El radioastrónomo Guido Garay, el chileno que más sabe sobre el proyecto ALMA, comenta los primeros resultados del megarradiotelescopio, que ya concluye su ?año cero?. Pero también advierte sobre los desafíos e interrogantes que plantea tener un instrumento tan potente como ése.
La oficina del radioastrónomo Guido Garay está presidida por el retrato de un joven con una mirada inquisitiva. Es Gustavo, su segundo hijo, quien falleció de una enfermedad repentina a la edad de 20 años. Se emociona cuando relata la historia, y confiesa que esa pérdida lo alejó de la fe. “Mi hijo Gustavo me decía: Dios no existe. Y yo le decía que podía no existir en esta dimensión, pero tal vez hay otras dimensiones. Desgraciadamente, mi hijo se fue a otra dimensión. Yo tenía mucha fe en Dios, pero la perdí después de eso. Y sin embargo siempre lo siento presente. Lo siento en mí… es algo personal”, reflexiona. “A lo mejor es Dios”.
Garay es astrónomo de la Universidad de Chile, doctor en Astronomía de Harvard y fue el único conferencista chileno en la reunión que se efectuó el fin de semana pasado en Puerto Varas, donde especialistas de todo el mundo se reunieron para compartir los primeros resultados del proyecto ALMA (Atacama Large Millimeter/submillimeter Array), durante el llamado “año cero”. ALMA, del Observatorio Austral Europeo, se inaugura oficialmente recién en marzo próximo, y sólo avanzado el 2013 estarán operando las 66 antenas que lo componen y que lo convertirán en el instrumento de mayor definición instalado en el planeta para la observación del universo. Ahora sólo tiene 16 antenas en funcionamiento, pero ya está entregando resultados que maravillan a los científicos.
Entre ellos Garay, miembro correspondiente de la Academia Chilena de Ciencias (cuarto astrónomo en ser incorporado), y cuya historia es un verdadero elogio de la educación pública de calidad y el reflejo de algunos de los desafíos que Chile deberá enfrentar.
El momento crucial de su carrera estuvo ligado a un instrumento de este tipo, aunque más modesto: el VLA (Very Large Array), ubicado en Socorro, Nuevo México, Estados Unidos. Ahí realizó las observaciones de su tesis doctoral, centradas en la nebulosa de Orión. Buscaba un objeto muy preciso, una protoestrella (estrella en etapa de nacimiento), y terminó encontrando 20. Con ese mismo radiotelescopio descubrió lo que se conoce como “The Orion Radio Zoo”, el zoológico de Orión, por las siglas de los objetos observados, PIGS, DEERS, FOXES, que muestran diferentes etapas de la formación de una estrella en una misma zona.
Pero el inicio de todo se encuentra en otra historia de un padre y su hijo.
La primera pregunta
Garay cuenta que descubrió la astronomía cuando tenía ocho años, durante una noche de paseo con su padre. “Caminábamos por los cerros y a mí me maravillaba el cielo. Le pregunté a él, que sabía mucho y de todo, por qué las estrellas se veían de distintos colores. No me dio una respuesta que me aclarara las cosas. Así que yo pensé: Aquí hay algo que mi padre no sabe, aquí hay algo para mí”.
Guido Garay estudió en el Instituto Nacional, y por entonces su profesor de Matemáticas, Alfonso Bravo, venía llegando de Puerto Rico, donde había visitado el famoso radiotelescopio de Arecibo, recién inaugurado en esos años. “Él nos dijo que con ese telescopio se podía ver una parte del universo que no es visible, que no se podía ver con los ojos, pero sí con ese instrumento”, recuerda. “Y eso me marcó tanto, que desde ese momento decidí que quería ser astrónomo”.
Entró a la Universidad de Chile y se doctoró en Harvard, pero de regreso al país terminó trabajando en seguridad computacional de un banco. Decidió entonces partir a Alemania para un posdoctorado. Al volver por segunda vez, se le abrieron las puertas del Departamento de Astronomía de la U. Hoy es a él y a su oficina, ubicada en el Cerro Calán, donde llegan astrónomos recién doctorados preguntando por algún cupo disponible.
