Juan Guillermo Tejeda (1947), artista
por Vicente Undurraga
The Clinic, julio 2008
Puede ser presentado como artista, pero la movilidad ha marcado su quehacer: ha sido diseñador, ilustrador, pintor, profesor, fotógrafo y gestor; diseñó los Artefactos de Nicanor Parra, ideó el iceberg que Chile llevó a la Expo Sevilla, estuvo entre los fundadores de este pasquín, ha publicado 5 ó 6 libros y ha estado a cargo de la imagen del Hotel
Explora, entre otras pegas. Y ahora presenta “La fábrica”, libro autobiográfico y visual que muy pronto llega a
librerías. Tejeda, conocido y admirado en los años 70 y 80 en Barcelona bajo el pseudónimo de Tex, habla aquí de su infancia en un Chile ya extinto, de la derecha lamentable que tenemos y de la izquierda no mucho mejor, y hasta del tabú que alguna vez supuso el vello púbico de las modelos de Playboy. ¡Y cuenta cómo fue que Piñera, para callado, trató de robarle la marca Supermerc´art!
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Tu trabajo está marcado por el movimiento. La quietud o la concentración en el artista, ¿la ves como comodidad?
-He tratado de explicármelo muchas veces, porque la mía ha sido una trayectoria muy divertida y a la vez muy incómoda. Normalmente te están pidiendo acreditaciones de lo que haces, está lleno de gremios y uno tiene que hacerse un nombre en determinada cosa y quedarse allí.
¿Y tú?
-Me crié con un padre que jugaba a las cosas culturales; yo pensaba que la vida era de esa manera y me sorprendí cuando a los ocho años descubrí que en las casas de mis amigos no había libros y era raro que un niño escuchara música clásica. En mi casa un día podíamos estar haciendo títeres y otro escribiendo una novela, era una manera de estar. Tomé eso y después desarrollarlo resultó muy difícil y penoso.
MOZART Y EL PADRE
¿Por qué?
-Porque te piden decisiones. Viví un tiempo un poco complicado y honestamente traté de ser pintor, de ser fotógrafo, pero mi relación con todas estas cosas en el fondo es de pura alegría, de puro gozo de hacerlas. Al final me acostumbré a la soledad que significa este tipo de carrera en que te tienes que alejar del gremio, andar dando bote y ser mirado como un extraño.
¿Te complica?
-Ya me acostumbré, de repente dejé de sufrir. No respondo a formularios. A mi hijo que es sociólogo le hablo en contra de los formularios y las acreditaciones y él me dice que son instrumentos necesarios de reducción de la complejidad. La sociedad necesita reducir complejidades para poder pasar a la gente por un aeropuerto o por donde sea. Yo trabajo, al revés, en aumentar la complejidad, y por eso el formulario es mi enemigo. El artista que para mí es el número uno de la historia es Mozart, porque él es la facilidad misma, un compadre que no se complicaba, al que le brotaba y lo juntaba y mezclaba todo, y tenía además la gracia de que nunca ponía sus problemas personales en sus obras; podía estar pasándolo pésimo y le salían unas sinfonías preciosas, maravillosas, alegres. Le tocó un estilo como rococó, medio idiota, medio cursi y sin embargo le sacó gran partido y se paseó por todos los géneros musicales. Fue criado por su padre también, tiene esa marca del padre, aunque un padre demasiado catete. Además era bajito como yo… Yo no tengo nada que ver con el mundo musical y no fui ningún niño prodigio ni soy ningún genio, pero me acomoda el molde que tiene él, la forma de vivir esto y la impopularidad que le granjeaba entre sus congéneres, que eran personas aplicadas y metodológicas.
Así aludes a Beethoven, sufrido, sordo, cagado.
-Claro, y lo otro también es que Beethoven tenía la pretensión de componer para la humanidad, mientras Mozart componía para el que le pidiera; era comercial, era fácil, no se enredaba, y yo también siempre he buscado ese trato con los clientes. A mis colegas de generación en bellas artes les tenía sin cuidado el mercado, el usuario, la vieja ridícula que compraba el cuadro: eran seres muy secundarios en la cabeza de un artista.
Háblame de la influencia de tu padre; dedicas buenas páginas de “La fábrica” a recordar tu infancia rodeado de su mundo, el chico Molina, Eduardo Anguita, Mauricio Amster… Ensalzas la libertad de ellos y dices que “buscar el triunfo y lograr el éxito eran maniobras indignas”. ¿En Chile, ahora, el ambiente está menos propicio para esas libertades?
-Es difícil, hay varias cosas, ese mundo desapareció, es un mundo perdido que yo añoro, y a lo mejor en la añoranza lo reconstruyo de un modo que no era. Estaba entre el Centro, Providencia y parte de Ñuñoa. Era un mundo de pocas cuadras, la gente vivía cerca. Y en las oficinas había todo el tiempo del mundo y no esta cosa productiva de hoy; era gente ociosa, culta, feliz, medios pobres porque tampoco le cuadraban muchos las cuentas. Era gente además que había tenido formación de la universidad de Chile o la Católica, que eran muy buenas universidades en aquella época… Ahora es distinto, Chile está más cerca del mundo, eso es fantástico, pero yo diría que aquel de mi infancia, de mi padre, es un mundo que desapareció. No era gente que quisiera triunfar, nadie se iba a ganar el premio Nobel.
“ENSUCIA E ILUMINA”
“Cualquier artista tiene que tratar con el poder, que te permite hacer las cosas y por lo tanto hay que tenerle cierto apego”, dice Tejeda.¿Sólo “cierto” apego?
-El suficiente como para que puedas hacer tus cosas; hay un poder –las simples ganas de mandar– que no es productivo. Es el poder de los mandos medios, el peor.
