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La explotación de la miseria...‏



Miserias estelares
por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias
Lunes 25 de junio de 2012

Recuerdo el breve mensaje que un boxeador consumido por la enfermedad
dejó a su hijo antes de morir: "No dejes que fotografíen mi pobreza".
De esto hará veinte años. El hombre sabía que su caso representaba
esa obstinación de la realidad por otorgarles finales tristes a los de
su gremio. Boxeadores, humoristas, payasos suelen tener destinos
precipitados, o sea, suelen "rodar hacia el arroyo". Antes sucedía
también con los actores, ya no.

Tengo edad suficiente para haber visto el esplendor y caída de muchos
que en algún momento parecieron encajados en los mecanismos del éxito.
Una noche de estrellato televisivo, una tarde de goles, un par de
discos de oro, micrófonos, copas, trofeos, galvanos, reconocimientos,
¡y qué!, si todo se va al tacho junto a las otras porquerías de la
vida, digamos, las fajas abdominales para la hernia, los algodones,
las placas dentales y las cajas de remedios vencidas.

El boxeador -cuyo nombre se llevó el tiempo, al menos en mi memoria-
intuía que a pesar del desamparo de sus últimos días, su muerte podía
llamar mínimamente la atención y rendir un poco de jugo para la
exprimidora mediática del patetismo.

Todos los días vemos en la televisión reportajes que parecen
deleitarse en la exhibición de la miseria: tomas demasiado prolongadas
de camastros sórdidos, nidos de perros tiñosos junto a la cocina a
parafina donde hierve una carbonada, niños hacinados debajo de un
toldo de plástico, fonolas empapadas, barro y abandono.

El viejo precepto de que era mala educación hablar de enfermedades ha
pasado también a la historia. Hoy existen programas especiales
dedicados a la deformidad, a la agonía, a la consunción tísica. Todos
hablan desde un lugar resaltado, todos son protagonistas empoderados
de la comparsa universal: el fetichista, el cleptómano, el onanista,
el tragasables, el sádico.

No se trata de espacios informativos sino ideológicos. Todo cabe en
el honorable rubro de la antidiscriminación. El hombre cactus puede
salir del confinamiento y exponer largamente sus desdichas al público.
El empeño de la mente colectiva actual es develar los tabúes en el
entendido que hay que "transparentar" la vida hasta donde alcancen los
esfuerzos.

Hace ya muchos años, en los pasillos del teatro Cariola, donde se daba
una obra dramática "social" de mucha taquilla, Rodrigo Lira me hizo
este comentario: "La miseria como espectáculo". Estábamos justo en
mitad de la dictadura y no sé cómo había brechas de libertad para
mostrar un montaje teatral que criticaba de manera tan directa el
modelo económico del régimen.

Lo que Lira manifestaba eran escrúpulos antiguos. Por supuesto,
fuimos educados en el entendido de que es de mal gusto, obsceno e
incluso poco ético explotar las desgracias propias o ajenas con fines
utilitarios.

Aún entre los mendigos se dan diferencias de este tipo: hay algunos
que piden con cierta natural dignidad, otros se descubren el chongo o
las escrófulas.

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