“Chile es la meca de la astronomía: acá están los mayores telescopios del mundo, y nosotros tenemos 10% de tiempo de observación de cada uno”, dice. Y lo traduce a términos económicos: “tenemos un 10% de inversiones de miles de millones de dólares”. “Tenemos que hacer buen uso de esa oportunidad. Tenemos los laboratorios ahí, tenemos que usarlos, generar un impacto. El problema es que hoy no tenemos capacidad para traer de vuelta a los estudiantes que nosotros mismos formamos en sus etapas iniciales. Muchos vienen a observar en los telescopios instalados en Chile, pero para proyectos de Princeton, Harvard o Caltech”.
Eso en parte se hizo evidente en la reunión de Puerto Varas. El panorama abierto por ALMA es deslumbrante, sobre todo en el ámbito que les interesa hoy a muchísimos radioastrónomos como él: el nacimiento de las estrellas. “ALMA ya está escudriñando el interior del universo frío”, dice. En ese universo frío están las nubes moleculares, la verdadera cuna de las estrellas. Y es invisible para los telescopios ópticos, porque es una zona llena de polvo que absorbe toda la radiación y no deja pasar la luz. Sus temperaturas son de unos 10 grados Kelvin, unos 260 grados Celsius bajo cero. En ese ambiente, las partículas de hidrógeno, el elemento más abundante del universo, se unen en pares y se transforman en hidrógeno molecular (H2), el primer paso para el nacimiento de una estrella. Para apreciar todo aquello se necesita a la radioastronomía, que detecta ondas de longitudes pequeñísimas (milimétricas y submilimétricas) y las transforma en imágenes observables y analizables.
ALMA será el instrumento más potente para hacer todo eso. Operando combinadas, sus 66 antenas equivalen a tener una sola antena de unos 15 kilómetros de diámetro. Las observaciones son procesadas por un supercomputador denominado “correlacionador”, que toma las señales de las antenas y las combina. La separación de las antenas permite una mayor resolución de las imágenes.
El inicio de todo
Uno de los resultados más promocionados de ALMA, hasta ahora, ha sido el descubrimiento en el universo de la presencia de una forma simple de azúcar llamada glicoaldehído, presente en el ácido ribonucleico, elemento esencial del ADN. Pero hay muchos otros, que permiten entender el proceso de formación de las estrellas y discernir dónde y cómo se generan. “Son todos objetos muy débiles, porque ya estamos viendo cómo se formaron las galaxias, estamos mirando galaxias en su evolución, eso nos da la posibilidad de hacer un mapa en el tiempo”, dice Garay. También ALMA tiene que ver con la búsqueda de vida. El glicoaldehído es un primer paso, pero vienen muchos más: “ALMA pretende hacer el mapeo de todas las moléculas prebióticas que están en el universo, que son importantes para dar origen a la vida. No creo que ALMA sea capaz de encontrar vida... sería maravilloso”.
Garay no suelta el lápiz y usa varias hojas de papel para entregar sus explicaciones. Y se abre a una de las preguntas que colman la agenda de algunos medios (y la paciencia de muchas personas) por estos días: el fin del mundo. Después de reírse, dice que el universo no está dando ninguna señal al respecto: “Si lo único que está ocurriendo es que va a haber un alineamiento de planetas, pero eso ocurre casi una vez al año. Uno podría preguntarse si eso va a producir una atracción gravitacional más fuerte, ¡pero si la atracción gravitacional del cerro Aconcagua es más grande que la que sentimos de los planetas!”.
Según Garay, éste es más bien el negocio del fin del mundo. “Estamos en una sociedad consumista, manejada por el dinero, y es más fácil venderle a alguien que se va a acabar el mundo. Tiene que ver con la ignorancia de la gente, y refleja que no se les ha dado una buena educación a los niños, que les permita entender dónde estamos, qué significa nuestro sistema solar, nuestra galaxia. Entonces, ante cualquier fenómeno no tienen idea de nada, y piensan: si lo dicen es por algo…”.
-Pero imagine por un minuto que sí llegará el fin. ¿Hay alguna pregunta que le gustaría responder antes de que se acabe todo?
-Sí. En qué parte del universo está mi hijo Gustavo.
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