¿Cuál es tu relación real con el poder?
-He tenido la suerte de contar siempre con una contraparte, que no ha sido mucha; seis o siete personas que me han dado parte de su poder para que yo haga lo que quiera. Haber trabajado con determinadas personas me ha posibilitado hacer determinadas cosas. Y esas personas no son siempre las que uno cree, no siempre son galeristas o un editor, son personas que están en el mundo y te abren puertas en forma generosa por el gusto de hacer algo nuevo… El poder ensucia pero también ilumina.
Escribes en este libro: “Ser libre en una jaula es poco atractivo. Lo que vale la pena cambiar está fuera de los espacios blancos de los museos y las galerías”. Está muy presente esa especie de voluntad contra el museo. Y más: “Las bienales me las paso dos veces por las dos esféricas”.
-Sí, ja. Es que las bienales tienen un nombre muy achorado, pero no son nada sino una cosa que pasa cada dos años.
Pero ¿por qué tomas distancia de exposiciones y museos?
-Hoy está todo expuesto. La exposición coincide con la venta del supermercado. Es lo mismo. En un mundo tan expuesto, exponer es un acto irrelevante. Ahora, igual es bonito de repente ver las cosas de uno ritualizadas en un ambiente, pero para mí no ha sido una preocupación central y no creo que el arte esté donde la sociedad te dice que está.
¿Que sería dónde?
-Siempre hay un lugar en que se supone que están los artistas, una morfología que dice que el artista, no sé, tiene que llevar barba y tener una boina y vivir en un barrio bohemio y ser muy pobre y fracasado, y pasa por un iluminado que vio el porvenir. La onda maldita, aunque después vino la del artista exitoso, ochentero, que andaba rapado por Nueva York y que era top por sus redes muy finas con personas muy especiales.
¿Y para ti dónde está lo relevante de ser artista?
-En llegar a un público, tener influencia en la época en que estás viviendo. Y la influencia no siempre está en la galería tal o editorial.
¿Si no?
-Trabajando en esos nichos que están abandonados, que a nadie le interesan.
¿Por ejemplo?
-Tu revista. Cuando surgió el The Clinic no había ninguna revista chistosa. Era un país muy amargado. Entonces dijimos: “hagamos una cuestión para burlarnos de todo”. Era un lugar vacío. Lo mismo cuando organicé el supermercado del arte. Aquí todo el mundo se quejaba de que el arte era muy caro, que la gente no compraba. Entonces, cuando lo hicimos, tuvo gran éxito, porque había un nicho donde estaba la opción de hacer algo diferente. Trabajar en una revista de humor, en hoteles o en viñas me parecía algo con más posibilidades de crear.
“NO HABER PERSEVERADO EN NADA”
Otra idea que planteas en este libro es la de infiltrar las conversaciones; la idea de que el desarrollo del artista está en la interlocución con sus coetáneos.
-Si eres capaz de hacer algo, tienes dos opciones: tratar de ser famoso o tratar de ser influyente. A mí siempre me ha cautivado mucho ser influyente. Mandar a los que mandan. Hoy el rollo de mandar a los que mandan es muy interesante en el tema político.
Los asesores.
-Exacto. Ellos y los consultores son realmente relevantes, porque un político normalmente no tiene la capacidad de decidir un montón de cosas técnicas, que finalmente son las reales. El que arma el avión es el asesor. Yo a veces he sido de estos seres, y es muy atractivo. En el arte pasa lo mismo. Uno trata de tener influencia. Es lo que más me gusta: poner nuevos temas, tratar de llamar la atención sobre cosas no advertidas, armar conversación. Lo encuentro más relevante que decidir una conversación que ya está encaminada. O sea, meter temas flotantes que todavía no están arriba de la mesa o bien influir sobre el tono de las cosas. Todo esto es muy bonito, teóricamente, pero nadie te paga por eso, ni es reconocido, aunque después tú sabes que ciertas cosas se hicieron en parte porque tú estabas. Es la felicidad de ser incatalogable, porque si te catalogan te van a decir lo que tienes que hacer el próximo mes y a mí nadie me dice lo que tengo que hacer el próximo mes. Esa ha sido una de las gracias de mi vida. He tenido el gusto de no haber perseverado específicamente en nada.
ARTEFACTOS
Los Artefactos. Ya se sabe que los textos son de Parra y que por intermediación de la editorial tú los ilustraste.
-Trabajé varios meses haciéndolos, y lo pasé fantástico, porque me gustaba –siempre me ha gustado- mucho lo que escribe Nicanor.
Dices que fue triste que aparecieran en 1972, cuando el país estaba “tan cargado de odio”.
-Sí, fue frustrante, se conocieron muy poco. Había ambiente de aniquilación, de supervivencia, y quedaron como a destiempo.
¿Cuándo hubiera sido mejor su aparición?
-Dos años antes. Probablemente cuando fueron escritos. Pero entre eso y la edición ilustrada final, el país se había crispado. De todos modos me sirvieron porque cuando llegué a España los mostré y me conseguí pega de inmediato como profesor.
Escribes en el libro que cuando hace par de años los reeditó La Tercera, a pesar de que la edición no te gustó, sentiste que se te restauró el debido crédito.
-Sí. Ahí hay un pecado de mi vida, una debilidad: siempre he tenido un lado desapercibido, de no figurar, de no resistir la parte donde se figura. Eso es un drama que he ido corrigiendo con el tiempo.
¿Por qué un drama?
-Al principio me parecía –y esto me viene también del grupo de mi padre– que cuando uno hace algo divertido, no tiene que atribuirse mucho la paternidad ni cobrar por ello, porque en el fondo los buenos chistes y la buena vida se hace entre todos.
A Nicanor lo conociste después.
