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30 AÑOS DE CINE CHILENO: De la Política al Consumo




El crítico de cine Antonio Martínez repasa la evolución de la pantalla grande nacional hace 30 años: desde un estreno al año, con suerte, a la aparición de los premios internacionales. La desaparición de pequeñas salas y el surgimiento de cine de números, con récord de espectadores y estrenos de todo tipo de géneros, y la desaparición del cine político y los viejos grandes directores. "Nadie sigue a nadie, la estrella del consumo es fugaz y cambiante y el espectador chileno practica la tolerancia cero con el cine nacional", dice.  

Para otras retrospectivas de 30 años de nuestra televisión, música y teatro + algo de lo que viene:
http://diario.elmercurio.com/2012/12/21/wiken/_portada/index.htm

Por Antonio Martínez
Diario El Mercurio, Wikén, viernes 21 de diciembre de 2012

En una sala de calle Huérfanos y en los altos de dos cines que ya no existen, los responsables de una película chilena estaban nerviosos. No era fácil el tema. Tres protagonistas pobres y uno con pasado político. El asunto era exhibirla y para eso necesitaban que a un señor le gustara.

A José Daire, un empresario histórico que, sentado en un sillón negro, con cenicero en los brazos, iba a dar el veredicto.

Le gustó, pulgar arriba y se exhibió "Hechos consumados" (1985) de Luis Vera, en los cines Ducal y Providencia, que desaparecieron como el viejo Daire y los ceniceros, o bien como los acomodadores y los operadores, denominados Cojos.

En los 80 era fácil recordar el número de estrenos, entre cero y tres, generalmente uno: "El último grumete" (1983), "Cómo aman los chilenos" (1984), "Los hijos de la guerra fría" (1985) o "La estación del regreso" (1987) que se programaron en cines de los que no queda ni el nombre: Oriente o Imperio en Santiago, Brasilia en Valparaíso u Olimpo en Viña del Mar.

En la de 1982, "Los deseos concebidos" de Cristián Sánchez, el protagonista fue Andrés Quintana, su actor fetiche, y un hombre que había sido Cojo y jefe de bodega de Pelmex.

Quintana fue a Sánchez lo que Jean Pierre Leaud fue a Francois Truffaut.

Este ejercicio extremo de unir polos, fue lo que hizo "Cahiers du Cinema" en 1983, cuando instaló a Raúl Ruiz en la portada y en el altar.

 Fue el año que se estrenó "Alsino y el Cóndor" de Miguel Littin, nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera, pero por Nicaragua.

Un director exiliado, Littin, y otro casi casi, Ruiz, tocaban el cielo y en Chile el asunto era así de pobre: una al año.

Al documental "Cien niños esperando un tren" (1988) de Ignacio Agüero, el Consejo de Calificación Cinematográfica - que había prohibido "Imagen latente" (1987) de Pablo Perelman- le endilgó una censura que también dejó de existir: Mayores de 21 años.

En ese clima de demolición ambiente, "Sussi" (1988) de Gonzalo Justiniano, tuvo éxito de público y Marcela Osorio fue lo más parecido a una estrella erótica naciente. Era fotogénica y mejor sin parlamentos.

Y los títulos que encabezaron la década del 90, con la democracia, lograron lo que pedía la industria: made in Chile y premiadas en festivales. "La frontera" (1990) de Ricardo Larraín, ganó en Berlín. Y Gloria Munchmeyer fue mejor actriz en Venecia, por "La luna en el espejo" (1990) de Silvio Caiozzi.

"Johnny Cien Pesos" (1993) de Gustavo Graf Marino, aportó la guía para el futuro: el cine de género.

La cantidad de salas era de 132 en el país, con 51 en Santiago.

Aunque muchos no lo sabían, era el fondo de la botella.

Los cines tradicionales se dividieron con cholgúan y aislantes artesanales, pero no sobrevivieron, porque venía otro mundo y venía rápido. En multinacionales, exhibición, distribución y producción, con el formato digital y la multiplicación de los dvds, salas, copias y reproducción.

El Festival de Cine de Valdivia, que partió en 1994, recogió mejor la nueva sensibilidad y de varias formas relegó al de Viña del Mar.

