Desde esta ladera con vista
al arbolado barrio San Damián
se contempla un vergel
salpicado de edificaciones
de no más de tres o cuatro pisos,
a excepción de los edificios
que bordean la avenida Las Condes,
pero que quedan en cierto sentido
opacados por el cerro Alvarado
que abrupto cae sobre la orilla norte
del río Mapocho, serpenteando
junto con la Costanera Norte.
En todo caso el paisaje es muy distinto
a lo que debió ser en tiempos precolombinos;
para qué decir si nos remontamos
a períodos inmediatos post última glaciación,
para no irnos a tiempos más remotos todavía.
Se diría que es la copia más o menos feliz
de otros edenes urbanos contemporáneos,
porque prima la vegetación introducida
por sobre la nativa.
Es así como alcanzo a distinguir a lo lejos,
detrás de un alto Cedro del Líbano
y una Araucaria brasileña,
a un enorme Castaño, por su generoso
y amplio follaje y sus flores amarillas.
Diversas tonalidades de verde
de las hojas de tuliperos, liquidámbares,
álamos, la enorme hoja de la Paulonia;
Eucaliptos, diversas coníferas,
abetos, cedros, pinos, cipreses;
las mismas araucarias.
Por ejemplo, un pino azul
o cedro de los montes Atlas
en el norte de África,
sequoias californianas
pinos y palmas de las Canarias,
pino oregón, pino de Monterrey,
la palma washingtoniana,
el gingko, encinos,
roble americano,
acacias, arces, hayas,...
De tanto en tanto aparecen otros colores
la flor del Jacarandá, Buganvilias,
y enredaderas con flores rojas
en forma de campana cuyo nombre he olvidado;
o el blanco de algún Magnolio de hojas lustrosas.
Hay que mirar con el ojo de mi hijo Benito
para distinguir un Nothofagus,
hacia el oeste, unos bellotos del norte,
uno que otro quillay, una que otra patagua,
entre tanta diversidad extranjera
en que se distribuyen desde sauces a moreras,
ligustros, nogales y frutales varios.
A veces el colorido proviene de las hojas de ciruelos
así como el intenso amarillo de la flor de la Grevillea australiana.
Desde aquí no distingo muchos árboles,
aunque paseando por las calles de estos barrios,
sé que hay uno que otro Palo borracho,
algún Mañío huaco e incluso una Araucaria nativa.
Recientemente se hizo mención
que anualmente se pierde a causa
de los incendios forestales, el equivalente
de una franja de medio kilómetro de ancho,
que iría desde Santiago a Puerto Montt.
Es decir, si no es por la regeneración
que opera en la naturaleza
cuando se le brinda la posibilidad,
de haber ocurrido este fenómeno reciente
a la misma tasa devastadora
desde el inicio de la república,
se habría perdido material vegetal
equivalente a todo el valle
de la zona centro-sur del país.
Volviendo a la vegetación circundante,
ni en este mismo cerro, en el que abunda
el espino, nos hemos salvado de la
introducción de especies foráneas.
El problema es que el asunto
ha llegado, tal vez, demasiado lejos,
con falsas palmas artificiales
que tienen como función
la comunicación entre celulares...
Tal vez estas especies,
artificiales introducidas,
algún día no tan lejano,
perfeccionen su mimetismo
al punto que sea necesario precisar
las sutiles diferencias de aspecto
con sus modelos naturales,
de modo que en alguna futura
edición del Árbol Urbano en Chile
-una publicación electrónica por cierto-
a fin de no abrigar esperanzas ambientales
en esta simulación de reforestación ciudadana.
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