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“Aylwin tiene razón: Allende fue un mal político”



Artículo correspondiente al número 325 (08 al 21 de junio de 2012)REVISTA CAPITAL
Pocos políticos tienen tantas historias para contar como Carlos Ominami. Ex ministro, ex senador, ex generalísimo de varias campañas, ha sido testigo de lo mejor y lo peor de la política reciente. Quizá hoy no esté en la primera línea, pero todavía puede lanzar unos cuantos misiles: “Bachelet fue un desastre en el terremoto”. “Piñera no lo ha hecho tan mal”. “El PS es un partido en disolución”. Por Marcelo Soto; fotos, Verónica Ortíz.


A los 61 años, y después de ser actor nada secundario de las últimas cuatro décadas de la historia política chilena, Carlos Ominami aún guarda secretos. Por ejemplo, de su etapa en el MIR, en los 70. Fue escolta de Salvador Allende y como tal –aparte de ser miembro de una banda que apostaba en forma resuelta por la vía armada–uno intuye que al menos debió portar armas. Pero él prefiere mantener en reserva los detalles de ese periodo y tampoco aclarar si recibió algún tipo de formación militar: “eso es algo que todavía no voy a desclasificar, no están dadas las condiciones”, asegura.

Pero si Ominami guarda silencio sobre esa faceta juvenil, no hace lo mismo con su participación en otros episodios, como la resistencia política a Pinochet, el proceso que llevó a la victoria del No en el plebiscito de 1988, los cuatro gobiernos de la Concertación y su posterior ruptura con el conglomerado de centro izquierda. Varios detalles sabrosos de esos momentos aparecen en su libro Secretos de la Concertación, que ya lleva casi tres mil copias vendidas y de la que próximamente lanzará una segunda edición ampliada.

Ominami, en su oficina de la Fundación Chile XXI, se ve algo fracturado, dolido. No cabe duda de que ha recibido golpes duros, dolorosos. Si alguien cree que la política es sin llorar, tampoco puede negarse que algunos costalazos y, sobre todo, las zancadillas de los aliados, producen heridas profundas, difíciles de sobrellevar. Síntomas, tal vez, de aquello que Fitzgerald llamaba el desmoronamiento interior.

Otra cosa que se dice de los políticos de fuste es que tienen piel de elefante y son capaces de levantarse cuando los han dado por muertos no una sino ocho veces, como los gatos. Ominami tiene, por lo demás, un aspecto medio felino. Puede que esté golpeado, pero sigue dispuesto a meterse en el ring. Asegura que su candidato presidencial será otra vez Marco Enríquez, su hijo, salvo que alguien como Bachelet u otro representante de una oposición unida levante la bandera que considera la más fundamental de la
“Fue un grave error de Bachelet haber ido a la Onemi. Había tres opciones más inteligentes. La más obvia: que la presidenta se fuera a la Moneda. Pudo haber hecho lo que hizo Pinochet el años 85, que se fue a la torre Entel. La otra era haberse ido al regimiento de telecomunicaciones en Peñalolén. ¿Cuál era el problema? Desde Peñalolén se hizo el golpe de Estado”.
batalla actual: una nueva constitución.

En alguien que al principio de la transición y durante buena parte de ella hizo gala de moderado, suena algo extemporánea tal reivindicación. No son pocos quienes piensan que una asamblea constituyente puede convertirse en una caja de Pandora, de la que puede salir cualquier cosa. “Chile tiene una anomalía: no posee una constitución legítima. Y claro, en nuestro país, atrapado por la política del miedo, de los traumas, se suele pensar que una asamblea de ese tipo es sinónimo de Chávez, de populismo desatado. Pero hay países muy exitosos que han cambiado su constitución, como Colombia y Brasil. Chile no podrá saltar al desarrollo mientras no lo haga”.

Antes de empezar la conversación, en la que nos proponemos viajar por el pasado y volver al presente, me dice, medio en broma, medio en serio, que “la derecha chilena es muy inteligente. No sólo es dueña de casi todo el aparato productivo. Ahora, también es dueña de la historia. El mejor libro sobre la dictadura lo escribió Arturo Fontaine, La vida doble. Y el mejor investigador sobre el MIR es un chico que trabaja en el CEP: Cristián Pérez”.

