Los religiosos censaron a los indígenas, analizaron su estatura y dentadura para calcular sus edades y les pusieron nombre, mientras que en otros casos se respetaron los de origen, aunque los apellidos hispanos y anglófonos de algunos de ellos denotan que otras veces fueron los misioneros quienes decidieron. Esta etnia era un pueblo nómada y canoero, que antiguamente recorría los canales de la Patagonia chilena, más al sur del estrecho de Magallanes y Tierra del Fuego.
Los últimos representantes de la etnia kawésqar resisten enla Patagoniachilena con el temor a que su desaparición arrastre al olvido las tradiciones de una cultura milenaria.
Celina Llan Llan es una kawésqar, aunque aclara que no es “pura”, sino una mezcla de razas. “Yo soy un cruce entre kawésqar y chilote —habitante de la isla de Chiloé”—, señala a Efe en su domicilio de Punta Arenas.
“Mi mamá es una de las personas mayores que ha vivido con la cultura de nuestra etnia y es neta kawésqar”, agrega Celina, mientras la anciana, sentada detrás suyo y aparentemente ajena a la conversación, elabora con paciencia un cesto de mimbre.
La mujer se llama Rosa Catalán y tiene 73 años. Esto es, al menos, lo que aparece en el Registro Civil desde la década de los años sesenta del siglo pasado.
En esa época, un grupo de misioneros salesianos llegó al Seno Skyring, una entrada del océano Pacífico cerca dela Isla Riesco, en plena Patagonia, donde vivía Rosa, su familia y otros aborígenes.
Los religiosos censaron a los indígenas, analizaron su estatura y dentadura para calcular sus edades y les pusieron nombre.
En algunos casos respetaron los nombres de origen kawésqar, aunque los apellidos hispanos y anglófonos de algunos de ellos denotan que otras veces fueron los misioneros quienes decidieron.
Los kawésqar, palabra que en su lengua significa persona o ser humano, son un pueblo nómada y canoero, que antiguamente recorría los canales de la Patagonia chilena, más al sur del estrecho de Magallanes y Tierra del Fuego.
Los antropólogos no se ponen de acuerdo sobre la época en que aparecieron, aunque se han hallado tumbas de hasta 4.500 años de antigüedad que aparentemente pertenecen a esta etnia.
Según cifras del último censo, realizado el 2002, en Chile hay 2.603 personas que se identifican como kawésqar.
La mayoría son mestizos o mezcla con otras etnias, como Celina Llan Llan. Los kawésqar “puros”, como Rosa Catalán, en la actualidad no superan la docena.
Celina explica que los pocos indígenas que siguen vivos se encuentran enla Patagonia, aunque lejos de sus tierras originarias.
Los colonizadores, denuncia la mujer, llegaron entre el siglo XIX y el XX a sus territorios y construyeron haciendas donde antes se levantaban sus humildes chozas.
“A los kawésqar era mejor sacarlos por la fuerza o asustarlos a balazos. A veces los mataban. Así fueron desapareciendo todos”, relata Celina, mientras su madre asiente con un monosílabo, sin levantar la vista del cesto de mimbre.
Como presidenta de la comunidad kawésqar en Punta Arenas, Celina trabajó durante muchos años para reivindicar sus derechos y tratar de evitar que su cultura y sus tradiciones desaparezcan con la paulatina muerte de los indígenas más ancianos.
“Que se sepa que el indígena levanta la voz”, exclama Celina, quien considera que hay una “deuda histórica” con los kawésqar.
Varios años atrás Celina empezó a anotar en un cuaderno los recuerdos de infancia que regresaban a su memoria cuando conversaba con su madre.
Dice que lo hacía para dejar un registro escrito de sus memorias y para que sus hijos y otras personas supieran que “los kawésqar tuvieron una vida muy bonita”.
Iris Fernández, una funcionaria dela Cortede Apelaciones de Punta Arenas que participaba junto a Celina en un taller de pintura, se interesó por la historia de la mujer.
Celina le habló sobre el cuaderno de notas y Fernández se ofreció a ayudarla a recopilar todo el material y editar un libro.
“Me pareció una gran idea porque los kawésqar son una etnia que está totalmente en peligro de extinción”, explica Fernández a Efe.
Las dos mujeres trabajaron juntas más de un año hasta que en febrero pasado el Instituto Antártico Chileno las invitó a presentar el libro en la base que ese organismo tiene enla Antártida.
Al recorrer los gélidos y majestuosos parajes antárticos, Celina realizó también una travesía interior al pasado: “Veía el agua, el hielo, y venían recuerdos de cuando andábamos en chalupa y mi papá rompía témpanos de hielo con los remos”.
Cuenta que su gran anhelo es recuperar la isla Englefield, un pequeño trozo de tierra situado en el Seno Otway, y levantar un campamento kawésqar para vivir como lo hacían sus ancestros.
“Me gustaría llevar a mi madre allá para que pueda descansar y no tenga la necesidad de trabajar. Sería mi sueño final”, narra Celina.
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