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Mejor voluntario que obligatorio

Tribuna

por Álvaro Fischer Abeliuk

Diario El Mercurio, Miércoles 28 de Diciembre de 2011 
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/12/28/mejor-voluntario-que-obligator.asp

Luego de modificada la Constitución para permitir la inscripción automática y el voto voluntario, diversos personeros del mundo político y de los centros de pensamiento comenzaron a plantear que eso había sido un error, y que el voto debía ser obligatorio. Ese debate ha continuado, incluso después de la reciente aprobación de la ley que regula la inscripción automática y el voto voluntario.
Aunque ambas posturas son legítimas, se sustentan en concepciones distintas de los principios y énfasis en los que se funda el contrato social. Si el voto es voluntario, es porque se le considera un derecho, y si el voto es obligatorio, es porque se le considera un deber. Algunos sostienen que votar es, a la vez, un derecho y un deber, lo que es lógicamente inconsistente o analíticamente imposible. Por definición, una persona sólo tiene "derecho" a voto si está en condiciones de optar entre ejercerlo o no. Pero si una persona está obligada a votar, deja de tener la opción de no votar, por lo que aquello que fundamenta su "derecho" desaparece, y sólo le queda su "deber" de votar. En consecuencia, las personas o tienen "derecho" a voto, o tienen "deber" de votar, pero no pueden tener ambos a la vez.
Instituir la regla de que el voto es un derecho -y que, por lo tanto, debe ser voluntario- tiene dos grandes ventajas desde el punto de vista de los principios. La primera, es que reconoce la primacía de la libertad por sobre la coacción. Ratificar la importancia de que los ciudadanos tengan la oportunidad de optar si desean votar o no, robustece la libre elección como corazón fundacional de las conductas de las personas en una sociedad que pretende ser moderna, abierta y civilizada. La segunda, es que genera un deseable aumento de la competencia política, pues los candidatos, además de procurar "seducir" o "persuadir" a los ciudadanos por las ideas o la personalidad que exhiban, deben poner una cuota extra de esfuerzo en sus campañas para lograr que el ciudadano se motive por los temas en debate, salga de su casa y concurra a sufragar. Adicionalmente, la incertidumbre respecto de quienes finalmente lo hagan colabora a generar aún más competencia, lo que ayuda a estimular la participación, que aunque sea voluntaria es siempre deseable. Quien ejerce el voto libre y voluntariamente, no deja dudas de su civismo, lo que no se despeja de manera categórica en el caso de la obligatoriedad.
Es importante notar que no votar no tiene el mismo efecto que no pagar impuestos -que sí debe ser obligatorio-, pues quien no contribuye con sus impuestos está restando recursos al resto de los ciudadanos, pero simultáneamente está beneficiándose de los fondos recaudados por aquéllos, transformándose así en un "free rider". En cambio, si alguien decide voluntariamente no votar, no está siendo un "free rider", sólo está aceptando la decisión política de los otros con un mínimo daño social, similar al que produce votar nulo o blanco en el caso del voto obligatorio.
Éste último se funda, según sus partidarios, en dos razones principales. La primera, es que la vida en sociedad exige de sus miembros que participen en sus decisiones, como elegir autoridades, y, en consecuencia, votar constituye un deber cívico. Sin embargo, como ya se indicó, el no hacerlo produce un daño social mínimo, por lo que el voto obligatorio tiene un carácter más autoritario que de construcción de civilidad. La segunda, es que si el voto es voluntario, éste tiende a ser menos ejercido por los grupos de menores ingresos o de menor educación, los que quedan así subrrepresentados en los resultados electorales. Las personas de menores ingresos o educación son las que más quejas podrían tener con el statu quo , y, por lo tanto, deberían ser más fácilmente seducibles por políticos que les ofrezcan cambiar ese estado de cosas. Así, obligarlas a manifestarse en las elecciones, porque eso les "conviene", en vez de dejarlas tomar su propia decisión, parece más bien un argumento paternalista, impropio de invocar a estas alturas de nuestra democracia.
El derecho a voto, es decir, el voto voluntario, preserva y enaltece la libertad, y promueve y fortalece la competencia. Ello parece una mejor regla institucional que la participación obligada, que fuerza, mediante la coacción, una participación civil no necesariamente deseada por los ciudadanos, y parece fundarse en una mirada más bien paternalista de la vida en comunidad.

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