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Calles de Diciembre


Columna 'Pista Resbaladiza'

por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias,
Lunes 26 de diciembre de 2011

No es tan extravagante la idea
de que en la estructura de una ciudad
esté la mente de Dios.

Hay algo de milagroso en el hecho
de que las multitudes convergentes
se distribuyan en el espacio
con cierto orden, que haya lugar
para el desenvolvimiento simultáneo
de millones de individuos.

Ahora, entre Pascua y Año Nuevo
esta sensación es más fuerte
que en el resto del año.

A veces da la impresión
de que las muchedumbres
un poco dislocadas
que copan las calles
están a punto de perder la cordura.

Una detonación,
la propagación de un gas desconocido,
una ilusión óptica en el cielo,
un deslizamiento en la falla de Ramón
podrían generar pánico colectivo,
estampidas, aplastamientos
(y tras ello, como parte 
de una reacción en cadena, saqueos, 
profanación de tumbas y templos).

Pero no pasa nada:
el radio de alcance psicológico
de cualquier suceso inesperado
(choques, ajusticiamiento ciudadano
de delincuentes, viejas que ruedan
por las escaleras del metro)
se cierra en torno al hecho mismo.

Con los seres humanos de la ciudad,
increíblemente, no pasa como
con las hormigas, en cuyos asentamientos
es muy fácil inducir el miedo general:
basta con un palito, cerrar el paso
de una fila de obreras o darles vuelta
un vaso de agua y las hormigas
se proyectan en todas las direcciones
en una gritadera muda.

Cada año digo lo mismo:
que estas fiestas, a pesar de
lo inveteradas, lo pillan a uno
como de sorpresa, y por más
que posemos de estar
más allá del bien y del mal
y lejos de las imposiciones colectivas,
invariablemente pasamos por el estrés
de responder a requerimientos de fin de año:
comprar cosas distintas para distintos destinatarios,
abastecerse excediendo las necesidades
(para no pasar esos días en un ambiente de escasez),
huir de parientes medianamente lejanos,
capear las celebraciones de oficina,
bloquear mentalmente las alusiones
chistosas o libidonosas al Viejo Pascuero
-coronadas por el jojojó-, bloquear
del mismo modo la espantosa
música orquestada navideña
emitida en los parlantes de los supermercados
-música incidental del sinsentido
donde resbalan las voces alegres
de coros de suicidas-,
hacerse el tonto con el intercambio
de inutilidades del amigo secreto,
pagar y cobrar aguinaldos, en fin,
lo de siempre, viejas novedades.

Sin embargo, se trata de una buena época.

"La luz, la maravillosa luz de estas regiones",
me decía un amigo recién llegado
de latitudes sombrías.

Y está la conversión alquímica
de esa energía en la atmósfera de la noche.

Por cierto: las noches de diciembre
son profundas, atemperadas,
propicias a la prolongación de la vida.

Uno quisiera disponer de la capacidad de no dormir.

Las calles nocturnas de diciembre
nos invocan el fondo de la conciencia:
tendidas, flanqueadas de árboles espesos,
irradiadas por la bóveda de las estrellas
a donde parecen finalmente conducir.

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