por David Gallagher
Viernes 30 de Diciembre de 2011
Viernes 30 de Diciembre de 2011
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/12/30/desde-el-mar-rojo.asp
Los cambios de año nos enseñan humildad. Nos recuerdan lo limitados que somos. Lo perdidos que estamos ante el futuro. Basta con acordarnos del último día del 2010: ¿qué lográbamos prever de lo que iba a ocurrir en el 2011? Casi nada. Una y otra vez los acontecimientos del año nos tomaron de sorpresa. Es así siempre.
Me lo digo mientras escribo en un café frente a la marina del Gouna, un balneario en el Mar Rojo, donde hemos llegado para constatar cómo y cuánto han crecido Talia e Inés, mis dos nietas egipcias. En el lejano horizonte está la punta de la península del Sinaí, y hacia el sureste, la costa de Arabia Saudita. De hecho desde un puerto al sur del Gouna, salen los barcos con los peregrinos que cumplen con su obligación de visitar La Meca.
¿Quién en el Gouna, hace 12 meses, se imaginaba la irrupción que iba a ocurrir tan pocos días más tarde en la Plaza Tahrir? Fue el primer gran acontecimiento inesperado del año. Después vino el tsunami de Japón, y a mediados del año, una crisis profunda en Europa. Y en Chile, las protestas estudiantiles. ¿Quién las predijo?
Tal vez lo más importante del 2011 fue el hecho de que, después de un 2010 promisorio, la economía mundial tendiera de nuevo a estancarse, de manera que, vistas ahora, las economías de Estados Unidos y Europa llevan ya tres años sin realmente recuperarse de la recesión que irrumpió en 2008. Tres años es mucho. En España no es sólo que casi la mitad de los jóvenes no tienen trabajo: no lo han tenido en todo ese tiempo, lo que, a esa edad, es una eternidad. Si bien en números menos extravagantes, pasa algo parecido en otros países europeos, y en Estados Unidos. Con razón, entonces, tanto malestar. Con razón los indignados. Con razón el desprestigio de los políticos, porque parecen ni saber cómo gobernar. Con razón el desprestigio de los economistas, porque casi ninguno previó la crisis del 2008. Con razón el de tantos otros expertos de todo tipo.
Con la humildad que nos corresponde en esta época del año, los que nos creemos expertos en algo deberíamos, en el fondo, admitir que nos equivocamos en nuestras predicciones casi siempre. Cuando todo va bien, a nadie le importa. Pero cuando hay crisis, esas equivocaciones producen rabia, y la gente deja de creer en cualquiera que pretenda saber más. Cualquiera que tenga poder se vuelve sospechoso, y por eso caen gobiernos. Lo bueno es que frente a tanto rechazo, las élites están obligadas a renovarse. Lo malo es que mientras tanto, se desploman los referentes más sólidos, y la sociedad propende a la anarquía. Son momentos en que hay que cuidar a los países.
¿Qué sorpresas nos brindará el 2012? Desde el Gouna, el futuro de Egipto se ve muy incierto, tras los triunfos electorales de los islamistas. Mirando de reojo hacia la costa de Arabia Saudita, con su dictadura integrista, los coptos se preguntan hasta cuándo van a poder practicar su religión, y los musulmanes liberales, hasta cuándo van a poder tomar vino o verles la cara a las mujeres. El temor a una dictadura islámica es muy entendible, porque por su naturaleza, es el tipo de dictadura que se mete en la vida íntima de las personas, en sus costumbres más personales, a diferencia de una como la soviética, que se concentraba en quehaceres políticos y económicos.
En cuanto al resto del mundo, no sabemos, claro, dónde caerán los desastres naturales. Pero tampoco tenemos mucha capacidad de predicción política o económica. ¿Se arreglarán Europa y Estados Unidos? ¿Se desplomará el milagro chino? ¿Dónde se dará la próxima erupción geopolítica? ¿Otra vez en Medio Oriente, o en Asia? El 2011 lo veíamos venir con un optimismo que resultó ser equivocado. Ojalá lo sea también el pesimismo con que uno tiende a esperar el 2012.
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