Te bendecimos, Padre, y te damos gracias
porque nos permites vivir la cercanía
de la venida de Tu Hijo.
Adviento y Navidad son los tiempos santos
para recordar el advenimiento
del Mesías, de tu Ungido,
que empieza con el nacimiento de Jesús,
pero que sólo terminará
el día de su venida última y gloriosa.
Gracias porque nos has enviado al Salvador,
porque con su envío alientas en nosotros
la esperanza: una esperanza de redención
que ya nunca desaparecerá del mundo.
La persona de Jesús,
la historia de su vida y de su muerte,
hace firme nuestra confianza expectante.
No sólo desde el momento
de su muerte y su resurrección,
sino desde el instante
de su concepción y nacimiento.
Él es nuestro Mesías,
el Mesías de la humanidad,
el que nos salva y nos libera.
Gracias, Padre nuestro,
porque en medio de nuestras luchas
y de nuestras crisis
nos haces descubrir
en tu unigénito Jesucristo,
el hombre singular
que nos inspira una fe firme,
en el logro último
de nuestro destino colectivo e individual.
Por eso cantamos gozosos y alegres
con los ángeles y los arcángeles.
Ahora queremos contemplar
al que viene en nombre tuyo
y poner su vida ante nuestros ojos,
como el centro de nuestra reunión
y de nuestra plegaria.
Jesús, tu Ungido,
nuestro Mesías,
es nuestro hermano,
hombre como nosotros,
y, a la vez, tu Hijo,
diferente de toda la humanidad.
Nacido de María, hijo de José,
procede de una vieja familia judía
de raíces ancestrales,
que se hunden en el pasado
de un pueblo milenario.
Jesús es el Hijo de Dios
que viene de lejos,
en el que culminan
largos siglos de anhelos y luchas.
Pero su nacimiento virginal
significa para nosotros
la vertiente más oculta
y misteriosa de su persona,
siempre sustraída
de nuestra mirada inmediata.
Jesús no tiene padre terreno,
porque te tiene a ti, Señor,
como Padre único y directo.
Dios, Señor nuestro:
Tú estás unido a Jesús
como el Padre al hijo,
de modo entrañable y radical.
Cuando Cristo
da su vida por la humanidad
eres Tú quien en Él te nos das
y en Él te entregas a nosotros,
sellando con sangre de la propia estirpe
la nueva alianza para siempre.
Haciendo ahora memoria de tu Hijo,
de su encarnación en la humanidad,
de su muerte y resurrección
te pedimos el envío de tu Espíritu sobre la Iglesia.
Acuérdate del Papa, de nuestros obispos y presbíteros,
de todo el pueblo de Dios esparcido por el mundo.
Ten piedad de nuestros difuntos,
que nos precedieron en la vida.
Haz que la comunidad de los creyentes
sea, como María, una señal,
un signo de esperanza redentora de todos,
la madre que está encinta
y da a luz al Dios con nosotros.
Que tu Iglesia sea la mediadora
entre los hombres y mujeres que te buscan
y Tú, que vienes a ellos en tu Hijo.
A Ti, Padre, te damos la gloria y el honor,
por medio de Jesucristo, en el Santo Espíritu,
por los siglos de los siglos.
Amén
_________
Tomado del libro
Oraciones de Acción de Gracias
Casiano Floristán y Luis Maldonado
Editorial Trotta (Madrid, 1995)
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