-Aylwin dio una entrevista en El País que hizo mucho ruido, aunque no dijo nada nuevo. ¿Qué te parecen sus declaraciones, pensando que siempre has sido aylwinista?
-Para serte franco, no me sorprendieron, porque yo tengo una relación bien estrecha con el ex presidente y estuve conversando con él, no hace mucho tiempo atrás, un par de veces en su casa. Me contó que estaba molesto con Carlos Altamirano, no le parecía correcta su versión y quería contradecirla. Ahora, yo creo que la entrevista mostró el Patricio Aylwin que ha sido siempre, que es un político de trincheras. Las circunstancias de los inicios de la transición hicieron que este político áspero se transformara en un dirigente justo y bueno. Que no lo es. Él es un político duro. El personaje más verdadero en el conjunto es este último. El que pelea, y entrega una versión parcial. Porque decir que la DC no tuvo nada que ver con el golpe es torcerle la nariz a la realidad.

-¿Pero no crees que fueron exageradas las reacciones? Sería absurdo pensar que Aylwin, que fue uno de los principales opositores a Allende, viniera ahora a defenderlo.
-Claro. Las reacciones del lado de la izquierda parecen propias del estalinismo. Se ha llegado a un nivel de intolerancia que hace imposible la discusión. Aylwin dice que Allende fue un mal político. Te digo lo siguiente: yo, personalmente, suscribo esa afirmación. Allende fue un mártir, un héroe, un visionario, pero fue un mal político. Porque finalmente no tuvo la capacidad de resolver los problemas. A la política, ¿qué se le pide? Que sea capaz de resolver los problemas, y él no fue capaz. Claro, hay mucho paño que cortar. Él intentó resolverlo hasta último minuto. Pero si a los políticos los vas a juzgar por su desempeño, finalmente el juicio respecto a Allende es un juicio malo desde el punto de vista estrictamente político.

-¿Qué le faltó a Allende para ser exitoso?
-Le faltó tener convicción respecto de su vía democrática. Y a él cuando el MIR le decía que era un reformista, no le gustaba. Debería haber enviado a la mierda a los partidos de la UP, que le exigían cuotas todos los días; debería haber enviado a la mierda al MIR, que lo presionaba permanentemente; tenía que haber sido más duro con Altamirano. Y no lo fue. Aunque estaba por la democracia, coqueteaba con las ideas revolucionarias, con la ultraizquierda.

-¿Piensas que el golpe sigue siendo un tema no resuelto?
-Todo esto lo que demuestra es que las heridas del golpe todavía están abiertas en la sociedad chilena. Y que la sociedad chilena tiene una dificultad gigantesca para discutir en serio. Porque a Osvaldo Andrade le escuché decir que Allende es universalmente reconocido en el mundo… bueno, pero eso no lo exime de un juicio político respecto de lo ocurrido. Tengo una visión crítica del estado del debate chileno. Es parecido a la defensa que se ha hecho de la presidenta Bachelet. Creo que la actuación de ella en el 27F es algo que tiene que ser debatido. Si no se puede discutir la actuación de la primera autoridad en eso que fue una tragedia, no podemos discutir nada. Cada vez que surge un debate, vienen los monaguillos que dicen que no se puede discutir de nada.

-¿Lo ves principalmente en el PS?
-El PS se ha convertido en un partido neostalinista. Es un partido donde no se puede discutir, hay una especie de icono intocable que es Allende... Allende me emociona, fue un líder, un mártir, pero desde el punto de vista de la política a él le faltó talento para solucionar la crisis. 

-En tu libro haces una crítica muy fuerte al MIR.
-Es una autocrítica, porque yo era militante del MIR y creo que el MIR finalmente no contribuyó al bienestar del país. El MIR es también parte de las responsabilidades colectivas que condujeron al desplome de la democracia y a la derrota de la izquierda. Yo soy muy amigo de Altamirano, encuentro muy injusto también que se le carguen todos los dados a él. En el fondo, fue la cara más visible de una especie de locura generalizada.

-Pero Altamirano no ha sido precisamente uno de los que han reconocido sus errores.
-No es tanto como eso. Carlos tiene una cosa extremadamente valiosa, que han tenido muy pocos políticos, que fue la de decir: mire, yo tengo mis responsabilidades en esto, las trata de acotar por cierto, pero él en el fondo tomó la decisión de no meterse más 
“Si hay algo terrible en política es actuar guiado por los miedos. Yo creo que la transición chilena estuvo muy motivada por los miedos. Aceptamos cosas inaceptables, por miedo. No deberíamos haber aceptado, en la negociación constitucional, los senadores designados. El miedo estaba en nosotros, pero a su vez fue también una estrategia de los militares y el gran implementador de esa estrategia fue el general Ballerino”.
en política activa.

