Nuestros universitarios de hoy han tomado un papel más activo, pero todavía contestatario.
por José Zalaquett - Diario La Tercera 21/12/2011 - 04:00
ESTE AÑO, el movimiento estudiantil dejó en claro lo que muchos aún no advertían: no vivimos una época de cambios, sino un cambio de época. Desde los años 90, los grandes parámetros que definían la vida en sociedad en los dos siglos precedentes han ido quedando atrás. Las ideologías dominantes, el papel de la ciudadanía, la velocidad de los cambios científicos y tecnológicos (así como su impacto en la economía y en las costumbres).
Subsisten, sí, las formas tradicionales de representación a través de los partidos y el modo de generar políticas sociales, porque tratándose de asuntos públicos, la gente prefiere al diablo conocido, por temor al desgobierno. Esta actitud es más fuerte entre quienes tienen una vida hecha y se acentúa más de cara a grandes cambios.
Al amanecer de esta nueva época, 20 años atrás, las generaciones más jóvenes no se sintieron interpretadas por los modos de antaño y se marginaron. Ese fue el sentido del "no estoy ni ahí", que estuvo en boga hace tiempo. La siguiente generación, nuestros universitarios de hoy, ha tomado un papel más activo, pero todavía contestatario, antes que propositivo. Del malestar se avanzó a la indignación, y de ésta, al impulso por demoler lo existente. La expresión característica pasó a ser "no más". Esta actitud contagió a los desencantados de antes, ya mayores, quienes sintieron que las brasas de sus anhelos podían volver a encenderse. La desconfianza hacia las instituciones y políticas públicas se generalizó.
Sabemos que la historia no marcha gradual y uniformemente, sino que conoce períodos de estancamiento, aceleración o ruptura. Los grandes quiebres sociales suelen parecerse al colapso de una represa. Se acumulan las presiones y terminan por derrumbarse los viejos muros de contención. En un comienzo la masa de agua lo inunda todo; sólo gradualmente se consigue encauzarlas.
Teniendo esto en mente, consideremos los desafíos que enfrenta el movimiento estudiantil el año que viene. El 2011 logró colocar en el tapete con gran fuerza el tema de equidad social. Hubo desmanes lamentables, pero la justicia de su demanda por inclusión y mayor igualdad llegó a ser ampliamente reconocida. Ahora, los dirigentes de relevo, encabezados por Boric y Titelman (en aras de la transparencia, declaro que Gabriel Boric ha sido mi ayudante de cátedra, pero no hablo por él ni pretendo aconsejarlo), deben terminar por hacer comprender a quienes permanecen indolentes o remolones, el imperativo de forjar un pacto social justo. Se trata de un gran desafío, porque los sectores sociales más reacios y el mundo político sólo reaccionan si se los aguijonea. Por tanto, los estudiantes probablemente mantendrán una intensa presión, pero también deberán anticipar, con sus métodos de acción y sus propuestas, la justicia, el respeto por la diversidad y la inclusión del nuevo trato social al que dicen aspirar. Es una tarea mayor en estos tiempos inciertos de cambio de época. Los jóvenes no podrían darle término por sí mismos, pero quizás consigan dejarla encaminada, lo que no sería poco.
Subsisten, sí, las formas tradicionales de representación a través de los partidos y el modo de generar políticas sociales, porque tratándose de asuntos públicos, la gente prefiere al diablo conocido, por temor al desgobierno. Esta actitud es más fuerte entre quienes tienen una vida hecha y se acentúa más de cara a grandes cambios.
Al amanecer de esta nueva época, 20 años atrás, las generaciones más jóvenes no se sintieron interpretadas por los modos de antaño y se marginaron. Ese fue el sentido del "no estoy ni ahí", que estuvo en boga hace tiempo. La siguiente generación, nuestros universitarios de hoy, ha tomado un papel más activo, pero todavía contestatario, antes que propositivo. Del malestar se avanzó a la indignación, y de ésta, al impulso por demoler lo existente. La expresión característica pasó a ser "no más". Esta actitud contagió a los desencantados de antes, ya mayores, quienes sintieron que las brasas de sus anhelos podían volver a encenderse. La desconfianza hacia las instituciones y políticas públicas se generalizó.
Sabemos que la historia no marcha gradual y uniformemente, sino que conoce períodos de estancamiento, aceleración o ruptura. Los grandes quiebres sociales suelen parecerse al colapso de una represa. Se acumulan las presiones y terminan por derrumbarse los viejos muros de contención. En un comienzo la masa de agua lo inunda todo; sólo gradualmente se consigue encauzarlas.
Teniendo esto en mente, consideremos los desafíos que enfrenta el movimiento estudiantil el año que viene. El 2011 logró colocar en el tapete con gran fuerza el tema de equidad social. Hubo desmanes lamentables, pero la justicia de su demanda por inclusión y mayor igualdad llegó a ser ampliamente reconocida. Ahora, los dirigentes de relevo, encabezados por Boric y Titelman (en aras de la transparencia, declaro que Gabriel Boric ha sido mi ayudante de cátedra, pero no hablo por él ni pretendo aconsejarlo), deben terminar por hacer comprender a quienes permanecen indolentes o remolones, el imperativo de forjar un pacto social justo. Se trata de un gran desafío, porque los sectores sociales más reacios y el mundo político sólo reaccionan si se los aguijonea. Por tanto, los estudiantes probablemente mantendrán una intensa presión, pero también deberán anticipar, con sus métodos de acción y sus propuestas, la justicia, el respeto por la diversidad y la inclusión del nuevo trato social al que dicen aspirar. Es una tarea mayor en estos tiempos inciertos de cambio de época. Los jóvenes no podrían darle término por sí mismos, pero quizás consigan dejarla encaminada, lo que no sería poco.
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