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Y pasarán los años... por Gonzalo Rojas



Diario El Mercurio, Miércoles 20 de Junio de 2012 

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Y nos moriremos todos; y por allá por el 2100, ¿qué quedará?
Quedarán en el recuerdo los fieles de uno y otro lado. Los que procuraron una revolución convencidos de que era legítimo utilizar la violencia y el terrorismo, la discriminación y el sectarismo, y los que creyeron que era justo evitar que a Chile lo convirtieran en un dominio comunista, que lo redujeran a una de esas sociedades que por decenas sufrió el siglo XX.
Quedarán también en la memoria los infieles de ambos lados. Los que abandonaron pronto la revolución para aburguesarse en el exilio o en la empresa, y los que trabajaron por ideales de restauración humana y política, pero que, instalados en el poder años después, denigraron su pasado, se arrepintieron de lo que no habían hecho y montaron el show de lo políticamente correcto.
Estarán también presentes los muertos de uno y otro lado. Y serán los chilenos del siglo XXII quienes juzgarán si daba lo mismo morir por la convicción de que había que matar al enemigo de clase, o por la promesa de defender a la Patria. Porque unos y otros murieron: en el combate, en la represión, en el terrorismo; pero no da lo mismo cómo y por qué murieron.
Y nuestros compatriotas del siglo venidero, además, leerán libros de historia de Chile. Tendrán que juzgar si el 11 de septiembre de 1973 fue la gran liberación o una simple traición. A esas alturas, toda la banalidad estará en la basura y toda la investigación estará consolidada. Se le puede mentir a mucha gente todo el tiempo, pero no a toda la gente todo el tiempo -dicen que dijeron.
Y habrá museos de ambos lados, y películas -no un documental contra 100, sino cinco y cinco- que permitirán aproximarse a la verdad completa, ésa que hoy algunos consideran que es jactancioso buscar: gentes que renuncian al ejercicio supremo de la inteligencia.
Y se estudiarán en serio las ideologías para mostrar sus falencias, así como se analizarán las doctrinas, para señalar la dificultad de su aplicación. No al marxismo, dirán una vez más nuestros jóvenes del XXII; sí a la persona humana, a su dignidad, a su trascendencia -afirmarán dentro de 100 años, conscientes, eso sí, de las exigencias que eso implica.
Pero, sobre todo, impresionarán las vidas de finales del siglo XX. Y no es menor: en la evaluación de nuestros compatriotas de la próxima centuria será decisivo el modo de morir. Por eso, Jaime Guzmán estará más allá de toda comparación. Porque todas las vidas valen lo mismo esencialmente, pero no todas se vivieron igual como para alcanzar un determinado final. Y eso marcará la diferencia.
¿Y cómo será posible todo esto? Lo será sólo si somos capaces de garantizar hoy la pluralidad de visiones sobre el pasado y el presente de Chile. Porque si respecto de la guerra civil del 91, de Alessandri Palma o de Aguirre Cerda podemos hoy pensar con libertad, es porque nuestros mayores nos garantizaron ese derecho.
Pero no es seguro que en los próximos años sea así. Porque hoy un ministro considera inconveniente la exhibición de un documental sobre un ex Presidente, pero se allana amablemente a una celebración en el Estadio Nacional que le solicita el mismo partido que atacó físicamente a los pacíficos ciudadanos que asistían a aquella proyección. No hay paridad; hay discriminación arbitraria.
Y no hay ironía alguna en todo esto, como afirmó con candor una lectora. Lo que hay es un riesgo enorme, el de la uniformidad, el de la visión única, el del monismo que privaría a los chilenos del siglo XXII de toda legítima opción.
Ni los jóvenes rusos del 17 al 91, ni los jóvenes alemanes del 33 al 45, ni los jóvenes camboyanos del 75 al 79 pudieron escoger. ¿Queremos eso para los chilenos del próximo siglo?

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