-¿Una especie de penitencia?
-Exactamente. Lo ha dicho: yo pago para que algunos duerman tranquilos. Él hizo un acto de renuncia política, que muchos no han sido capaces de hacer. Y desde ese punto de vista lo que ha hecho es extremadamente valorable. Pero digamos también las cosas como son: cada uno, Aylwin y Altamirano, está haciendo algo que es lógico, que es salvar su responsabilidad frente a la historia. Ambos tienen responsabilidades en el desplome de la democracia. Lo digo con mucha amistad, porque los quiero a los dos. Estados Unidos desde el principio trató de desestabilizar el proceso, pero las acciones de la Unidad Popular tampoco ayudaron a mejorar la situación. Por otro lado, algo que no se puede decir de Allende es que quisiera una dictadura marxista en Chile. El presidente tuvo muchas debilidades en la conducción política y el proceso se le fue de las manos. Y en ello creo que tenemos muchas responsabilidades quienes no hicimos todo lo necesario para que el sistema no colapsara. Ahora, que la DC estuvo coludida con el golpe, no cabe la menor duda, porque la DC lo que pensaba era que hubiera un golpe restaurador y que ellos al poco tiempo volvían en gloria y majestad. Patricio Aylwin –yo lo quiero mucho– podrá decir lo que quiera, pero eso es lo que estaba por detrás.


El miedo y Pinochet
-En tu libro es muy interesante la explicación del miedo, de cómo el miedo marcó a esa generación y todo la transición.
-Así es. Yo creo que es un dato fundamental. Si hay algo terrible en política es actuar guiado por los miedos. Yo creo que la transición chilena estuvo muy motivada por los miedos, y creo que nos quedamos por abajo. Aceptamos cosas inaceptables, por miedo. No deberíamos haber aceptado, en la negociación constitucional, los senadores designados. Debimos haber dicho que no. Eso era inadmisible. 

-Pero, ¿habían condiciones para decir que no?
-Pienso que sí. Habíamos ganado el plebiscito, pero tuvimos miedo. Soy crítico del presidente Lagos en muchas cosas, pero si hay alguien que tuvo una intuición fue él: no le gustó la negociación constitucional, eso me consta. Encontraba que el proceso de acuerdos fue débil. 

-¿Quién lideró la negociación?
-Hay un personaje que no me quiere nada, pero es muy simbólico: José Antonio Viera-Gallo, quien ha hecho permanentemente política con los miedos. Es como la expresión de los miedos dentro de la izquierda. A esta altura es como una broma, pero revela algo bastante serio: los militares tenían un sistema con Viera-Gallo. Cada vez que había alguna situación compleja, llamaba el general Ballerino a Viera-Gallo a su casa en la madrugada, y le decía: José Antonio, las cosas están mal, y José Antonio entre las 6 y las 8 de la mañana, llamaba a cien dirigentes a decirnos cabros, las cosas están mal. Partíamos el día con la idea de que estábamos al borde del golpe, de algo terrible, en consecuencia que eso no tenía ninguna viabilidad. El miedo estaba en nosotros, pero a su vez fue también una estrategia de los militares y el gran implementador de esa estrategia fue el general Ballerino.

-Uno de los episodios que llama la atención en tu libro es cuando tú y José Miguel Insulza casi llegan a los golpes, por las posturas diferentes frente a la detención de Pinochet en Londres.
-Jorge Arrate y yo no estábamos por defender a Pinochet, Insulza apoyó la idea de defenderlo y Lagos estuvo en una posición intermedia. Tratando de que la sangre no llegara al río. Pero fue así. Yo estuve a punto de golpear a Insulza, con quien soy bien amigo. A estas alturas nos hemos distanciado, pero sigo reconociendo en José Miguel a alguien que da la cara, que es frontal. Cuando quiere ser cabrón, es cabrón. Pero no es chueco. El dio la cara y defendió a Pinochet con una pasión digna de mejor causa. Le hizo mucho daño a la izquierda. La horadó moralmente. La izquierda chilena se transformó en una izquierda oportunista.

