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De Guadalajara y La Haya



La historia no posee tribunales ni agentes que hagan cumplir sus dictámenes. Crea conciencia crítica, pero no indemniza. Lo suyo no es la justicia. Harían bien los bolivianos, los mapuches y demás reivindicacionistas entender el punto, y ojalá este se imponga en La Haya.

por Alfredo Jocelyn-Holt - Diario La Tercera, 08/12/2012 

A SIMPLE vista nada tienen que ver, por supuesto, la feria del libro reciente y los alegatos en curso ante la corte internacional, salvo que en ambos foros se ha debido poner a Chile en el mapa como corresponde. En México nuestra presencia fue sobria, sólida y representativa -tuve la suerte de estar allí-. Autores, músicos, cineastas, editores, periodistas, libreros y gente de gobierno, todos de muy distintas (malas) pulgas y pasiones (egos, por de pronto), convivimos excepcionalmente bien, mejor que en Chile incluso. Y aunque ese mar gigante que es FIL-Guadalajara puede apabullar al más atrevido, nos hicimos notar y muy dignamente. Si hasta nuestra pésima fama de ahora último, el de ser unos sobrados tal por cuales que andamos a empujones por la vida (¿tan bien nos va?), en Guadalajara pienso que la desmentimos. Así de bien nos fue.
Algo de eso se nota en la defensa que se está haciendo del país en La Haya. El equipo jurídico goza de un apoyo político transversal, muy en la tradición que siempre se ha cuidado de guardar en nuestras relaciones internacionales, inclusive bajo dictadura. Aunque siempre existe el peligro de pisar el palito, no ha habido muestras de chovinismo de nuestra parte; de haberse producido nos habríamos delatado inseguros. Al contrario, la defensa estrictamente jurídica que se ha estado sosteniendo (que existen tratados y que la práctica de convivencia pacífica entre Perú y Chile los ha corroborado por largos años) ha dado a entender que nos atenemos a reglas del juego y sentimos que nos asiste la razón, que no es lo mismo que estar convencidos de que estamos en lo cierto. La razón debe probarse (por eso hay tribunales que dirimen conflictos); la convicción, en cambio, sólo exige testimonio propio, mera fe en sí misma.
Por último, qué alivio ha sido el que no se haya invocado nuestra larga historia de desavenencias con Perú. Motivos les sobran a los peruanos para desconfiar de los chilenos, pero no es este el foro para ventear dichas diferencias. Aunque no menores, no hay tribunal de derecho que pueda zanjarlas. La historia no se litiga. Se revisa, debate y reinterpreta, pero no tiene peso ni fundamento jurídico. No hace derecho, no da derecho. Puede que denuncie injusticias, haga reflexionar, lleve a recapacitar o mueva a uno a deplorar abusos y agravios pasados propios, pero la historia nunca obliga ni impone normas. Crea conciencia o puede, en felices momentos, generar climas renovados de entendimiento, pero no manda a corregir imperativamente, como sí lo hace el derecho o también las vías de acuerdo mutuo a las cuales éste siempre aspira. En efecto, de haber buena voluntad en querer acatar el derecho, es decir, si se hace respetar, de ahí en adelante, imperará, regirá, reinará.
La historia, en cambio, no posee tribunales ni agentes que hagan cumplir sus dictámenes. Es demasiado controvertida, intrincada, abierta a re-examen. No resuelve nada, no tiene la última palabra, no manda a nada. Proporciona conocimiento y criterio, punto. Crea conciencia crítica, ilustra, ilumina, pero no ofrece consuelo alguno, tampoco indemniza. Lo suyo no es la justicia. Harían bien los bolivianos, los mapuches y demás reivindicacionistas entender el punto y, ojalá, éste se imponga en La Haya.

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