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La tarde del 24...‏por AC




Caminar por calles arboladas
es un impregnarse de un verde sin fin.

Contemplar las laderas de los cerros,
y sus texturas y relieves 
de serena y majestuosa belleza
en la que todo va sutilmente cambiando,
casi sin darnos cuenta, 
de manera asombrosa y silenciosa.

Orar y pensar en nada que pensar.

Tenderse en un prado
bajo un enorme Quillay
que no necesita de adornos
para transformarse 
en el verdadero árbol de Navidad.

A su generosa sombra 
se escucha la brisa veraniega
pasar entre sus ramas que cuelgan
como racimos y que al cerrar los ojos
parecieran el correr del agua de un arroyo imaginario.

La paz de las horas previas a la Nochebuena
en un extremo precordillerano de la ciudad,
bajo el candente sol de diciembre
es la atmósfera ideal para olvidarse de todo,
excepto del acontecimiento central:
del misterio eterno que estamos 
a punto  de revivir y profundizar
en la Misa de los Pastores (más conocida
popularmente como Misa del Gallo),
en la que cantaremos a coro
cantando con los monjes benedictinos:

«La Palabra se hizo carne
y nosotros hemos visto su Gloria...»

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