-Aylwin, precisamente, dijo en la misma entrevista a El País que Pinochet no fue un obstáculo para su gobierno.
-Habría que hablar con Aylwin sobre eso. Pinochet era muy socarrón, con Aylwin siempre fue simpático. Pinochet hablaba que tenía muy mala relación con Patricio Rojas, ministro de Defensa, (y eso es un mérito de Rojas que siempre lo estuvo catetiando, poniéndolo en su lugar). Pinochet decía que había tenido mala suerte: “lástima que me tocó este pelao, porque es un pelao pesado, me hubiese gustado mucho más el guatón de los pacos”, que era Enrique Krauss. Pinochet, pillo como era, siempre entendió que con Aylwin tenía que buscar una asociación. Pero lo cierto es que hubo boinazos, ejercicios de enlace... Pinochet fue un factor súper relevante para que las cosas se hicieran de una determinada dirección. El agravio que le hizo Pinochet a Aylwin en la sesión del Consejo de Seguridad Nacional fue enorme. Él pidió entregar su versión de los acontecimientos, y a Aylwin lo humilló. Claro que no fue una reunión pública, pero fue una acción que buscaba menoscabarlo. Pinochet le citó en extenso los contenidos de las declaraciones que Aylwin había hecho respecto de Allende. Y ahí, recuerdo la cara de furia de Aylwin. Aylwin se queda con la parte del Pinochet socarrón, que no lo confrontaba directamente, pero se le olvida la humillación que le provocó.


Adiós a la Concertación
-En tu libro hablas que lo peor de la política es la deslealtad, que experimentaste en carne propia. Sin embargo, también puede decirse que hay cierta deslealtad de tu parte hacia la Concertación, de la que fuiste protagonista durante cuatro gobiernos, para finalmente renegar de ella.
-Me siento tranquilo. No fui una persona que de golpe y porrazo me cambiara de bando. Di todas las peleas que tuve que dar dentro de la Concertación, y finalmente tuve que reconocer que las había perdido. El PS se transformó en un partido súper áspero. A mí ir a almorzar a la bancada los días martes me dejaba con el alma en la mano. Uno no tiene que ser amigo de todo el mundo, pero yo sentía el hielo, el frío, la animadversión. El PS no fue capaz de convertirse en la casa común de la izquierda. Uno podía llevar 20 o 30 años militando en el PS, pero siempre te hacían ver tu condición de allegado, como si fueras un militante de segunda. El PS es un partido que está en disolución.

-Hace poco tuiteaste que la Concertación jamás volverá al poder.
-La Concertación es pasado. El peak fue mayo del 99, cuando ganamos las primarias con Lagos con un 70 %. Fue culpa de Lagos no haber hecho valer esa mayoría y dejar que se disolviera. Ese fue el mejor momento y de ahí, un lento declinar. Hubo algo interesante en torno a Bachelet. Estuve metido en su campaña, porque nos conocemos antiguamente, aunque tenemos nuestras diferencias. 

-¿Cuáles eran las diferencias?
-De dos grandes tipos. La primera: Andrés Velasco, la conducción económica. Creo que hubo muchas cosas que no se hicieron y pudieron hacerse, porque existían las condiciones fiscales. Podríamos, por ejemplo, haber hecho un esfuerzo de innovación tecnológica pero no se hizo, producto de una política conservadora. Bachelet y Velasco son un caso extremadamente paradójico, para estudiarlo en las universidades. Son el único caso en el cual al gobierno le viene bien la crisis. En general, y se ha visto en Europa, todos los gobiernos caen por las crisis. A Bachelet y Andrés les fue bien, porque como se había hecho una política muy conservadora y había muchos recursos, se pudo hacer una política contracíclica muy fuerte. El último año se gastaron 8 mil millones de dólares, se metió plata con todo. Eso ayudó mucho a cambiar la percepción del gobierno, pero la verdad es que fue una cosa de suerte. Un azar de la historia hizo que viniera una crisis y lo que era una política absurdamente conservadora pudo ser exhibida como una política súper inteligente, de previsiones frente al periodo de las vacas flacas. Pero si las vacas flacas hubieran sido dos años después, Andrés Velasco habría salido como un burro que juntó plata en el colchón pero que no la gastó correctamente. La otra cosa que me separa de Bachelet, y se lo dije, es que ella era expresión de la crisis de la política y su gobierno no hizo nada para enfrentar ese problema. Así llegamos a lo que tenemos hoy, terminamos con una política y un parlamento sumamente desprestigiados.

