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Cuando perdemos todo nos quedan los libros



por Cristián Warnken 
Jueves 22 de Diciembre de 2011 


Ha muerto en París, a los 98 años, 
el librero Georges Whitman, 
el dueño de "Shakespeare and Company", 
37 rue Bucherie. 

En un rincón cerca del Sena, 
a pasos de la iglesia más antigua de París, 
Saint Julien le Pauvre, 
funciona hace 70 años 
esta librería de libros ingleses usados. 

"Librería de viejo", 
donde siempre encontramos una novedad. 

Porque-como dijera el editor español Jacobo Siruela- 
de lo que se trata es de leer con ojos nuevos lo antiguo, 
y no con mirada gastada lo nuevo, 
como lo están haciendo hoy los opinólogos 
y expertos que manejan el mundo.

Hay librerías que son templos, 
lugares sagrados 
donde los lectores compulsivos 
llegamos a cualquier hora 
a buscar nuestra dosis de poesía, 
novela o historia a la vena. 

Los lectores somos los eternos mendigos, 
los clochards de un absoluto que nos huye 
(por eso leemos sin tregua), 
los que dejamos el mundo 
para dormir bajo los puentes, 
porque los libros son puentes 
y la "Shakespeare and Company" 
es un puente invisible sobre el Sena. 

Las bolsas de valores en Europa y el mundo 
caen y revientan como burbujas en el aire,
porque hoy los valores económicos son sólo espuma, 
con la que los especuladores "están haciendo bolsa" el mundo. 

Los libros, en cambio, 
tienen peso, olor, textura, materialidad y humanidad... 

"Quien toca este libro está tocando a un hombre", 
dijo una vez el poeta Walt Whitman.

El otro Whitman, Georges, 
acogía a los escritores 
en su mítica librería 
como a los pasajeros 
que golpean las puertas 
de un monasterio en la noche. 

Siempre repetía estos versos de Yeats: 
"No seas inhospitalario con los extraños, 
puede que sean ángeles disfrazados". 

Cuántas tardes frías de París, 
de esas en que uno se siente nadie 
en el corazón implacable 
de la más bella de las ciudades, 
entré a buscar refugio ahí; 
cuántas veces sentí que esa era mi casa, 
en la que me hubiera gustado quedarme a dormir, 
como ese personaje de una novela de Auster 
que dormía en una cama hecha de libros, 
lo único que le quedaba porque lo había perdido todo. 

Cuando perdemos todo, nos quedan los libros.

Ha muerto el librero Georges Whitman, 
pariente lejano del poeta Walt Whitman, 
y sólo por ese hecho, ya París no es una fiesta. 

¿Qué haremos cuando nos sintamos solos 
en una esquina de cualquier ciudad 
y no estén abiertas las librerías 
que han sido nuestras casas, 
nuestros orfanatos de amor y tipografías?

Porque todos los lectores somos huérfanos de algo, 
y las ciudades nos parecen más vacías 
si alguien con oficio y amor 
no sabe escoger los libros exactos 
para colocarlos en el lugar exacto a la hora exacta, 
como el monje de la religión de la tinta, 
que enciende una vela cuando es de noche. 

Y siempre es de noche, 
y las librerías que amamos 
son las lámparas más nobles 
que ha encendido el hombre 
para intentar detener el desierto que avanza. 

¿Podrá la hija de Whitman, 
Sylvia (que tiene el nombre 
de una heroína de un libro de Nerval), 
mantener encendida la lámpara de las páginas 
en una esquina de una Europa que se cae a pedazos? 

No es lo mismo ver fluir el Sena 
una noche de soledad y angustia, 
que mirarlo desde las vidrieras 
de la "Shakespeare and Company".

Mis amigos parisinos me cuentan 
que muchas viejas librerías han cerrado 
y han sido reemplazadas por tiendas de moda. 

Mientras haya una librería abierta 
en una esquina del mundo, 
es más improbable 
que se vuelvan a encender 
las hogueras de la intolerancia. 

Lo digo desde acá, 
una ciudad al fin del mundo 
donde sólo están abiertas las farmacias. 

Las viejas librerías no se coluden 
y existen casi por milagro.

Por eso las amamos, 
por eso hoy lloramos 
la muerte de Georges Whitman. 

Si quieres rendirle homenaje 
a este héroe del espíritu, 
regala sólo libros esta Navidad, 
libros comprados en librerías con alma. 

Es una forma de resistir al consumismo vacío, 
a la vertiginosa oleada de chatarra 
y vulgaridad que hoy nos devasta. 

Cuando lo hagas, el viejo Whitman 
sonreirá en el cielo de los libros resucitados 
y vueltos a leer, una y otra vez...

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