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Atando cabos sueltos por Sebastián Gray



Diario El Mercurio, Sábado 29 de Diciembre de 2012

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El Eje Bulnes y el Palacio Pereira, los dos importantes concursos públicos cuyos premios fueron anunciados por el Presidente de la República en la pasada Bienal de Arquitectura, representan el probable fin de un largo ciclo histórico poco afortunado para el desarrollo urbano chileno, y el anuncio de un nuevo orden en la relación entre ciudad, ciudadanía, patrimonio y paisaje. Ambos son viejas heridas inconscientes, pequeñas vergüenzas del ser nacional toleradas más por resignación que por indiferencia, y que hoy, finalmente, serán resueltas, reparadas, concluidas.
El eje Bulnes forma parte de un formidable proyecto de diseño urbano de fines de los años '30 a partir del paisaje propuesto por la ordenanza de Karl Brunner. Pocas veces en Chile se ha abordado un proyecto urbano de tal magnitud. El Barrio Cívico de Santiago fue concebido como un marco simbólico y monumental para la sede de gobierno, sus ministerios y el poder legislativo. El palacio de La Moneda, que hasta entonces era un edificio inserto sin mayor realce en la trama urbana, fue planteado como el punto focal de este severo paisaje arquitectónico que comienza en la plaza de la Constitución, continúa por una flamante avenida Bulnes flanqueada por ministerios y reparticiones públicas, y remataría en un nuevo Congreso Nacional, en el extremo sur del cajón, frente a la actual plaza Almagro. Un proyecto que nunca concluyó: el Congreso no se trasladó (los terrenos reservados fueron enajenados recién medio siglo más tarde, cuando se construyó aquel otro penoso edificio en Valparaíso); la mayoría de los inmuebles de avenida Bulnes se convirtió en vivienda, durante 20 años hubo un infame monumento en medio de la perspectiva, y aún hoy existen predios sin construir por aquí y por allá. Lo que el reciente concurso propone es precisamente concluir el proyecto urbano en las condiciones de nuestra contemporaneidad, construyendo en los predios aún vacíos, revitalizando el espacio público y proponiendo el remate monumental en el extremo sur de la gran perspectiva, necesario para la tensión entre los dos extremos.
El Palacio Pereira, en tanto, representó hasta hoy el destino sórdido de la mayor parte del valiosísimo patrimonio arquitectónico de Chile. Edificio exquisito, expresión del refinamiento de la República decimonónica, estuvo 30 años clausurado, desintegrándose a la vista de todos, presa de las absurdas contenciones entre propietarios y Estado. Símbolo de la ineficacia de la institucionalidad del patrimonio, el hecho de que el Estado haya comprado este monumento a un particular para restaurarlo y rehabilitarlo, instalando simbólicamente ahí las oficinas de la Dirección de Archivos, Bibliotecas y Museos y del Consejo de Monumentos Nacionales, manifiesta un giro radical en la valoración del patrimonio, su privilegio en las ciudades, y el rol ineludible del Estado para dignificar nuestras vidas.

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