-Sí, lo iba a ver y aparte de planear algunos trabajos, hablábamos mucho de las mujeres, de la literatura chilena. Una vez le dije que yo podría hacer una campaña para que no le dieran el Nobel. ¡No puede un sueco entender esta huevá! Había que recolectar firmas para impedir que le dieran el Nobel a Parra. Le encantaba esta idea. También me contaba que soñaba con Neruda.
¿Qué soñaba?
-Que lo veía, con envidia, en un caballo blanco dando vueltas alrededor de un foso, que era una cosa redonda, enorme, que abajo terminaba en un cono infinito.
NI IZQUIERDA NI DERECHA
Dices que se te ha catalogado de comunista, siendo que “mi imaginario más íntimo es de clase media, de vida agradable e individualista”.
-Sí.
¿Y hoy cómo te sitúas políticamente?
-Me gusta lo republicano, las instituciones, los parlamentos, me gusta que cada uno pueda decir su opinión, que los asuntos se discutan, que todos tengan los mismos derechos frente a un semáforo o a una situación judicial. Ahora, el proceso de Allende partió republicano y terminó comunista… el que sacaba más gente a la calle tenía razón, y aparecieron los batallones. Eso a mí siempre me pareció chocante; mi simpatía por los comunistas tuvo que ver con mi aversión hacia una derecha que me tocó mamarme en Chile, autoritaria, inculta, o peor: falsamente culta, con lecturas muy limitadas, con mocasines argentinos, con chaqueta azul de botones dorados y colleras y peinado con colita de pato, esos personajes, señoras de peluquería, seres intolerantes, estrechos. Yo diría que el problema de la derecha es que vive en un mundo pequeño, incontaminado.
¿Hasta hoy?
-Sí, y dentro de ese mundo pequeño e incontaminado, todo lo que ellos hacen es razonable. Lo que pasa es que si tú lo pones en el contexto en que vivimos en realidad, no es tan razonable.
¿Un ghetto?
-Un ghetto que vive dentro de un país y considera que el país es el ghetto. Yo estoy muy en contra de las especies de claves secretas de entendimiento que tienen estos grupos para encontrar colegios, barrios, personas conocidas, ambientes culturales, auspicios, un mundo minúsculo que maneja una cosa mayúscula. He ahí el problema. Esa especie de certeza de que aquella pequeña tribu es el país, el mundo, va contra mi naturaleza. Hay que tomar en cuenta a la gente, al jardinero, a la empleada, al compadre del quiosco. Esa es una derecha que todavía existe, pero en aquel entonces era peor.
¿Por qué?
-Por ejemplo, ahora los pobres son un tema de la derecha. Antes, los pobres eran flojos, borrachos, indios.
En cuanto a la izquierda, te explicas su fracaso esbozando la teoría del “avance infinito”: la consecución de poder popular para luego hacer las cosas ¿cómo?
-La izquierda nunca ha tenido una respuesta para eso. Nunca hubo un sistema para administrar el poder cuando lo obtuvieran para sí. Lo otro es que de la clase obrera yo nunca me sentí muy afín. Nunca me imaginé que un gobierno hecho de obreros iba a ser mejor que uno hecho de personas que no eran obreras.
También escribes: “El tema de las clases sociales existe, y no tiene sentido negarla, aunque tampoco hay que darle demasiada importancia”.
-Tanto por el lado materno como por el lado paterno, provengo de familias provincianas, podríamos decir que soy de la clase media ilustrada.
¿Cuál y cómo es esa clase media ilustrada exactamente?
-Hoy hay grupos emergentes a los que el desarrollo económico les ha permitido entrar a la universidad por primera vez en sus familias. Antes no existían, no estaban, no tenían poder adquisitivo, no producían basura. Entonces, me pierdo más en aquello, pero cuando digo clase media ilustrada quizá estoy refiriéndome también al formar parte, de alguna manera, de la oligarquía.
¿Cómo?
-Este es un país oligárquico, donde hay, no sé, 37 ó 50 familias que mandan. Un grupo de gente que siempre ha ejercido el poder. No necesariamente son de derecha o de fortuna… Es así como el país se hace. Incluso la dictadura fue un régimen oligárquico más que personal. Pinochet tenía que cuadrarse ante un grupo de gente que daba la línea. Y estas familias, en su parte más baja socialmente, son algunas de ellas afines a mí. Clase media en ese sentido, e ilustrada en el sentido de tener una cultura desarrollada en la casa, con viajes, con biblioteca, con cine.
¿Formación que no se da en los ghetttos de la clase más alta según tu hipótesis?
-Yo creo que la hay, pero siempre me ha llamado la atención que algunos amigos de clase alta que tengo siempre leen una literatura muy añeja. Tienen algo antiguo, y por otra parte algo idealista, que en los malos tiempos se convierte en fascista.
¿En qué sentido?
-Idealista en el sentido de que hay para ellos un mundo maravilloso, extraordinario, europeo, avanzado, últimamente quizá norteamericano, un mundo mejor donde la gente es bonita, las personas trabajan y producen mucha riqueza y se vive bien; y luego hay esta realidad, que es un asco y una mierda, donde vivimos. Entonces no les queda más remedio que aplicar medidas drásticas para que esta cuestión más o menos funcione. Es una clase alta impaciente, pero no por eso carente de cierta cultura. El Artes y Letras de El Mercurio es un poco esa cultura conservadora.
PIÑERA SINVERGÜENZA
En España hiciste el Supermerc´art, y luego acá, en el Centro de Extensión de la UC, donde vendías varias obras de artistas a tres tipos de precio, y fue un éxito, aunque muy criticado.
-Sí, yo acá tenía el auspicio de Fincard (la mayor emisora de tarjetas de crédito de la cual Sebastián Piñera era socio). Y ni siquiera ellos veían la dimensión de esto, creían que era una cuestión artística, inofensiva.
