En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.
Porque gracias
al misterio de la Palabra hecha carne,
la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos
con nuevo resplandor, para que,
conociendo a Dios visiblemente,
él nos lleve al amor de lo invisible.
Porque en el misterio santo
que hoy celebramos, Cristo, el Señor,
sin dejar la gloria del Padre,
se hace presente entre nosotros
de un modo nuevo:
el que era invisible en su naturaleza
se hace visible al adoptar la nuestra;
el eterno, engendrado antes del tiempo,
comparte nuestra vida temporal
para asumir en sí todo lo creado,
para reconstruir lo que estaba caído
y restaurar de este modo el universo,
para llamar de nuevo al reino de los cielos
al hombre sumergido en el pecado.
Por él, hoy resplandece ante el mundo
el maravilloso intercambio que nos salva,
pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición,
no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana
sino que por esta unión admirable, nos hace a nosotros eternos.
Por eso unido a los coros angélicos, te aclamamos llenos de alegría:
Santo, santo, santo,...
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