Extractando del reportaje
a chilenas en Silicon Valley
y sobre todo de la columna
de la sicóloga Paula Serrano,
publicados hoy martes
25 de Octubre de 2011
en la Revista Ya del diario El Mercurio,
se podría, con un poco de edición,
resumir lo siguiente:
La compulsión por no equivocarse.
La estigmatización del fracaso,
en lugar de concebirlo
como una oportunidad
para probar y aprender.
Una forma demasiado aterrizada
y concreta de ver las cosas
-propias de la mujer y madre-
en lugar de cómo podrían ser
puede jugar en contra
de un espíritu innovador
en un escenario cambiante.
El perfeccionismo no está mal
en la medida en que uno
no se pierda y desgaste en los detalles
y le impidan, de vez en cuando,
una mirada con mayor perspectiva.
En el mundo laboral,
demasiada formalidad,
falta de flexibilidad
y rigidez de forma y de fondo
impiden muchas veces
que las personas se aproximen
al potencial de sus capacidades.
Hay que disfrutar lo que se hace
y no conformarse con lo aprendido.
Las mujeres son mejor organizadas
que los hombres porque son mamás
y hacen que las cosas sucedan,
pero la imaginación y la iniciativa
de quienes las rodean puede anularse
si ellas están ahí solamente
para corregir, para instruir,
para organizar y ordenar.
Se pierde algo que es parte
de la esencia femenina:
la capacidad de improvisación.
Muchas veces esta compulsión
por la perfección y el no equivocarse
no viene acompañada de un genuino
gusto por la labor bien hecha.
En esta obsesión por
lo preciso e impecable
pareciera haber, más bien,
una necesidad de demostrar
que se tiene la razón.
Un gesto de poder y de control
de quien desesperadamente
se mide en cada pequeño acto
y no en el gran devenir de las cosas,
lo que a fin de cuentas
es más triste que bello
porque pareciera corresponder
más a una una necesidad de reafirmarse
que propiamente un acto de amor.
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