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Amigos del alma



por Francisco Mouat
Diario El Mercurio, Sábado 16 de Junio de 2012

Agustín Squella me invita a una conferencia suya en el marco de un ciclo sobre la amistad. Hablará de los amigos que ha hecho leyendo a lo largo de su vida. Se referirá a aquellos autores con quienes ha trabado una relación de amistad profunda. Dirá lo buenos amigos que son, y hasta brindará por ellos y beberá en su nombre, homenajeándolos. Amigos de esta época y de tiempos pretéritos, amigos con los que pocas veces podremos compartir un café, pero que a cambio nos ofrecen una mirada lúcida y sensible de la condición humana. Amigos que como mucho pedirán un momento de atención cuando el otro pueda, libremente, disponer de un tiempo para él. Amigos que no hacen escenas de celos ni nos recriminan cuando no los consideramos por un tiempo prolongado, amigos que nos desplazan a un sitio distinto al que estábamos antes de leer. No puedo ir a la charla de Agustín, me la perderé, es esta noche, pero le reenvío la invitación a mis amigos para que ellos vayan a escucharlo hablar sobre esta magnífica forma de amistad que es también la lectura.
Me pregunto por los amigos que he hecho leyendo, y no sé por dónde empezar a responder. Nombraría a los que tengo encima del velador o aquí junto al escritorio, repasaría mentalmente a los que he venido leyendo en los últimos meses y años, y por supuesto olvidaría injustamente a muchos de ellos a quienes quise mucho y dejé de visitar.
Ahora leo más concentrada y sostenidamente que antes, y me he hecho de nuevos y extraordinarios amigos del alma. Tal vez más mujeres que hombres. Mujeres a las que amo calladamente. Nombro algunas, al vuelo: Natalia Ginzburg, Clarice Lispector, Claire Keegan, Marguerite Yourcenar, Irene Nemirovsky, Alice Munro, Wislawa Szymborska.
Ah, Wislawa, cómo te quiero. Un amigo leía ayer en voz alta uno de mis poemas suyos favoritos, "Una del montón": "Pude haber sido alguien/ mucho menos individuo./ Parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un enjambre,/ partícula de un paisaje sacudida por el viento./ Alguien mucho menos feliz,/ criado para un abrigo de pieles/ o para una mesa navideña,/ algo que se mueve bajo el cristal de un microscopio". En buena hora no ocurrió así: Wislawa Szymborska fue mujer, fue poeta, y un día terminó de escribir este poema para agradecer su condición humana y asombrarse de ella: "Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera,/ lo que habría significado/ ser alguien completamente diferente".
Entre los amigos que he hecho leyendo no solo se cuentan mis autores favoritos, sino también aquellos otros lectores, nuestros pares, con quienes hablamos de libros sin límite ni fatiga. Ellos también forman parte de lo mejor de mi vida: más que hablar de literatura, comparto con ellos el entusiasmo que nos provocan historias y personajes y el modo en que se cuentan, y nos maravillamos a coro de cómo un hombre o una mujer de carne y hueso es capaz de provocarnos con su escritura desasosiego, estupor, conmoción, risa, emoción, felicidad.
Marguerite Yourcenar escribió en la última etapa de su vida un volumen de poemas breves titulado Los treinta y tres nombres de Dios. Tomen nota de algunos de los nombres de Dios según Marguerite Yourcenar: "La voz que viene del este, entra por la oreja derecha y enseña un canto", "sol naciente sobre un lago aún helado a medias", "sueño en una cama", "el pan", "un trago de bebida fría o caliente", "el sonido de una viola o de una flauta indígena", "las nueve puertas de la percepción", "la mirada y lo que mira", "la mano que se pone en contacto con las cosas", "la hierba, el olor a hierba", "el silencio entre dos amigos". Perfectamente estos amigos pueden ser un libro y uno leyéndolo en silencio.
¿Qué piensas tú de todo esto, amigo Squella?

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