Se instituyó el Día del Cine y el Banco del Estado, Corfo y Fondart, con modalidades que irían mutando, expandieron los apoyos al cine nacional.

Los directores y productores se hicieron expertos en manejar tiempos, presentaciones, requisitos y formularios.

Cine, burocracia y para que la cosa funcione debe haber producto, y para eso, los números, porque todo se puede contar: estrenos y espectadores.

"El chacotero sentimental" (1999) de Cristián Galaz, una comedia de tres episodios, basada en un programa de radio, rompió el récord con 813 mil 228 espectadores y también la cifra previa: 350 mil almas para "Ayúdeme usted compadre" (1968) de Germán Becker.

La década del 2000 partió con siete estrenos y los directores exploraron los géneros: terror, dramas familiares, episodios históricos, erotismo, romance, western, superhéroes, marginalidad pura y dura, policiales, comedias adolescentes, animación, biografía. "XS, La peor talla" (2003), "Sangre eterna" (2002), "El nominado" (2003), "Mala leche" (2004), "Ogú y Mampato en Rapa Nui" (2002), "Mujeres infieles" (2004), "Secuestro" (2005), "Rojo, la película" (2006), "Kiltro" (2006), "Che Kopete" (2007). "31 Minutos" (2008), "Esmeralda 1879" (2010), "Bombal" (2011) o "Sal" (2012).

Entre medio "Sexo con amor" (2003) de Boris Quercia, que batió la cifra máxima: 978 mil 759 espectadores y otra vez una comedia con tres episodios.

 "Machuca" (2004) de Andrés Wood, con 656 mil 579 personas, fue el fenómeno social, de un director que ha sido un puente entre lo antiguo y lo que viene.

Los directores más o menos históricos se desgranaron. Raúl Ruiz acaba de morir en majestad. Caiozzi y Larraín dirigieron sus últimas películas el 2004 y 2008: "Cachimba" y "Chile puede". Las dos fueron comedias, que ahora es el género preferido de Gonzalo Justiniano.

En los años 90, nadie lo habría supuesto, pero los caminos del cine son inescrutables.

"Isla Dawson" (2010) de Miguel Littin se filmó con el apoyo de la Armada: transporte, hospedaje, mano de obra.

Algo que podría figurar en lo increíble, pero cierto.

Ese fue el cierre del viejo cine político chileno.

Lo que viene son saludos a la bandera.

La disputa de "La nana" (2010) de Sebastián Silva, con la película de Littin, por representar a Chile en los Oscar, fue un caso pequeño y un quiebre generacional: el hito 1.

Los viejos al cuartel y los jóvenes al pastel y nada mejor que las películas de género para el consumo, que además satisfacen la cinefilia y los libera del compromiso ideológico y del cine latinoamericano como debe ser.

Ahora podía ser de cualquier manera, sin culpa ni pena.

"No" (2012) de Pablo Larraín convocó a 202 mil espectadores y fue un ejemplo de la modernidad que es cine de salón y ejercicio intelectual: la crítica a la transición. Y se interesa menos por lo crudo y lo ideológico: la crítica a la dictadura.

Lo primero se lleva y lo segundo es una caricatura.

El 2012 se estrenaron 28 películas y en los dos polos: "Educación física" de Pablo Cerda, por internet, y la película de un comediante, "Stefan versus Kramer", volvió a batir el récord: 2 millones 85 mil 93 personas.

Nunca antes fueron tantos chilenos a ver cine chileno, pero bajo el titular que marca el 2012, está la sintonía fina y cruel: todo es mentira.

El 2010, un documental de fútbol, "Ojos Rojos", convocó a 120 mil espectadores. Es probable que el resto de documentales no haya llegado a la mitad de esa cifra. No los del 2010, por cierto, sino los de la década.

Cuatro películas, el 2011, atrajeron el 95% de espectadores.

Lo de un año no es lo de otro y un par de películas se llevan el león, la cola es para otras tres y los pelos de la cola son para el resto.

Nadie sigue a nadie, la estrella del consumo es fugaz y cambiante y el espectador chileno practica la tolerancia cero con el cine nacional.

¿Cuál es el futuro?

La respuesta debería ser clásica: no se sabe.

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