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¿Grecia en desgracia y en estado de gracia?‏



¿Del Viejo Drama al Nuevo Dracma?
por Jorge Edwards 
Diario La Segunda, Viernes 29 de Junio de 2012
http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2012/06/29/nadie-dijo-nada-1.asp
Dos señoras mayores de edad, sentadas en el marco de una ventana que da a la calle, felices y contentas, levantan sus copas de vino tinto y me saludan. Está muy bien que nos hable de literatura latinoamericana, dice una, pero no se olvide de Sócrates, de Platón, de “Homerus”. Nunca me olvido de ellos, respondo, ya no sé si en inglés, en francés o en español. Se escucha un ritmo caribeño que proviene del subterráneo del Instituto Cervantes. Estallan risas en el vestíbulo. Uno podría decir que Atenas es una fiesta. Y podría sospechar que todo esto de la crisis es un invento de los periodistas o de los financistas, una especulación. Desde la altura de una colina se divisa el mar, todavía, en el atardecer gradual, de un azul esmeraldino. A la vuelta de una esquina, uno levanta la vista y se encuentra con el Partenón iluminado, soberbio, lleno de majestad, de magia. En seguida toma una taza de café en una mesa callejera y pide el “logaritmo”, esto es, en griego, la cuenta.
En la conferencia anterior a la mía, la que dio mi viejo amigo Fernando Iwasaki, se habló del flamenco en la literatura moderna. En una enumeración erudita de escritores del siglo XX que mencionan o usan el tema, salió a relucir Augusto D’Halmar, cuya novela Pasión y muerte del cura Deusto es el relato de una pasión pecaminosa del personaje con uno de los “seises” de la catedral de Sevilla. Estos seises eran seis adolescentes que, impregnados, casi siempre, de la tradición flamenca, hacían un baile frente al altar mayor en dos ceremonias religiosas anuales. ¿Cuándo se enteró D’Halmar de estas cosas, qué supo de los seises, de la Giralda, de los gitanillos de Triana? Nos reímos hablando de estas historias, nos divertimos, y le cuento a Iwasaki la visita que le hizo D’Halmar, vestido de frac, de colero en la mano, al poeta Carlos Pezoa Véliz, que se moría de miseria, de tristeza, de tuberculosis, en una pieza de hospital de Santiago. Pezoa Véliz le pidió que lo llevara de secretario en una misión diplomática, pero se murió a los pocos días, antes de haber cumplido los treinta años de edad.
En un rincón, griegas, mexicanas, paraguayas, chilenas, además de alguna japonesa o tailandesa, bailan solas al son de maracas, guitarras, tambores, palillos. ¿Dónde estará la crisis?, nos preguntamos. Pero la crisis, aunque a nadie le guste y le conste, está, y está en todas partes. No tenemos un centavo para traducir su último libro, me cuenta una editora y traductora. ¡Qué hacerle! Anda por los subterráneos del Instituto Cervantes, sin embargo, un librero griego entusiasta, uno de esos libreros vocacionales, capaces de todo. Habla un poco de español y me asegura que importa, de cuando en cuando, libros de nuestra lengua. Tengo todas las obras suyas, cuenta, y brindamos con un poco de vino del Peloponeso. Yo era escritor, pero ahora sólo soy embajador, le explico, y él exclama algo, levanta los brazos, me mira con ojos achispados. ¡Embajador!, como si eso fuera mucho, y nada.
Parece, pues, para la mirada superficial, que la crisis no existiera, pero la verdad es que se palpa por todos lados. La calle está llena de tiendas abandonadas, con las cortinas bajas y rotas. Un cuarenta por ciento de las tiendas atenienses ha tenido que cerrar, y los problemas de cesantía son incontrolables.
Me narran en dos palabras el drama, y las ilusiones inesperadas de futuro, de una familia ateniense de clase media. Los padres, profesionales, han visto sus ingresos reducidos en cuarenta por ciento. Además, han tenido que empezar a pagar impuestos. Antes de la crisis, nadie pagaba impuestos, ¿sabían ustedes?, pero ahora… Los banqueros alemanes se agarran la cabeza. ¿Y los griegos? De repente estalla un grito unánime, difuso, de alegría. Alguna gente se abraza y se besa. Lo que ocurre es que Grecia le acaba de meter un gol, en algún estadio de este mundo, a Alemania. Pero los alemanes, disciplinados, implacables, poderosos, ganan el partido por cuatro a uno. Es imposible competir, alegan por ahí, desesperados, y sacan toda clase de conclusiones.
Pues bien, mientras los padres profesionales de la familia mencionada más arriba sufren y comprueban que sus ganancias mensuales se han reducido a la mitad, la hija, veinteañera, ocurrente, se dedica a organizar eventos variados —matrimonios, fiestas de finales de año, bailongos diversos—, y esta actividad le da dinero a manos llenas.
Por ahí podríamos salir de la crisis, murmura un hombre gordo, calvo, que lleva botines negros, a pesar de los casi cuarenta grados de calor, y nadie agrega nada. Como en el verso de Pezoa Véliz, probablemente en el hospital donde lo había visitado Augusto D’Halmar: Tras la paletada, / nadie dijo nada, nadie dijo nada…  

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