por Francisco Mouat
Diario El Mercurio, sábado 24 de diciembre de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/12/24/el_sabado/tiro_libre/noticias/4B197663-30A6-4286-AB16-11CB58623534.htm?id={4B197663-30A6-4286-AB16-11CB58623534}
No recuerdo la primera vez que escuché o leí esta palabra: quelcún. Sí recuerdo que venía explicada: se trataba de un término chilote cuyo significado nunca olvidé: refugiarse en época de tormenta esperando creativamente que el buen tiempo regresara.
Me gustó esta imagen desde siempre. Tal vez porque en algún sentido el transcurso del tiempo normal de la vida tiene un dejo de tormenta, tal vez porque mi naturaleza necesita altas dosis de refugio para respirar acompasadamente.
No sé vivir en guerra. Ni quiero aprender a hacerlo. Me resisto. Como me resisto a creer que no hay otro camino para vivir que ir por las calles ladrándole a medio mundo y obsesionados con proteger nuestro metro cuadrado, frecuentemente hipotecado a los bancos.
La mala educación de la que somos testigos con pasmosa frecuencia apenas salimos a la calle está ganando la batalla pública. Basta poner a la venta algún objeto de interés más o menos masivo para que el delirio y la barbarie impongan sus modos. Una entrada para un partido de fútbol de alta convocatoria, la oferta navideña de un regalo de moda, debidamente publicitado a los cuatro vientos. ¿Alguien medianamente sensato puede creer que por esta vía estamos construyendo una sociedad con mejor calidad de vida?
Si nos entendemos a nosotros mismos primero que todo como flamantes consumidores, no hacemos otra cosa que rendirle pleitesía al mismo modelo del cual después nos quejamos que estrangula nuestras vidas domésticas de cada día.
No sé si esto tenga remedio. El negocio de los medios es mostrarnos cualquier alteración de la rutina esperable para un día cualquiera de la existencia humana, ojalá con disparos, ambulancias, fuerza policial y horror. No es demasiado difícil conseguirlo: entre una fauna de millones de nosotros pujando por un pedazo de sobrevivencia (sin olvidar que los más ricos han diseñado sus vidas para sobrevivir con muchísimo dinero y no les gusta renunciar a esa condición), y con estadísticas feroces, como la publicada el otro día respecto al casi nulo interés de los chilenos por entrar a las librerías (ni hablar de lo que más se lee), es frecuente que el desequilibrio mental al que todos estamos expuestos se concrete de un modo que a ratos paraliza.
¿Alguien lleva una estadística del contenido con que se rellenan los noticiarios de cada día? Tomárselos en serio podría ser una buena razón para caer en depresión. La condición humana reducida a algo parecido a escombros. Escasa o nula reflexión. Un circo freak al servicio de la sintonía online, el people meter, ese invento cruel y tarado que hace treinta años parecía sacado de la ciencia ficción.
Quelcún. Reviso el diccionario chilote: "Acción de resguardar los barcos cuando hay temporal". El quelcún se hace. No es pasivo. Es una acción creativa. Se aprovecha para calafatear y reparar las embarcaciones, para compartir un mate o una copa de licor y contarse historias al calor de una fogata en la noche, para darse un tiempo de paz en medio de la tormenta. La esperanza es que amaine. Lo bonito que ofrece la naturaleza es que en algún momento el tiempo mejora. Y las embarcaciones pueden volver a su sitio, a la mar, y nosotros podemos viajar en ellas y desplazarnos.
Otra cosa es la naturaleza humana. Pocos párrafos más lúcidos sobre este asunto he leído que uno de Italo Calvino en Las ciudades invisibles. Cuando el horno no está para bollos, vuelvo sobre él: "El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio".
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