Este proyecto iba al nervio de la relación entre el arte y el público.
Tocaba el clítoris de esa relación extraña. Supermerc´art yo sé que fue muy agresivo, porque era ningunear a los galeristas y a los críticos, decir: sin ellos vendemos mucho más y los artistas producen más. Y pasándolo estupendo, entraban en esta cosa mozartiana de hacer mucho, se les decía: tienes que hacerme entre 60 y 90, no me vengas con 10 monos.
Piñera te intentó robar la marca, inscribiéndola por su cuenta y para callado. ¿Es cierto?
-Claro. Fue cuando culminó esto, que arrasó en ventas de una manera que no nos habíamos imaginado, a nivel casi escandaloso, en el año 89, creo. El caso es que de repente aparece en el Diario Oficial que había sido inscrita la marca Supermerc´art. Averiguamos y resultó que había sido nuestro auspiciador, Fincard. O sea, Piñera, que había encontrado muy buena la idea. Me pareció último. Y en el Centro de Extensión se indignaron mucho y metieron unos obispos que finalmente solucionaron el caso: Piñera retiró la marca.
Y hoy que está como candidato, ¿te parece una posibilidad?
-En las pasadas elecciones intenté votar por él, pero no pude, no logré convencerme a mí mismo. No sé, quería buscar otra cosa.
¿Aburrido de la Concertación?
-Me carga estar esclavizado a un bloque político, es muy desagradable. Quisiera votar otra cosa, pero realmente es muy difícil. Es que la derecha en Chile no ha cambiado.
Esa es la gran pequeñez de la derecha, ¿no haber sido capaz de articular una alternativa digna de ser considerada?
-Exacto. Hay algo que no me cuadra; aparte del tema Pinochet, que no lo han solucionado, hay un pinochetismo de baja intensidad, operativo, que tiene que ver con la incapacidad de generar espacios públicos de calidad.
¿Por ejemplo?
-El drama de los subsidios al Transantiago sólo se explica por la imposibilidad ideológica de que haya un ente de transporte público en Santiago, como hay en todas las grandes ciudades. Aquí todos los problemas de la ciudad se resuelven a través de ministerios, que son demasiado grandes y no tienen sintonía fina. Por lo mismo es que es imposible que haya aquí un buen sistema de educación pública, porque no hay quien lo administre. El ministerio es un regulador de licitaciones, pero no un proveedor de enseñanza. En EE.UU el 80% de los estudiantes va a universidades públicas. Y acá estamos en un mundo muy raro que obedece a un pinochetismo operativo que la Concertación administra con mejor onda que los derechistas, que todavía creen que es muy malo que haya colegios públicos. Son los únicos derechistas en el mundo que creen eso. Les da miedo. Esa cerrazón suya la veo antidigital, antiglobal, antigua, y por eso uno termina votando por el aturdido que presente de candidato la Concertación.
EL ICEBERG
Hablemos de la Expo Sevilla. Estuviste tras la idea del iceberg, lo que te costó la impugnación de poco espesor por parte de Bernardo Subercaseaux, Tomás Moulian y otros.
-Traidor a la patria llegó a decir no recuerdo quién.
¿Por qué?
-Había un izquierdismo que se arrebató, un izquierdismo resistente, del poncho y el charango, que estuvo en contra. Para ellos, éramos unas especies de recién llegados, que no nos habíamos mamado la dictadura en todo su dolor, y que veníamos ahora a hacer la imagen del país. Además, yo estaba aliado con unos publicitarios, y entonces estaba en la peor posición en que podía estar, pero era la que más me divertía y la que más me juntaba con mi país real.
¿Cómo así?
-Porque después de haber estado 14 años fuera del país, me dije, voy a inventarlo de nuevo, voy a dejar que fluya, que salga el auténtico país.
Superar la encrucijada Allende-Pinochet.
-Exacto, porque esa es una cuestión muy ingrata que tiene el problema de que no podemos escuchar a los Huasos Quincheros, y muchos problemas más.
Te gustan los Quincheros, ah.
-Cuando uno tiene de infancia tres o cuatro músicas, da mucha lata que después te digan: No, mira, Guns ´n Roses no porque ahora esos son traidores. El mundo así es infernal, espantoso… La idea de que fuera el de Chile en la Expo Sevilla un pabellón muy visual, con todo diseñado, era un concepto que dejaba un poco fuera de juego a una serie de personajes.
Sin embargo, lo que no se sabe es que, aparte del iceberg, tú quisiste poner como café del pabellón una fuente de soda y como anfitriones a unos negros chicos y feos, pero no te aceptaron eso.
-Cierto. Cuando trabajas solo te sientes más libre pero menos poderoso, cuando trabajas colectivamente, al revés. Perdí la pelea de la fuente de soda y la de los anfitriones morenos mapuches con unas rubias alemanas. Les tenía hasta un corte de pelo diseñado.
PROCESIÓN DE PICOS
Hablas en tu libro de los grafitis –desde los los griegos y romanos hasta los de hoy– y de los blogs como “respiraderos”. ¿A qué te refieres?
-A que ahí no hay editor. No es por molestarte tu profesión, pero el editor es, con toda la belleza que tiene, un ano, un esfínter por donde pasan unas cosas y otras no. Y en Chile, donde hay pocas salidas y pocos editores, hay poco relevo, y por el grafiti y el blog respira la sociedad.
Tu trabajo está marcado por el movimiento. La quietud o la concentración en el artista, ¿la ves como comodidad?
-He tratado de explicármelo muchas veces, porque la mía ha sido una trayectoria muy divertida y a la vez muy incómoda. Normalmente te están pidiendo acreditaciones de lo que haces, está lleno de gremios y uno tiene que hacerse un nombre en determinada cosa y quedarse allí.
