é súbito". Todo y ahora. Es parecido a lo que están gritando hoy en Chile. Eran intransigentes, y los jóvenes de ahora tienen ese rasgo: Queremos gratuidad ahora y para todos. Son otra generación que la de los adultos, son culturas diferentes. Y por eso es un tema muy profundo.
Da la impresión que los jóvenes no sólo quieren resolver el problema educacional y no sólo no creen en el actual sistema político, sino que están en busca de un nuevo orden. Pensemos que el año 90 eran muy pequeños, o de frentón no habían nacido. Crecieron con la Concertación. Vivieron un proceso cultural diferente que ha afectado al mundo occidental, al menos, vivieron un momento mundial y nacional complejo culturalmente hablando.
- Considerando la historia, ¿qué alternativa tienen hoy las fuerzas políticas para sortear este momento?
- El escenario actual debiera forzar a las fuerzas políticas a buscar una fórmula de resolver el problema de la educación definitivamente, un consenso de abordar el tema como un problema de Estado. Piense que es un tema que recorrió todo el siglo XX y nunca se abordó de forma completa. Es clave, pues si no se resuelve ahora, que es el momento, podría haber una radicalización. Y hay descontentos juveniles que deben canalizarse. Mediante una orgánica más definida podrían integrarse al sistema, participar en él y no desde fuera. Este fenómeno cuando no se resuelve ha generado conflictos de cierto o bastante riesgo en múltiples experiencias históricas.
Una propuesta: Inscripción automática ya
Lo que partió como un debate en Twitter, hoy es el movimiento transversal "Salvemos la democracia". En dos semanas, han empezado a presionar para que en las próximas municipales voten casi cinco millones de nuevos electores, la mayoría jóvenes.
[ Por Ana María Sanhueza ]
Cuando a mediados de septiembre se percataron que desde el gobierno, el Servel y el Congreso se enviaban señales de que podría retrasarse la implementación de la inscripción automática, reforma que fue aprobada en 2009, decidieron que su cruzada sería la opuesta: apurar el proceso y lograr que se aplicara en las próximas municipales de octubre de 2012.
Así, en menos de dos semanas, no sólo se transformaron en un movimiento con nombre y apellido -Salvemos la democracia: ¡Inscripción Automática Ahora!-; también ya se han reunido con el ministro de la Segpres, Cristián Larroulet y con los senadores DC Eduardo Frei y Soledad Alvear, como presidentes de las comisiones de Presupuesto y de Constitución, Legislación y Justicia del Senado, respectivamente, para comprometerlos en acelerar su tramitación. Sus próximos pasos son ir a Valparaíso y publicitar cómo vota al respecto cada parlamentario en el Congreso.
No es todo. También, sus 108 integrantes -entre ellos abogados, académicos; los periodistas Fernando Paulsen, Matías del Río y Consuelo Saavedra ; dirigentes como Camilo Ballesteros de la Usach y Rolando Jiménez del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh); el director de The Clinic Patricio Fernández ; el economista Óscar Laderretche, el cientista político Francisco Javier Díaz; el subdirector del CEP Harald Beyer, además de Juan Carlos Eichholz y Cristina Bitar-, redactaron un documento público en el que interpelaron al gobierno, al Congreso y a los partidos políticos a que discutan con urgencia la legislación. "El resultado del actual sistema es que después de 21 años de democracia, el efecto que ha producido es lamentable. Más del 90% de los mayores de 45 años votan, pero sólo el 20% de los menores de 30 años lo hace", critican en el texto.
De los firmantes, 10 conversaron con Qué Pasa. Vienen de distintos mundos, pero todos sospechan de la clase política actual: creen que si dilatan la inscripción automática es para no arriesgar su reelección ante un electorado de casi cinco millones de chilenos, la mayoría de ellos jóvenes, a quienes nunca han enfrentado.
"Sus electores son los mismos desde 1989", dice Sebastián Iglesias, director de Giro País y uno de los organizadores del grupo. "Cuando nos juntamos nos dimos cuenta de que había poco interés de la clase política de aprobar la reforma", agrega.
