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Días de cine: Girando en banda



por Héctor Soto

Publicado en La Tercera, 22 de junio, 2012
La taquilla no es el único indicador para establecer si las películas chilenas califican o no. Pero no están conectando con el público.
Primero: el cine no nació sólo para contar historias, pero las películas que las cuentan -sea una historia de la vida real o de la ficción- nos gustan mucho más que las otras. Segundo: la finalidad de las películas quizás no sea únicamente emocionar, pero aquellas que nos emocionan suelen gustarnos más que aquellas que no lo hacen. Y tercero: los mecanismos de la emoción son muchos, amplios y heterogéneos, pero los que están más a ras de suelo, más al alcance de la mano, son aquellos que mueven al espectador a identificarse con el protagonista, o al menos a empatizar con él, para acompañarlo en lo que siente. La idea es que el público se reconozca o proyecte en las situaciones que la película presenta.

Es cierto que todo esto nos mantiene dentro del cine convencional. Claro, es difícil suscribir estas verdades y correr al mismo tiempo las fronteras de la expresión fílmica. Sin embargo, nada de esto impide que se pueda hacer cine moderno, cine de autor, un cine muy personal, incluso, y completamente reñido con las convenciones estandarizadas de la producción más industrial.

¿A qué viene todo esto? Viene a cuento de la necesidad de ir encontrando explicaciones para las crecientes dificultades que está teniendo el cine chileno para encontrarse con el público. Aunque a ningún realizador local le gusta que se lo recuerden, las cifras que están teniendo las películas nacionales son deprimentes (La lección de pintura, Bonsái, El año del tigre, Lupita y otros títulos de menor repercusión). Hasta Joven y alocada anduvo bajo las expectativas. A estas alturas hasta es pertinente poner en entredicho la práctica de someter al estrés de la cartelera comercial realizaciones que van derecho a salas vacías. ¿Qué sentido tiene humillar a películas y realizadores en la cartelera comercial? ¿Por qué no buscar circuitos alternativos? El tema no es irrelevante. La conexión con el público es garantía de solidez y autonomía para el creador. Y la desconexión sistémica es peligrosa. La taquilla no es ni debe ser el único indicador para saber si las producciones locales califican o andan  perdidas. Pero -vamos- las cifras entregan una primera aproximación sobre si conectan o no con su audiencia. Y el hecho concreto es que los estrenos recientes no están conectando.

Se dirá -y es una verdad del porte de una catedral- que hoy las películas ya no nacen libres ni iguales y que el cine transnacional es dueño no sólo de la cancha, sino también de la pelota y que no deja espacio a la producción independiente o local. Es cierto y este factor es una parte muy importante del problema.

Pero hay otra parte, no menor, que tiene que ver con el tipo de películas que estamos haciendo y de historias que estamos contando. Y ahí estamos girando en banda. Es una ironía, gran ironía, que la primera historia de amor del cine chileno en años sea de amor homosexual (Mi último round). Desde que el cine es cine, la más consabida fórmula narrativa es “chico conoce a chica”. En Chile, sin embargo, no es así. Tuvo que estrenarse la película de Julio Jorquera para comprobar que en esa matriz todavía pueden hacerse cosas de interés. Da lo mismo que en su caso sea chico conoce a chico. Los resortes son los mismos y funcionan igual.

Aunque para filmar ya no haya que pensar en grandes epopeyas ni héroes todopoderosos, también -por el otro extremo- es arriesgado creer que se puedan hacer películas de interés con puros personajes pasivos y fatigados, sin voluntad ni deseo, y a los cuales les pasan cosas tal como “le pasa” la micro al señor que lo atropellaron cuando iba distraído. Cuidado. Con héroes desganados, confundidos o lateados, en principio es difícil interesar o entusiasmar. Con caracteres desagradables también. Por cierto, no se trata de que todo el mundo tenga la elegancia de Cary Grant ni el encanto de Cameron Diaz. Por ahí no va la cosa. Pero ha llegado el momento de volver o de comenzar a pensar en caracteres que en alguna zona puedan interpretarnos, provocarnos emplazarnos o ponernos al menos nerviosos. Nada de eso está ocurriendo.

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