¿Y tú?
-Me crié con un padre que jugaba a las cosas culturales; yo pensaba que la vida era de esa manera y me sorprendí cuando a los ocho años descubrí que en las casas de mis amigos no había libros y era raro que un niño escuchara música clásica. En mi casa un día podíamos estar haciendo títeres y otro escribiendo una novela, era una manera de estar. Tomé eso y después desarrollarlo resultó muy difícil y penoso.
MOZART Y EL PADRE
¿Por qué?
-Porque te piden decisiones. Viví un tiempo un poco complicado y honestamente traté de ser pintor, de ser fotógrafo, pero mi relación con todas estas cosas en el fondo es de pura alegría, de puro gozo de hacerlas. Al final me acostumbré a la soledad que significa este tipo de carrera en que te tienes que alejar del gremio, andar dando bote y ser mirado como un extraño.
¿Te complica?
-Ya me acostumbré, de repente dejé de sufrir. No respondo a formularios. A mi hijo que es sociólogo le hablo en contra de los formularios y las acreditaciones y él me dice que son instrumentos necesarios de reducción de la complejidad. La sociedad necesita reducir complejidades para poder pasar a la gente por un aeropuerto o por donde sea. Yo trabajo, al revés, en aumentar la complejidad, y por eso el formulario es mi enemigo. El artista que para mí es el número uno de la historia es Mozart, porque él es la facilidad misma, un compadre que no se complicaba, al que le brotaba y lo juntaba y mezclaba todo, y tenía además la gracia de que nunca ponía sus problemas personales en sus obras; podía estar pasándolo pésimo y le salían unas sinfonías preciosas, maravillosas, alegres. Le tocó un estilo como rococó, medio idiota, medio cursi y sin embargo le sacó gran partido y se paseó por todos los géneros musicales. Fue criado por su padre también, tiene esa marca del padre, aunque un padre demasiado catete. Además era bajito como yo… Yo no tengo nada que ver con el mundo musical y no fui ningún niño prodigio ni soy ningún genio, pero me acomoda el molde que tiene él, la forma de vivir esto y la impopularidad que le granjeaba entre sus congéneres, que eran personas aplicadas y metodológicas.
Así aludes a Beethoven, sufrido, sordo, cagado.
-Claro, y lo otro también es que Beethoven tenía la pretensión de componer para la humanidad, mientras Mozart componía para el que le pidiera; era comercial, era fácil, no se enredaba, y yo también siempre he buscado ese trato con los clientes. A mis colegas de generación en bellas artes les tenía sin cuidado el mercado, el usuario, la vieja ridícula que compraba el cuadro: eran seres muy secundarios en la cabeza de un artista.
Háblame de la influencia de tu padre; dedicas buenas páginas de “La fábrica” a recordar tu infancia rodeado de su mundo, el chico Molina, Eduardo Anguita, Mauricio Amster… Ensalzas la libertad de ellos y dices que “buscar el triunfo y lograr el éxito eran maniobras indignas”. ¿En Chile, ahora, el ambiente está menos propicio para esas libertades?
-Es difícil, hay varias cosas, ese mundo desapareció, es un mundo perdido que yo añoro, y a lo mejor en la añoranza lo reconstruyo de un modo que no era. Estaba entre el Centro, Providencia y parte de Ñuñoa. Era un mundo de pocas cuadras, la gente vivía cerca. Y en las oficinas había todo el tiempo del mundo y no esta cosa productiva de hoy; era gente ociosa, culta, feliz, medios pobres porque tampoco le cuadraban muchos las cuentas. Era gente además que había tenido formación de la universidad de Chile o la Católica, que eran muy buenas universidades en aquella época… Ahora es distinto, Chile está más cerca del mundo, eso es fantástico, pero yo diría que aquel de mi infancia, de mi padre, es un mundo que desapareció. No era gente que quisiera triunfar, nadie se iba a ganar el premio Nobel.
“ENSUCIA E ILUMINA”
“Cualquier artista tiene que tratar con el poder, que te permite hacer las cosas y por lo tanto hay que tenerle cierto apego”, dice Tejeda.¿Sólo “cierto” apego?
-El suficiente como para que puedas hacer tus cosas; hay un poder –las simples ganas de mandar– que no es productivo. Es el poder de los mandos medios, el peor.
¿Cuál es tu relación real con el poder?
-He tenido la suerte de contar siempre con una contraparte, que no ha sido mucha; seis o siete personas que me han dado parte de su poder para que yo haga lo que quiera. Haber trabajado con determinadas personas me ha posibilitado hacer determinadas cosas. Y esas personas no son siempre las que uno cree, no siempre son galeristas o un editor, son personas que están en el mundo y te abren puertas en forma generosa por el gusto de hacer algo nuevo… El poder ensucia pero también ilumina.
Escribes en este libro: “Ser libre en una jaula es poco atractivo. Lo que vale la pena cambiar está fuera de los espacios blancos de los museos y las galerías”. Está muy presente esa especie de voluntad contra el museo. Y más: “Las bienales me las paso dos veces por las dos esféricas”.
-Sí, ja. Es que las bienales tienen un nombre muy achorado, pero no son nada sino una cosa que pasa cada dos años.
Pero ¿por qué tomas distancia de exposiciones y museos?
-Hoy está todo expuesto. La exposición coincide con la venta del supermercado. Es lo mismo. En un mundo tan expuesto, exponer es un acto irrelevante. Ahora, igual es bonito de repente ver las cosas de uno ritualizadas en un ambiente, pero para mí no ha sido una preocupación central y no creo que el arte esté donde la sociedad te dice que está.
¿Que sería dónde?