José Francisco García, coordinador de Políticas Públicas del Instituto Libertad y Desarrollo: Uno va teniendo el feedback de que hay pequeñas excusas de parte de la clase política… Dicen que sería muy difícil implementar el sistema ahora. Pero yo conversé con gente de la OEA y en Bolivia demoraron 72 días en registrar cinco millones de personas con huella dactilar y fotografía. Entonces, técnicamente es muy posible hacerlo.
Marcela Ríos, del Programa de Gobernabilidad del PNUD: Nuestro país tiene los recursos, las capacidades tecnológicas y humanas para hacer este cambio de aquí a las municipales. No es posible que no se pueda hacer en Chile.
Gloria de la Fuente, directora de Programa Fundación Chile 21: Todos estamos de acuerdo en que hay que hacer más reformas políticas, pero la inscripción automática es un paso que apunta a mejorar las reglas del juego democrático.
Sebastián Bowen, director de Frecuencia Pública: Ésta es la otra cara de la moneda del furor ciudadano que se está viviendo en el país en diversas temáticas. Pero ese furor también se debe expresar a través de las urnas.
Política sin riesgos
-¿A qué atribuyen tanta demora en la implementación?
José Francisco García: Hay muchas autoridades de elección popular a las que les genera incertidumbre la inscripción automática, porque durante la vida de la nueva democracia le han tenido que hablar a un tipo de público con el que tienen un vínculo desde 1989. Los adultos mayores son el grueso del padrón electoral.
Gloria de la Fuente: Si se implementa la inscripción automática va a haber un padrón electoral con más de cuatro millones de nuevos electores. De ellos, más del 80% tiene menos de 30 años. Eso generaría mucho más competencia.
Sebastián Iglesias: ¡Pero si hay personas que llevan más de 20 años votando por los mismos candidatos! Acá hay un problema de competencia grave: quienes hoy ejercen cargos de elección popular tienen capturado el sistema, fijan las reglas del juego e impiden las renovación. Implementar (la inscripción automática) es una cosa más de velocidad y voluntad que de capacidad técnica. Nosotros tomamos la decisión de cumplir la función de control social de este mercado capturado.
Claudio Fuentes, académico UDP: Y si se implementa, sus discursos van a enfrentar una nueva realidad. Eso es lo que les genera mucho temor e incertidumbre. Humanamente es muy entendible, pero desde el punto de vista de la competencia y del oxígeno que requiere el sistema político, es un problema.
Jaime Bellolio, subdirector de la Fundación Jaime Guzmán: Hay una anécdota que refleja muchas cosas: en 2003, cuando yo era presidente de la FEUC y Julio Lira presidente de la FECH, fuimos a la comisión de la Juventud de la Cámara. Cuando discutíamos sobre la inscripción automática y el voto voluntario u obligatorio, uno de los parlamentarios nos dijo: "Si a mi oficina viene un grupo de adultos mayores y otro de jóvenes, siempre voy a priorizar a los adultos mayores porque ellos son los que votan por mí". Para mí fue constatar que hay un problema de calidad de la política hacia los jóvenes porque no son actores relevantes para ellos.
Marcela Ríos: Esto ha devenido en una crisis de representación. Es lo que hoy se ve en la calle. Por eso, ésta es una pelea contra aquellos conservadores que no quieren cambiar las reglas del juego. Es la clase política.
Gloria de la Fuente: Y para esta crisis de representación, la inscripción automática es el primer paso de una serie de reformas que apuntan a mejorar las reglas del juego.
Robert Funk, subdirector del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile: Esto tiene un nombre y se ha acuñado como el big bang. Para los políticos esto ya se llama así, pero aún no ha salido en público. Porque sienten que éste es el corazón del debate. Además, vienen un montón de otras reformas políticas que, todas juntas, reflejan el zamarrear el sistema tal como existe ahora. Y eso es lo que genera esta incertidumbre, porque sienten que todo lo que hasta ahora era conocido puede desaparecer.
Jaime Bellolio: Yo, en este caso, vería con buenos ojos lo que pasó con los multicarrier y la portabilidad numérica. Y es que en el fondo las mismas empresas que primero querían retrasar al máximo la portabilidad numérica, hoy dicen en los comerciales: "Cámbiate conmigo". Bueno, lo que debería pasar cuando nosotros le subamos el costo a esta "colusión", es que va a haber sectores políticos que van a tener que decir "¿Saben que más? Esto ya no va".
