Joaquín Fermandois Polo de racionalidad para esta América

Diario El Mercurio, Martes 26 de Junio de 2012 

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El término de "modelo" con el que se nos ha rotulado repetidas veces nos queda un poco grande, pero tampoco la cosa está para su contrario: lacerarnos en una autocrítica paralizante. La idea de que estamos en crisis se ha enseñoreado de la discusión pública, mientras en tantos aspectos el país puede ser aludido como un buen ejemplo: su economía, la manera de encarar sus problemas (sí, incluyendo educación), en los inmigrantes que siguen arribando a la larga y estrecha faja. Una mirada a la situación latinoamericana nos ayudaría a colocar las cosas en una perspectiva más realista.

La ambigüedad nos atraviesa. Brasil, sin desconocer formidables mejorías, en lo básico es un país dual, con una parte muy moderna y otra -la mayoría de sus habitantes- con todas las lacras del subdesarrollo. Es más bien parecido al caso de Rusia, donde el puro tamaño, junto a un sector pequeño y desarrollado, es lo que crea la realidad de economía y de experiencia social poderosa.

México no puede incluirse todavía en esta categoría mientras no solucione su crisis de seguridad o, al menos, reduzca la violencia e incremente la tranquilidad en calles y hogares hasta un nivel aceptable para un Estado de Derecho.

En cierto modo, ése es todavía el problema de Colombia, por más que se haya alejado del abismo en que se encontraba hace 10 años. Argentina, por una falla que a estas alturas podríamos calificar de "estructural" de su cultura política, tras años de bonanza mal aprovechada se encamina a una de sus periódicas crisis autoinfligidas.

Brasil, Chile, Perú -y, podría decirse, Uruguay- presentan focos de esperanza positiva en el continente. Más prudente que hablar de modelo -palabra a la que habita un halo de maldición-, habría que decir que estos países constituyen en la actualidad un polo de racionalidad en una región muy poblada de sinrazón. Jamás podrán constituir una especie de bloque y no es deseable que lo hagan. Sería un remedo de la "Alianza Bolivariana", engendro de Chávez en la estela de los caudillos que identifican su persona con un proyecto continental al que intentan arrastrar al resto. Brasil tampoco tendría mayor interés en encabezar una agrupación de este orden. Le basta y le sobra con ser "potencia global emergente". Brasilia hace como que es compañero de ruta de Chávez y los otros; en los hechos se ve a sí misma como un "honrado corredor de valores", según la célebre expresión de Bismarck para definir el papel europeo de Alemania en el XIX, y que arbitra entre las partes para dedicar el tiempo libre -la mayor parte- a una política mundial. Cualesquiera sean los méritos de sus ambiciones en el largo plazo, este gigante sudamericano pertenece a este polo de racionalidad en un continente cuya civilización -creo- posee una respuesta perfilada al sentido de la vida, sus alegrías y sus pesares, pero que nunca acaba de constituir un ejemplo en el orden político.

Chile y los otros países incluidos en esta categoría parecen siempre hallarse convalecientes de la verdadera enfermedad latinoamericana: ser focos de energía, esperanza y optimismo y, a la vez, yacer al borde de un foso de crisis de estancamiento, frustración y resentimiento. El desafío frente al que están estos países puede ser descrito así: cómo conjugar la herencia tan potente de la civilización política occidental con las siempre probadas conductas y orientaciones de la vida económica de países como Alemania o los de la cultura confuciana (Japón, China, Corea del Sur y demás). Un debate público que diera luces a los chilenos dispondría aquí de un surtido arsenal de ideas e inspiraciones.