En Hojas de Parra,
don Nica, quién otro,
tiene un (anti)poema
titulado El Premio Nobel:
El Premio Nobel de Lectura
me lo debieran dar a mí
que soy el lector ideal
y leo todo lo que pillo:
leo los nombres de las calles
y los letreros luminosos
y las murallas de los baños
y las nuevas listas de precio
y las noticias policiales
y los pronósticos del Derby
y las patentes de los autos
para un sujeto como yo
la palabra es algo sagrado
señores miembros del jurado
qué ganaría con mentirles
soy un lector empedernido
me leo todo - no me salto
ni los avisos económicos
claro que ahora leo poco
no dispongo de mucho tiempo
pero caramba qué he leído
por eso pido que me den
el premio Nobel de Lectura
a la brevedad imposible.
_______
En mi caso
no merezco ningún premio,
pero me acordé de este poema
esta mañana mientras circulaba
por calle Fray Bernardo
y había un trozo de diario
tirado en el suelo,
correspondiente a la página
cultural del diario La Tercera
de hace un par de semanas.
Se trataba de un artículo
acerca de Chesterton:
«…señor de las polémicas y paradojas».
Terminé recogiendo
y leyendo ese par de páginas
que contenían
-además de lo de Chesterton
cuyo final reproduzco a continuación-
un artículo del escritor boliviano
Edmundo Pérez Soldán,
acerca de la literatura brasileña:
«Hay vida después de Clarice (Lispector)»
y otro acerca de un crimen
-lamentable como todos-
aparentemente pasional
que involucró a un par de alcaides
de los penales de Putaendo y San Miguel.
Después de una discusión
el alcaide del penal de Putaendo,
disparó a la alcaide de la cárcel de San Miguel
esta última, madre de tres hijos
que había tenido de un matrimonio
anterior con el subprefecto
de la Brigada Investigadora del Crimen
de la PDI de Quilpué.
El agresor una vez consumado
el femicidio, se disparó en la sien,
muriendo en el lugar de los hechos.
Vuelvo a Chesterton:
«Hoy en día, como una enorme figura geométrica,
la ciudad irradia y despliega sus interminables
ramificaciones a nuestro alrededor.
Hay momentos en que
casi nos volvemos locos, y no es de extrañarse,
dada la aterradora multiplicidad de perspectivas,
la desesperada aritmética de esa población impensable.
Pero esos pensamientos no son más que fantasías.
No hay hileras de casas, no hay multitudes.
El colosal diagrama de casas y calles es una ilusión (…)
Cada hombre, para sí mismo,
está sumamente solo
y es sumamente importante.
Cada casa se encuentran en el centro del mundo.
No hay una sola casa, entre millones,
que no haya sido para alguien,
en algún momento,
el corazón de todas las cosas
y el final del viaje….»
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