Por propia definición,
todos los descubrimientos
importantes en ciencia
son impredecibles.
Si fueran predecibles,
no habría descubrimientos importantes.
El propósito de la ciencia,
y por ende el del financiamiento científico
es crear las condiciones
para que sucedan cosas impredecibles.
No existe una única visión científica.
La ciencia es un mosaico
de puntos de vista parciales y contradictorios.
Si los avances científicos fuesen predecibles,
los más experimentados académicos,
los que han obtenido logros significativos
en el pasado, los eméritos profesores,
los laureados, serían los únicos
que continuarían cosechando éxitos,
uno tras otro, sin espacio para los
más inexpertos, los más audaces,
los que no tienen un prestigio que cautelar.
Ocurriría algo parecido a lo que
ocurrió con el academicismo
del arte pictórico en el siglo XIX,
que optó por un virtuosismo,
un refinamiento estéril
que intentaba ocultar
su falta de ideas,
hasta que irrumpieron
los impresionistas
y todo lo que vino después
que cambió la historia de la pintura.
No siempre los fondos oficiales
van en apoyo de los nuevas huellas
que marcarán el futuro
(y no me refiero únicamente
a los descubrimientos serendípicos).
Éstos llegan, generalmente,
cuando el hallazgo importante ya se hizo.
El financiamiento parece tender
a alinearse a consolidar nuevo conocimiento
más que a crear nuevo conocimiento.
Por lo que para lograr lo primero,
conviene dar espacio para más de una estrategia,
que considere parámetros de evaluación
que incluya otros méritos del investigador.
El criterio de Cocteau
referida a la prudencia de la audacia:
saber hasta donde llegar demasiado lejos.
Si la ciencia es lo impredecible organizado,
las estrategias para facilitar lo impredecible
no pueden ser únicas ni demasiado previsibles.
Los grandes saltos adelante
los dan las personas
que no tienen en cuenta
la sabiduría convencional
y hacen algo inesperado.
La gran tarea que tenemos por delante
es organizar nuestras sociedades
de tal modo que lo impredecible
tenga la oportunidad de ocurrir.
Como dijo Jorge Wagensberg:
la incertidumbre es condición necesaria
para la felicidad y en otros términos,
algo parecido dijo nuestro poeta
y geólogo, Leonardo Sanhueza:
sin incertidumbre, la vida sería una estafa
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