-Siempre hay un lugar en que se supone que están los artistas, una morfología que dice que el artista, no sé, tiene que llevar barba y tener una boina y vivir en un barrio bohemio y ser muy pobre y fracasado, y pasa por un iluminado que vio el porvenir. La onda maldita, aunque después vino la del artista exitoso, ochentero, que andaba rapado por Nueva York y que era top por sus redes muy finas con personas muy especiales.
¿Y para ti dónde está lo relevante de ser artista?
-En llegar a un público, tener influencia en la época en que estás viviendo. Y la influencia no siempre está en la galería tal o editorial.
¿Si no?
-Trabajando en esos nichos que están abandonados, que a nadie le interesan.
¿Por ejemplo?
-Tu revista. Cuando surgió el The Clinic no había ninguna revista chistosa. Era un país muy amargado. Entonces dijimos: “hagamos una cuestión para burlarnos de todo”. Era un lugar vacío. Lo mismo cuando organicé el supermercado del arte. Aquí todo el mundo se quejaba de que el arte era muy caro, que la gente no compraba. Entonces, cuando lo hicimos, tuvo gran éxito, porque había un nicho donde estaba la opción de hacer algo diferente. Trabajar en una revista de humor, en hoteles o en viñas me parecía algo con más posibilidades de crear.
“NO HABER PERSEVERADO EN NADA”
Otra idea que planteas en este libro es la de infiltrar las conversaciones; la idea de que el desarrollo del artista está en la interlocución con sus coetáneos.
-Si eres capaz de hacer algo, tienes dos opciones: tratar de ser famoso o tratar de ser influyente. A mí siempre me ha cautivado mucho ser influyente. Mandar a los que mandan. Hoy el rollo de mandar a los que mandan es muy interesante en el tema político.
Los asesores.
-Exacto. Ellos y los consultores son realmente relevantes, porque un político normalmente no tiene la capacidad de decidir un montón de cosas técnicas, que finalmente son las reales. El que arma el avión es el asesor. Yo a veces he sido de estos seres, y es muy atractivo. En el arte pasa lo mismo. Uno trata de tener influencia. Es lo que más me gusta: poner nuevos temas, tratar de llamar la atención sobre cosas no advertidas, armar conversación. Lo encuentro más relevante que decidir una conversación que ya está encaminada. O sea, meter temas flotantes que todavía no están arriba de la mesa o bien influir sobre el tono de las cosas. Todo esto es muy bonito, teóricamente, pero nadie te paga por eso, ni es reconocido, aunque después tú sabes que ciertas cosas se hicieron en parte porque tú estabas. Es la felicidad de ser incatalogable, porque si te catalogan te van a decir lo que tienes que hacer el próximo mes y a mí nadie me dice lo que tengo que hacer el próximo mes. Esa ha sido una de las gracias de mi vida. He tenido el gusto de no haber perseverado específicamente en nada.
ARTEFACTOS
Los Artefactos. Ya se sabe que los textos son de Parra y que por intermediación de la editorial tú los ilustraste.
-Trabajé varios meses haciéndolos, y lo pasé fantástico, porque me gustaba –siempre me ha gustado- mucho lo que escribe Nicanor.
Dices que fue triste que aparecieran en 1972, cuando el país estaba “tan cargado de odio”.
-Sí, fue frustrante, se conocieron muy poco. Había ambiente de aniquilación, de supervivencia, y quedaron como a destiempo.
¿Cuándo hubiera sido mejor su aparición?
-Dos años antes. Probablemente cuando fueron escritos. Pero entre eso y la edición ilustrada final, el país se había crispado. De todos modos me sirvieron porque cuando llegué a España los mostré y me conseguí pega de inmediato como profesor.
Escribes en el libro que cuando hace par de años los reeditó La Tercera, a pesar de que la edición no te gustó, sentiste que se te restauró el debido crédito.
-Sí. Ahí hay un pecado de mi vida, una debilidad: siempre he tenido un lado desapercibido, de no figurar, de no resistir la parte donde se figura. Eso es un drama que he ido corrigiendo con el tiempo.
¿Por qué un drama?
-Al principio me parecía –y esto me viene también del grupo de mi padre– que cuando uno hace algo divertido, no tiene que atribuirse mucho la paternidad ni cobrar por ello, porque en el fondo los buenos chistes y la buena vida se hace entre todos.
A Nicanor lo conociste después.
-Sí, lo iba a ver y aparte de planear algunos trabajos, hablábamos mucho de las mujeres, de la literatura chilena. Una vez le dije que yo podría hacer una campaña para que no le dieran el Nobel. ¡No puede un sueco entender esta huevá! Había que recolectar firmas para impedir que le dieran el Nobel a Parra. Le encantaba esta idea. También me contaba que soñaba con Neruda.
¿Qué soñaba?
-Que lo veía, con envidia, en un caballo blanco dando vueltas alrededor de un foso, que era una cosa redonda, enorme, que abajo terminaba en un cono infinito.
NI IZQUIERDA NI DERECHA
Dices que se te ha catalogado de comunista, siendo que “mi imaginario más íntimo es de clase media, de vida agradable e individualista”.
-Sí.
¿Y hoy cómo te sitúas políticamente?
-Me gusta lo republicano, las instituciones, los parlamentos, me gusta que cada uno pueda decir su opinión, que los asuntos se discutan, que todos tengan los mismos derechos frente a un semáforo o a una situación judicial. Ahora, el proceso de Allende partió republicano y terminó comunista… el que sacaba más gente a la calle tenía razón, y aparecieron los batallones. Eso a mí siempre me pareció chocante; mi simpatía por los comunistas tuvo que ver con mi aversión hacia una derecha que me tocó mamarme en Chile, autoritaria, inculta, o peor: falsamente culta, con lecturas muy limitadas, con mocasines argentinos, con chaqueta azul de botones dorados y colleras y peinado con colita de pato, esos personajes, señoras de peluquería, seres intolerantes, estrechos. Yo diría que el problema de la derecha es que vive en un mundo pequeño, incontaminado.