-¿Qué piensas de esta crisis de la representatividad?
-Antes en Chile para ser presidente era prácticamente obligatorio pasar por el Senado, esa era la escuela a partir de la cual te proyectabas a una opción presidencial: Frei Montalva, Allende... Hoy ha sido tal el deterioro de la imagen del parlamento, que si quieres tener una opción presidencial lo único que no tienes que hacer es ser senador. Lo que sucede ahora es que las opciones presidenciales se construyen en el gobierno.Ahí están los casos de Allamand y Longueira. Si Lagos hubiese sido senador, no habría sido presidente.


Piñera y Bachelet
-¿Cómo evalúas el gobierno de Piñera ¿Quizá no se merece el nivel de desaprobación que tiene?
-Creo que el desempeño del gobierno no se condice con tan mala evaluación, no lo ha hecho mal. Un gobierno con ese nivel de realización, que mostró bien sus logros en el último 21 de mayo, es un gobierno que merecería una mejor evaluación. Creo que eso no ocurre fundamentalmente por dos o tres razones. Una que es sistémica: la gente está enojada con la política. Piñera está pagando los platos rotos de la crisis de la representación política, que es general, y que lo va a pagar cualquier gobierno que venga hacia adelante, si no es capaz de producir transformaciones importantes. Hay un problema sistémico que hace que no se valoren suficientemente las realizaciones del gobierno, que son importantes. Ese juicio crítico se amplía por el hecho de que hizo promesas que han sido incumplidas: la nueva forma de gobernar y el combate a la inseguridad. Esa fue una soga con la cual se está estrangulando. Otro aspecto que le juega mal es la sobreexposición. Fue un error tratar de competir en el ámbito de la simpatía, donde Bachelet es imbatible. Habría sido mucho más lógico desde el principio que fuera visto como un presidente que era fuerte en el dominio de la gestión. Tal vez no muy simpático, pero sí eficiente.

-¿Volverías a votar por Bachelet?
-Depende de lo que proponga, no votaría simplemente por inercia, por votar contra la derecha. Lo que tiene podrida a la política chilena son las confrontaciones entre personas y no entre ideas. Es muy importante que Bachelet diga si va a ser candidata y para qué. Sobre esa base habrá que determinar. Pienso que Marco debe ser el candidato, y esa es mi opción.

-¿Debe participar en primarias?
-Marco no debe participar en primarias de la Concertación porque no es de la Concertación. La Concertación por lo demás tampoco está en condiciones de hacer una primaria con todas las de la ley. Francamente, para participar de primarias donde participa el uno por ciento del padrón y donde lo que funciona es la capacidad de acarreo de los candidatos, como fueron las primarias municipales, eso no tiene sentido. Ya tuvimos experiencias muy malas, y para repetirlas habría que ser demasiado ingenuo. Prefiero hacer de la primera vuelta una primaria. 

-Se te ha criticado que respecto de Marco Enríquez no separas la política del hecho de ser su padre. Carlos Peña escribió al respecto.
-Esa fue una crítica bien injusta. Yo apoyé a Marco no porque fuera mi hijo, sino porque expresaba importantes puntos de coincidencia política. A Peña le mandé una carta, pero no me respondió. Me quedé con ese tema atravesado.


El terremoto y las réplicas
-El tema del terremoto ha cobrado fuerza en el debate político. ¿Cómo viste el desempeño de Bachelet en el manejo de crisis?
-Fue un desastre general. Mostró el rostro de la incompetencia, de la imprevisión. La verdad es que da mucha rabia. Sabiendo que este país es sísmico no teníamos un sistema de emergencia constituido, y en eso responsabilizo a los gobiernos. En el Senado fui miembro de la comisión de Defensa, hicimos el 2006-7 un informe sobre la necesidad de redefinir la institucionalidad para el control de las emergencias. Conversamos mucho con las FFAA, había pasado el terremoto de Tocopilla, las FFAA nos decían que los sistemas que se habían puesto en práctica eran completamente inadecuados. Después de años transcurridos, las FFAA seguían tratando de cobrar la plata por los gastos extras que habían tenido que realizar en combustible, para mover personal. Para el 27F tendrían que haber rutinas claramente establecidas. En el minuto que hay un terremoto grande, no hay que esperar a que la presidenta delibere y haga una deliberación mala, absolutamente equivocada. Por ejemplo, respecto de la necesidad de la presencia de la fuerza pública de las FFAA. Eso debió haber sido automático, me parece una falla garrafal. Si para los procesos electorales a todos nos parece normal que las FFAA tengan el control de la calle, con mayor razón en una emergencia. Mi amigo Sergio Bitar cometió un error gravísimo cuando planteó que no es bueno como imagen tener a los militares en la calles. Fue un error descomunal demorarse 30 horas en firmar el decreto que autorizaba la presencia de las FFAA.

