por David Gallagher
Diario El Mercurio, viernes 1 de Junio de 2012
No hay riesgo de minar
la confianza económica
invocando nubarrones externos
que todo el mundo percibe;
la confianza más bien se fortalece
cuando la gente siente que su gobierno
está conduciendo con responsabilidad
las finanzas públicas y también que
será capaz de identificar los peligros,
y de decirnos con tiempo
cuándo tenemos que escaparnos a los cerros...
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Para corregir una crisis económica
provocada por un largo derroche fiscal,
no hay alternativas a la de eliminar el derroche.
A lo mucho, se puede discutir
la velocidad con que se hace.
Pero como se ha visto en Grecia,
y hasta cierto punto en Francia,
es casi imposible convencer a la ciudadanía
de las medidas que se necesitan.
Parte del problema es que los economistas
que ahora recomiendan austeridad
han perdido su prestigio,
porque son vistos como cómplices
de una crisis que no previeron;
y cuando la crisis es muy profunda,
el camino que proponen
parece prohibitivamente largo y sacrificado.
De allí la tendencia de la gente
a dejarse seducir por políticos
aun más voluntaristas y populistas
que los que provocaron la crisis.
Como en Francia,
donde en segunda vuelta
ganó el candidato
menos proclive a la austeridad,
y donde en la primera,
candidatos populistas extremistas,
de derecha y de izquierda,
reunieron más de un tercio de los votos.
O como en Grecia, donde extremistas
de izquierda y de derecha superaron
el 40 por ciento de los votos, todos
con programas de rechazo a la austeridad,
y todos sindicando a diversos "enemigos"
(Alemania, el FMI, los bancos, los inmigrantes)
como los culpables de la crisis.
Si bien la historia
no tiene por qué repetirse
[«la historia se repite
de una forma que no podemos predecir»]
conviene acordarse de que
la recesión de los años 30
redundó en figuras
como Hitler y Mussolini,
ambos voluntaristas violentamente extremos.
La crisis europea
-para qué hablar de la Argentina,
donde la economía vive
en un estado de suspenso diario-
debería dejarnos en Chile
con una sensación de orgullo y de alivio,
porque por décadas nos hemos aferrado
a la disciplina fiscal.
En Chile, con tantos logros acumulados
y tantos ejemplos aleccionadores a la vista,
el riesgo de voluntarismo populista debería ser nulo.
Desgraciadamente, nuestro largo apego
a la disciplina en sí mismo acarrea riesgos.
La gente siente que la distancia
que nos separa de las crisis
de Europa o Argentina es casi infinita,
y se vuelve complaciente.
Si estamos tan lejos de ellas,
¿no nos podremos permitir
por alguna vez una pequeña fiesta?
Por su lado, los políticos en Chile
parecen incapaces de pensar en el futuro.
Eso es muy grave,
porque los descalabros económicos
empiezan a gestarse
justo cuando a los políticos
les da por subordinar el futuro al presente.
Los derroches siempre empiezan de a poco.
Empiezan por goteo. De allí se acumulan,
y años más tarde es casi imposible revertirlos,
como en Grecia o Argentina.
En los últimos 22 años,
los gobiernos en Chile
los han evitado heroicamente,
pero desde la política
se han creado expectativas peligrosas.
Por otro lado, los economistas
han perdido prestigio aquí también.
Las políticas económicas
del Gobierno han sido buenas.
Se ha ido recuperando la productividad,
y el gasto fiscal ya no crece más que el PIB.
Pero la retórica no ha sido tan cautelosa,
contribuyendo a inflar las expectativas:
absurdamente, porque en el fondo
la gente anda más contenta
cuando alberga
expectativas moderadas y realistas.
Le gusta que le cuenten la firme,
para saber a qué atenerse.
Por eso, y dada la situación del mundo
(llegan malas noticias también
de Brasil, de China y de la India),
es recomendable que el Gobierno
se vuelva más cauteloso.
No son tiempos para
"no querer alarmar" a la ciudadanía.
No hay riesgo de minar
la confianza económica
invocando nubarrones externos
que todo el mundo percibe;
la confianza más bien se fortalece
cuando la gente siente que su gobierno
será capaz de identificar los peligros,
y de decirnos con tiempo
cuándo tenemos que escaparnos a los cerros.
Eso es importante en un país
que es tan vulnerable
a las tempestades económicas externas
como a los terremotos.
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