¿Hasta hoy?
-Sí, y dentro de ese mundo pequeño e incontaminado, todo lo que ellos hacen es razonable. Lo que pasa es que si tú lo pones en el contexto en que vivimos en realidad, no es tan razonable.
¿Un ghetto?
-Un ghetto que vive dentro de un país y considera que el país es el ghetto. Yo estoy muy en contra de las especies de claves secretas de entendimiento que tienen estos grupos para encontrar colegios, barrios, personas conocidas, ambientes culturales, auspicios, un mundo minúsculo que maneja una cosa mayúscula. He ahí el problema. Esa especie de certeza de que aquella pequeña tribu es el país, el mundo, va contra mi naturaleza. Hay que tomar en cuenta a la gente, al jardinero, a la empleada, al compadre del quiosco. Esa es una derecha que todavía existe, pero en aquel entonces era peor.
¿Por qué?
-Por ejemplo, ahora los pobres son un tema de la derecha. Antes, los pobres eran flojos, borrachos, indios.
En cuanto a la izquierda, te explicas su fracaso esbozando la teoría del “avance infinito”: la consecución de poder popular para luego hacer las cosas ¿cómo?
-La izquierda nunca ha tenido una respuesta para eso. Nunca hubo un sistema para administrar el poder cuando lo obtuvieran para sí. Lo otro es que de la clase obrera yo nunca me sentí muy afín. Nunca me imaginé que un gobierno hecho de obreros iba a ser mejor que uno hecho de personas que no eran obreras.
También escribes: “El tema de las clases sociales existe, y no tiene sentido negarla, aunque tampoco hay que darle demasiada importancia”.
-Tanto por el lado materno como por el lado paterno, provengo de familias provincianas, podríamos decir que soy de la clase media ilustrada.
¿Cuál y cómo es esa clase media ilustrada exactamente?
-Hoy hay grupos emergentes a los que el desarrollo económico les ha permitido entrar a la universidad por primera vez en sus familias. Antes no existían, no estaban, no tenían poder adquisitivo, no producían basura. Entonces, me pierdo más en aquello, pero cuando digo clase media ilustrada quizá estoy refiriéndome también al formar parte, de alguna manera, de la oligarquía.
¿Cómo?
-Este es un país oligárquico, donde hay, no sé, 37 ó 50 familias que mandan. Un grupo de gente que siempre ha ejercido el poder. No necesariamente son de derecha o de fortuna… Es así como el país se hace. Incluso la dictadura fue un régimen oligárquico más que personal. Pinochet tenía que cuadrarse ante un grupo de gente que daba la línea. Y estas familias, en su parte más baja socialmente, son algunas de ellas afines a mí. Clase media en ese sentido, e ilustrada en el sentido de tener una cultura desarrollada en la casa, con viajes, con biblioteca, con cine.
¿Formación que no se da en los ghetttos de la clase más alta según tu hipótesis?
-Yo creo que la hay, pero siempre me ha llamado la atención que algunos amigos de clase alta que tengo siempre leen una literatura muy añeja. Tienen algo antiguo, y por otra parte algo idealista, que en los malos tiempos se convierte en fascista.
¿En qué sentido?
-Idealista en el sentido de que hay para ellos un mundo maravilloso, extraordinario, europeo, avanzado, últimamente quizá norteamericano, un mundo mejor donde la gente es bonita, las personas trabajan y producen mucha riqueza y se vive bien; y luego hay esta realidad, que es un asco y una mierda, donde vivimos. Entonces no les queda más remedio que aplicar medidas drásticas para que esta cuestión más o menos funcione. Es una clase alta impaciente, pero no por eso carente de cierta cultura. El Artes y Letras de El Mercurio es un poco esa cultura conservadora.
PIÑERA SINVERGÜENZA
En España hiciste el Supermerc´art, y luego acá, en el Centro de Extensión de la UC, donde vendías varias obras de artistas a tres tipos de precio, y fue un éxito, aunque muy criticado.
-Sí, yo acá tenía el auspicio de Fincard (la mayor emisora de tarjetas de crédito de la cual Sebastián Piñera era socio). Y ni siquiera ellos veían la dimensión de esto, creían que era una cuestión artística, inofensiva.
Este proyecto iba al nervio de la relación entre el arte y el público.
Tocaba el clítoris de esa relación extraña. Supermerc´art yo sé que fue muy agresivo, porque era ningunear a los galeristas y a los críticos, decir: sin ellos vendemos mucho más y los artistas producen más. Y pasándolo estupendo, entraban en esta cosa mozartiana de hacer mucho, se les decía: tienes que hacerme entre 60 y 90, no me vengas con 10 monos.
Piñera te intentó robar la marca, inscribiéndola por su cuenta y para callado. ¿Es cierto?
-Claro. Fue cuando culminó esto, que arrasó en ventas de una manera que no nos habíamos imaginado, a nivel casi escandaloso, en el año 89, creo. El caso es que de repente aparece en el Diario Oficial que había sido inscrita la marca Supermerc´art. Averiguamos y resultó que había sido nuestro auspiciador, Fincard. O sea, Piñera, que había encontrado muy buena la idea. Me pareció último. Y en el Centro de Extensión se indignaron mucho y metieron unos obispos que finalmente solucionaron el caso: Piñera retiró la marca.
Y hoy que está como candidato, ¿te parece una posibilidad?
-En las pasadas elecciones intenté votar por él, pero no pude, no logré convencerme a mí mismo. No sé, quería buscar otra cosa.
¿Aburrido de la Concertación?
