Arquitecto PUC
Decano Facultad de Arquitectura Arte y Diseño Universidad Diego Portales
Diario El Mercurio, Vivienda y Decoración, Sábado 23 de Junio de 2012
Decano Facultad de Arquitectura Arte y Diseño Universidad Diego Portales
Diario El Mercurio, Vivienda y Decoración, Sábado 23 de Junio de 2012
http://blogs.elmercurio.com/viviendaydecoracion/2012/06/23/mi-jardin.asp
Hasta los 5 años viví en un departamento en Marchant Pereira con Carlos Antúnez, en un edificio pequeño de cuatro pisos que no tenía jardín. Los fines de semana, por suerte, viajábamos a Viña a la casa de mis abuelos, donde había dos jardines: al frente, el de mi abuela, muy correcto, con flores, pasto, un gran sauce y una hamaca que para nosotros hacía las veces de barco. Atrás estaba el de mi abuelo, más desordenado y misterioso, con gallinero, parrón, camellones con distintas plantaciones de frutillas, chayotas, papayas, un taller de herramientas y cosas viejas, además del lugar donde se quemaban ramas y hojas. Por supuesto que el mejor panorama era la quema, y junto con mis primos pasábamos horas como pirómanos haciendo nuestros mejores esfuerzos para que el fuego no se apagara en toda la tarde.
El año 70 nos mudamos a una casa DFL 2, rodeada de tierra, donde tuve mi primer triciclo a pedales con el que acarreaba piedras de un lado a otro mientras hacíamos nuestro jardín. El terreno era pequeño. Al frente, mi padre hizo una cosa más bien ornamental, a la moda de la época: un "río de piedras" que duró hasta que su paciencia por cortar la maleza que crecía entre las piedras, se agotó.
El patio de atrás, en cambio, y como sucede casi siempre, tardó mucho tiempo, así que por años jugué en unos montones de tierra y piedras acopiados para la construcción de un dormitorio de servicio que no terminaba nunca. Incluso llegué a hacerme alas delta con palos de escoba y plástico para volar desde lo alto del montón, algo que, por supuesto, jamás me resultó. Cuando la obra estuvo lista se llevaron la tierra y ese lugar mágico desapareció del mismo modo que el río de piedras. Entonces nuestro jardín se tornó aburrido y preferí jugar en la plaza.
Siendo adulto, en mi propia casa empecé hace algunos años a construir mi jardín. Creo que desgraciadamente ha quedado más a la manera de mi padre que a la de mi abuelo, seguro debido a mi deformación profesional que antepone la estética por sobre la experiencia.
En vez de ríos de piedra y pasto, hice piletas. En los bordes del terreno puse macizos de plantas y árboles. Al centro, una piscina. Construí varios patios menores en distintos niveles que articulan los espacios y sirven como entradas de luz y filtro de vistas a los vecinos. Incorporé el techo como un nuevo plano que es también mirador, además de mejorar la aislación de la casa.
El conjunto está marcado por las estaciones, con un otoño glorioso, ya que la mayoría de las especies cambia de color y pierde la hoja, y un verano que se vive en torno al agua. El resto del año su uso es únicamente contemplativo. Sin desmerecer esta opción, quizá con muy poco más podría haber quedado mucho mejor, y ser no sólo un lugar bonito, sino entrañable y de mayor uso.
Un buen jardín, independiente de su formato, debiera tener al menos un parrón, algún rincón escondido con un cuarto de herramientas donde hacer experimentos, desarmar cosas viejas para armar nuevas, algún tipo de huerto para ver y entender cómo crecen las cosas que compramos en el supermercado, y un espacio para reciclar hojas y desechos orgánicos, en vez de sacar montañas de basura todas las semanas.
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