Transversales
-Entre ustedes hay algunos que están a favor del voto voluntario y otros del voto obligatorio, ¿cómo lo hicieron para unirse en un tema común?
Sebastián Iglesias: Es que consideramos que esta pelea como de barras bravas entre voto voluntario y voto obligatorio no era importante en este momento. En nuestra generación había un acuerdo mucho más transversal.
Cristóbal Bellolio, investigador de la Universidad Adolfo Ibáñez: Por ejemplo, yo estoy a favor del voto voluntario por una cuestión de principios: los ciudadanos tienen que ser libres para decidir si participan o no en los procesos eleccionarios. Pero hoy lo urgente es la inscripción automática.
Claudia Sanhueza, investigadora de la UDP: Para mí el voto voluntario tiene un sesgo de "clase": votan jóvenes con mayores ingresos y menor educación. Pero el voto obligatorio, cuando es estricto, mejora la distribución del ingreso, por lo tanto se recomienda en países con alta desigualdad.
Cristóbal Bellolio: Lo importante es subrayar la lectura política que hace nuestro grupo: había que tener un actor social, desde el mundo ciudadano, que enfrentara el tema. Y la señal es que hay un grupo que interpela tanto al Ejecutivo como al Parlamento, un grupo que está vigilante, mirando lo que están haciendo. Si esto no sale para las municipales, que es el conejillo de Indias del sistema, después los parlamentarios van a decir que tampoco va a salir para la presidencial…
Claudio Fuentes: Otro punto importante es el cuadro actual, donde están los jóvenes que no votan. Habría que explicarle a esos cientos de miles jóvenes que protestan en la calle que ésta es una reforma constitucional ya aprobada que se ha demorado años en ser implementada… Y eso no tiene ningún sentido.
-¿Cómo ven a esa clase política que no quiere dejar el poder y se reelige elección tras elección?
Sebastián Iglesias: Binaria: se miran como adversarios y enemigos en todas las conversaciones. Y lo que cambia en esta generación es que somos capaces de construir acuerdos porque ya no nos estamos mirando como si el otro estuviera al otro lado. Tampoco miramos con temor lo que está pasando en la calle, porque somos un movimiento ciudadano orgulloso.
Marcela Ríos: Coincido en que hay una visión binaria. También está la idea de que la buena democracia es una democracia de notables, donde cuatro señores, hombres por lo general, se ponen de acuerdo detrás de cuatro paredes y que son ellos los que pueden tomar decisiones por todos los demás. Pero hoy hay una demanda para que la política se haga de otra forma y una mejor disposición a entender que la democracia es para resolver conflictos y disensos.
Jaime Bellolio: Lo que me pasa con la generación anterior es que va mirando hacia adelante, pero por el espejo retrovisor. Nuestras generaciones, en cambio, son más móviles y, al mismo tiempo, menos desiguales. Tanto así que ese muro divisor no es tal. Tenemos ideas similares, pero no compartimos todo.
Claudia Sanhueza: Nosotros queremos enfrentar las diferencias, pero ojalá no en la calle, sino en las instituciones. En cambio, las nuevas generaciones lo dicen muy bien: no tienen miedo. Eso es bien simbólico, porque nacieron en democracia y no temen a las diferencias.
Robert Funk: Lo que pasa es que ellos vienen de una época y un régimen en que se pensaban así. Hoy, en cambio, estamos viviendo otra transición, que viene desde una lógica de la transición hacia una política que aún no definimos, pero que la gente que está en la calle dice: "Nosotros no somos de ese mundo".
Sebastián Bowen: A diferencia de ellos, en nuestra generación todos somos personas que, probablemente, no vamos a estar más de cinco o seis años en una pega, porque estamos mucho más dispuestos al cambio y a salir del confort. Y yo creo que si hay algo que le está faltando a la clase política actual, es salir de su zona de confort. Esta propuesta va directamente a hacerlos salir a competir.
Cristóbal Bellolio: Nosotros podemos tener mil diferencias ideológicas, pero somos una generación que quiere dar dinamismo al sistema. No como ellos, que a toda costa tratan de conservar su cuota de poder.
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