-¿Fue una mala decisión de Bachelet haber ido a la Onemi?
-Fue un grave error. Había tres opciones más inteligentes. La más obvia que la presidenta se fuera a La Moneda. Las otras eran más duras, técnicamente buenas, pero políticamente poco presentables. Pudo haber hecho lo que hizo Pinochet el año 85, que se fue a la torre Entel, porque tiene más comunicaciones. No habría pasado por la ridiculez de haber estado esperando un fax de confirmación. La otra, más dura políticamente, era haberse ido al regimiento de telecomunicaciones en Peñalolén, que era un lugar donde tenía la posibilidad de una cierta comunicación, gracias al sistema de resguardo del Ejército. ¿Cuál era el problema? Desde Peñalolén se hizo el golpe de Estado. Entiendo que se evaluó negativamente. Lo cierto es que había tres lugares mejores que la Onemi.

-Puede ser anecdótico, pero el terremoto los pilló cuando estaban a punto de irse.
-Estaban en la ceremonia del adiós. De todas formas, me parece impresentable. Yo quedé impresionado, porque el 2007 hicimos un informe y nada de eso sirvió... Lo que se hizo fue concentrar atribuciones en la Onemi, que era una institución precaria, y se las quitaron a las FFAA. Absurdo. De lejos son las FFAA las que tienen las mayores capacidades. Hubo un fallo general. Me parece lógico que se investiguen las responsabilidades políticas.
Mi amigo DSK
-Hace poco estuviste con Dominique Strauss-Kahn (DSK). ¿Le diste un apoyo político, pese a las acusaciones en su contra?
-Fue un gesto personal. Yo no soy íntimo de él, pero lo conozco desde hace más de 30 años. Trabajamos juntos en la Universidad de París, en los 80. Participamos de un proyecto de cooperación con el ministro de Industria al inicio del gobierno de Mitterrand. Después nos vimos en varias ocasiones, congresos del PS. Y luego, salió el tema del FMI: él me contactó para que lo ayudara en su campaña, a él le interesaba tener apoyo de los países latinoamericanos. No era tan simple, porque estaba el problema de Argentina, donde la actuación del FMI había sido desastrosa. Hablé con Bachelet, con la presidenta Fernández, con el principal asesor de Lula, tanteando el terreno. Se organizó la visita a Chile a hablar con la presidenta para pedirle apoyo, fue a Argentina, Brasil. Le pedí a cambio que participara en un seminario de Fundación Chile 21. Él vino a Santiago, fue un gesto simpático, estuvo en el país dos veces en 30 días. No es menor, pensando en las 15 horas de vuelo. Y justo estaba en Santiago cuando fue nominado como director de FMI en Washington. Después me mantuve en contacto con él.
-¿Sabías de estos rumores sobre su vida sexual?
-Se sabía. Eran los rumores que corrían, él mismo habló de esto en un encuentro en off que hizo con periodistas franceses un mes antes del escándalo de Sofitel, cuando fue acusado por una mucama de acoso sexual. Sospechaba que podía pasarle algo, les pidió a los periodistas que les sacaran las baterías a las celulares para que no grabaran. Tengo tres problemas: me gusta la buena vida y eso es caro, me gustan las mujeres, y soy judío. Es una combinación complicada, y al mes pasó lo que pasó.
-¿Y cómo lo viste ahora?
-Estuve un par de horas en su departamento, exactamente el día siguiente del triunfo de Hollande en la elección presidencial de Francia. Hoy es una persona que tiene dificultades para salir a la calle, le gritan. Hace poco un diputado lo invitó a su cumpleaños 50, en una boite, y cuando llegó DSK un grupo de gente se retiró. En su casa me dijo: “mira, yo estoy en un infierno, he vivido en el infierno y me va a costar salir del infierno por un buen tiempo. Me están juzgando sobre la moral, pero yo no he cometido ningún ilícito. En materia de moral cada cual tiene la suya. Yo por mi parte agregaría que él aspiraba a ser presidente de Francia y no el líder espiritual de Europa. Antes del escándalo, era un intelectual de gran elocuencia, un político mucho más brillante que Hollande.

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