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Germinar, nacer, crecer y dar frutos...‏



(Mc. 4, 26-34)
La semilla del Reino sembrada por Jesús brota y crece por la fuerza que le da el Señor

Padre Raúl Feres 
Sacerdote Schoenstatt 
Diario El Mercurio, domingo 17 de junio de 2012
http://diario.elmercurio.com/2012/06/17/vida_social/mas/noticias/918EAB51-76FD-484D-97BA-6BF440F85D6A.htm?id={918EAB51-76FD-484D-97BA-6BF440F85D6A}

Los ejemplos de Jesús son tan acertados, que pueden aplicarse en todo tiempo y lugar. La comparación con la semilla nos da a entender que una vez sembrada germina y va creciendo, sin que el sembrador sepa cómo. Es el milagro de la nueva vida: germinar, nacer, crecer y dar frutos.

Ese crecimiento silencioso se da en una semilla muy pequeña, como es el grano de mostaza, citado por el Señor. Cuando es sembrada, "crece y llega a ser la más grande de las hortalizas. Sus ramas son tan extensas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra".

Así crece también el Reino de Dios. Pequeños y humildes comienzos del cristianismo se convierten en una obra grande en el correr de los tiempos. Una fuerza silenciosa llama e impulsa a la conversión dando frutos de santidad y ayudando a crear un mundo nuevo.

Quizás hoy día nos cuesta creer más en esa fecundidad por las deficiencias humanas y debilidades de nuestra iglesia. Pero, como dice San Pablo, cuando soy débil, soy fuerte. Aunque algunos se descorazonen y desilusionen, la parábola del Evangelio nos invita a renovar la fe en que Jesús, con instrumentos pequeños, pueda realizar grandes cosas. Es el grano de mostaza que silenciosamente crece y se desarrolla por el impulso y la fuerza del Espíritu Santo.

Un aire renovador recorre nuestra Iglesia, renovación que no hace ruido y sin embargo crece y estimula. A través de la "lectio divina" la Palabra de Dios penetra en la vida y nos ilumina en el quehacer diario. Es un trabajo paciente y constante a semejanza de la semilla, donde hay que esperar, a veces durante largo tiempo, que llegue a madurar y produzca frutos. La acción de Dios se manifiesta así en un proceso de largo alcance como lo vemos en la vida de muchos santos y comunidades.

Dejémonos conducir por el Espíritu Santo, sembrador oculto y vigoroso. Él nos ayudará a crecer y así poder influir positivamente en el desarrollo de nuestra patria para ser de verdad una nación de hermanos, donde podamos sanar las heridas del pasado y abrirnos a un camino de perdón y de reconciliación.
Que la Virgen María, la Madre de Jesús y de nuestro pueblo, siembre la esperanza en nuestros corazones ávidos de crecer en el amor a Dios y a los hermanos.

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