por Harald Beyer
Diario El Mercurio, sábado 22 de Octubre de 2011
El lenguaje es importante en todas las actividades humanas. En la política aún más, de acuerdo a George Lakoff, un profesor de lingüística y ciencias cognitivas de la Universidad de California Berkeley . Particularmente, le interesa la capacidad de usar las palabras para crear "marcos" que influyen los términos de un debate político.
Uno de sus ejemplos favoritos es la palabra alivio y su uso en el debate político estadounidense (Lakoff, además de respetado académico, es un activista del Partido Demócrata). Esa palabra, como muchas otras, tiene un marco conceptual subyacente. Si se habla de alivio es porque existe una aflicción y parte afectada, además de una "medicina" para revertir el daño y alguien que la puede proporcionar.
Si se puede producir un alivio, parecería irresponsable no actuar. Si marcos de estas características se unen a un propósito político, se construyen metáforas que son muy difíciles de enfrentar.
De acuerdo a Lakoff, una de las más influyentes ha sido la expresión "alivio tributario", acuñada por los republicanos. A pesar de su simpleza, los demócratas no han podido neutralizarla, y la discusión respecto de la conveniencia de nuevos paquetes de alivio tributario sigue siendo un ingrediente importante del debate político estadounidense.
En nuestro país, los actores políticos y sociales intentan construir sus propias metáforas, de las que hemos sido testigos en abundancia en el último tiempo, pero sin la efectividad observada en otras latitudes. La presión por alivios tributarios también penetra el debate chileno.
Así, por lo menos, se presenta cuando se aspira a rebajar los impuestos a los combustibles. La idea, aunque inconveniente, tiene mucha aceptación en la opinión pública. La metáfora también parece funcionar aquí. Muchos hablan de subir los impuestos, pero el apoyo ciudadano a esta política parece ser más frío. Quizás Lakoff nos daría un buen argumento. La idea de elevar la "carga" tributaria supone más peso para alguien, y queremos estar seguros de que este se justifica.
Tampoco exageremos el poder de estas metáforas políticas -después de todo la teoría de nuestro autor ha sido bastante cuestionada-. El escepticismo con que se recibe esa posibilidad puede tener otras causas. Según la última publicación de la OCDE sobre impuestos de sus países miembros, la carga tributaria chilena (excluyendo seguridad social) fue de 21,9 % del PIB. Para los otros 32 países de la organización, ese mismo indicador (promedio simple) alcanzó un 26,4 %.
No son diferencias tan abrumadoras si se considera que, además, los chilenos deben cancelar una serie de servicios, como infraestructura, que en casi todos los países de esta organización son gratuitos. Además, esa comparación es con países que, en promedio, tienen un ingreso per cápita medido en paridad del poder de compra casi 2,5 veces superior al chileno. Cuando tenían nuestro ingreso per cápita (alcanzado en cada uno de ellos en distintos momentos del tiempo), la recaudación promedio (excluyendo seguridad social) llegaba a alrededor del 20 %. Mirando esta evidencia, es claro que el país no tiene espacios para grandes reformas tributarias.
Por supuesto que en un país con las desigualdades chilenas es razonable pensar en ir más rápido en áreas específicas. En el caso de la educación, no cabe duda de que ésta podría beneficiarse de un cierre más rápido en las brechas de gasto en todos los niveles. Pero sabemos que ese esfuerzo puede perderse si no se producen transformaciones más profundas en nuestras instituciones y regulaciones que promuevan un uso efectivo de los nuevos recursos.
Es ahí donde debe estar el foco. Si se avanza hacia un nuevo equilibrio que efectivamente contribuya a mayor calidad y equidad, una reforma tributaria, de ser necesaria, fluirá casi espontáneamente. Son las características de ese equilibrio las que deben retomarse en el debate. Ojalá dejando de lado las metáforas y los prejuicios que poco contribuyen a él.
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