-Me carga estar esclavizado a un bloque político, es muy desagradable. Quisiera votar otra cosa, pero realmente es muy difícil. Es que la derecha en Chile no ha cambiado.
Esa es la gran pequeñez de la derecha, ¿no haber sido capaz de articular una alternativa digna de ser considerada?
-Exacto. Hay algo que no me cuadra; aparte del tema Pinochet, que no lo han solucionado, hay un pinochetismo de baja intensidad, operativo, que tiene que ver con la incapacidad de generar espacios públicos de calidad.
¿Por ejemplo?
-El drama de los subsidios al Transantiago sólo se explica por la imposibilidad ideológica de que haya un ente de transporte público en Santiago, como hay en todas las grandes ciudades. Aquí todos los problemas de la ciudad se resuelven a través de ministerios, que son demasiado grandes y no tienen sintonía fina. Por lo mismo es que es imposible que haya aquí un buen sistema de educación pública, porque no hay quien lo administre. El ministerio es un regulador de licitaciones, pero no un proveedor de enseñanza. En EE.UU el 80% de los estudiantes va a universidades públicas. Y acá estamos en un mundo muy raro que obedece a un pinochetismo operativo que la Concertación administra con mejor onda que los derechistas, que todavía creen que es muy malo que haya colegios públicos. Son los únicos derechistas en el mundo que creen eso. Les da miedo. Esa cerrazón suya la veo antidigital, antiglobal, antigua, y por eso uno termina votando por el aturdido que presente de candidato la Concertación.
EL ICEBERG
Hablemos de la Expo Sevilla. Estuviste tras la idea del iceberg, lo que te costó la impugnación de poco espesor por parte de Bernardo Subercaseaux, Tomás Moulian y otros.
-Traidor a la patria llegó a decir no recuerdo quién.
¿Por qué?
-Había un izquierdismo que se arrebató, un izquierdismo resistente, del poncho y el charango, que estuvo en contra. Para ellos, éramos unas especies de recién llegados, que no nos habíamos mamado la dictadura en todo su dolor, y que veníamos ahora a hacer la imagen del país. Además, yo estaba aliado con unos publicitarios, y entonces estaba en la peor posición en que podía estar, pero era la que más me divertía y la que más me juntaba con mi país real.
¿Cómo así?
-Porque después de haber estado 14 años fuera del país, me dije, voy a inventarlo de nuevo, voy a dejar que fluya, que salga el auténtico país.
Superar la encrucijada Allende-Pinochet.
-Exacto, porque esa es una cuestión muy ingrata que tiene el problema de que no podemos escuchar a los Huasos Quincheros, y muchos problemas más.
Te gustan los Quincheros, ah.
-Cuando uno tiene de infancia tres o cuatro músicas, da mucha lata que después te digan: No, mira, Guns ´n Roses no porque ahora esos son traidores. El mundo así es infernal, espantoso… La idea de que fuera el de Chile en la Expo Sevilla un pabellón muy visual, con todo diseñado, era un concepto que dejaba un poco fuera de juego a una serie de personajes.
Sin embargo, lo que no se sabe es que, aparte del iceberg, tú quisiste poner como café del pabellón una fuente de soda y como anfitriones a unos negros chicos y feos, pero no te aceptaron eso.
-Cierto. Cuando trabajas solo te sientes más libre pero menos poderoso, cuando trabajas colectivamente, al revés. Perdí la pelea de la fuente de soda y la de los anfitriones morenos mapuches con unas rubias alemanas. Les tenía hasta un corte de pelo diseñado.
PROCESIÓN DE PICOS
Hablas en tu libro de los grafitis –desde los los griegos y romanos hasta los de hoy– y de los blogs como “respiraderos”. ¿A qué te refieres?
-A que ahí no hay editor. No es por molestarte tu profesión, pero el editor es, con toda la belleza que tiene, un ano, un esfínter por donde pasan unas cosas y otras no. Y en Chile, donde hay pocas salidas y pocos editores, hay poco relevo, y por el grafiti y el blog respira la sociedad.
Escribes del pene y lo dibujas bastante. Dices: “Siempre me ha irritado un poco tanto el silencio que suele rodearlo como las alusiones a él de los chistosos grupales. Los incas y los aztecas le prestaron la debida atención. También los romanos y Freud”.
¿Qué entiendes por debida atención al pene?
-Es una cosa importante, un símbolo de penetración, fecundación, masculinidad y yo creo que de seducción. Nací en un mundo donde en las láminas los seres humanos no tenían genitales. En las películas nunca aparece, es una cosa que está borrada, cuando yo creo que tiene una gran presencia. Desde luego en la cabeza masculina es muy importante. Es tu compañero, tu amigo. A mí me da lata que si un pintor hace paisajes, sea una persona amante de la naturaleza; pero si uno dibuja picos, está obsesionado. Los romanos lo hacen aparecer en forma espontánea en su arte, sin mayor atado. Y aquí tenemos el problema hasta de cómo llamarlo. Aunque ahora hay un poco una recuperación, en Chile hemos sido partícipes de su ocultamiento. Eso es. Yo viví una época adolescente donde la lucha era por ver una teta. Y los problemas de la revista Playboy en EE.UU era el pubic hair, el vello púbico de las modelos. Hoy estamos avanzados, eso ya no es tema. Esto que haya de repente en la cultura antigua una procesión de picos, o un monumento, está bien, tiene que haber estas cosas, una puerta con una pichulita por ahí.
Estuviste en los comienzos del Clinic.
-¡Claro! Y tenía acciones, pero las vendí. No podía hacerme cargo, se me complicó la vida, mi señora tuvo un derrame cerebral, estaba la crema, y no tenía yo cómo atender todas mis guerras, y la del Clinic la dejé, pero hubiera seguido encantado, me gustó mucho el proyecto.
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