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Aproximándose al Chile de hoy por el pasado...‏



Aproximaciones
por Jorge Edwards
Diario La Segunda, Viernes 21 de Diciembre de 2012
http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2012/12/21/aproximaciones.asp
Trato de entender al Chile de hoy y no me resulta fácil. Me preguntan si el momento actual es el mejor que ha tenido el país en su historia, ¡nada menos!, y contesto que no lo creo. Prefiero los años cincuenta, los comienzos de los años sesenta, aunque las cifras de la economía, las estadísticas, los balances, no fueran tan buenos. Pero uno, claro está, se salía de las normas centrales, se dedicaba a actividades tan extravagantes y marginales como la literatura. Ahora me pregunto lo siguiente: si la literatura, el arte, las lecturas filosóficas, permitían entender la sociedad que nos rodeaba de un modo más lúcido. No sé si las respuestas eran tan buenas, pero estoy convencido de que las preguntas se planteaban mejor. La necesidad de saber, de entender, eran más fuertes que la de poseer o la de acaparar. Nadie se habría atrevido a confesar que escribía para fabricar el libro más vendido de la plaza. Aun cuando algunos precursores, en su fuero interno, actuaran ya en esa forma.
Observo ahora fenómenos de mercado político electoral. Los votos comunistas, aunque pocos, encuentran una demanda flexible y amplia, con lo cual suben de precio (y no hablo de cantidades sino de símbolos y sentidos). Parece que hubiera una negociación ya entablada y que se ventila por la prensa. Las caras de los contendores, los representantes de la DC y del PC, se distinguen por su bonhomía, por sus medias sonrisas. Quieren convencer, desde luego, pero parecería que su aspiración máxima es tranquilizar. El jefe del PC nos dice que ellos también fueron víctimas, y víctimas escogidas, extremas, de los atropellos a los derechos humanos. Tiene razón, pero la gran pregunta actual es otra: ¿están dispuestos ellos a denunciar los atropellos a los derechos humanos en todas partes, en todas las latitudes, o sólo en lugares escogidos por razones ideológicas? La pregunta conduce directamente a otra, esencial, en plena vigencia en este comienzo del siglo XXI: ¿son universales los derechos humanos, o los grandes fines, las utopías, los paraísos del futuro, justifican medios retorcidos, degradados? El tema es de hoy, de ayer, de antes de ayer. En algunos casos archiconocidos, la argumentación tiene un recurso retórico, político, real, aplastante: el bloqueo norteamericano. ¿Qué podemos decir nosotros, escritores descarriados y, por lo mismo, censurados, frente a una motivación tan fuerte?
Los temas de fondo, esenciales, de la universalidad de los derechos humanos, de la naturaleza intrínseca del estalinismo, de la relación entre los medios y los fines, calaron con gran hondura en la reflexión política del siglo XX, en gente como Albert Camus, Walter Benjamin y un largo etcétera, y ahora da la impresión de que entramos en una etapa de amnesia histórica. En la época actual, después de la rica y terrible experiencia del siglo pasado, ¿es posible sostener que todos los movimientos sociales son positivos, inmunes frente a cualquier clase de análisis crítico? ¿Vamos a construir una nueva idolatría, después de tantos dioses levantados, incensados, y en seguida destronados? Octavio Paz habló con frecuencia de la crítica de la crítica: el movimiento marxista en calidad de crítica de las ideas de la Ilustración y la necesidad que se planteó a mediados del siglo XX de hacer la crítica de esa crítica. En un debate reciente de la Unesco, hubo un punto en el que coincidí plenamente con Edgar Morin: el de la indispensable reconciliación entre Octavio Paz y Pablo Neruda, distanciados en vida por razones políticas y hasta politiqueras. Esos jóvenes adobados de tinta y de tintero, como decían los versos nerudianos, esos jóvenes que desenfundaban su “dolor notorio” ante la sorprendente, brillante conducción de la batalla de Stalingrado por José Stalin, eran Octavio Paz y sus amigos. Se habían visto envueltos en la división estéril, sectaria, inhumana, del trotskismo y el estalinismo. No sé si alguien sacaba las conclusiones inevitables. Pienso que el comunismo chileno fue de los más cuadrados de esa época, de los más remisos a entrar en un proceso de revisiones que era necesario. Así como ahora se usa y abusa de la noción delbloqueo, antes se usaba la del revisionismo, el pecado político mortal. Sin embargo, y así me lo dijo el embajador de Yugoeslavia en Cuba a fines de 1970, el revisionismo no era más que la revisión delestalinismo. Naturalmente, nada de esto le quita el sueño a nadie ahora: ni a los tirios de la DC ni a los troyanos del PC. El Chile de hoy es el mejor de todos los tiempos, afirman, y yo, despistado, anacrónico, prefiero el de Gabriela Mistral y Hernán Díaz Arrieta, el de Baldomero Lillo y González Vera, y hasta el de Vicente Pérez Rosales y Alberto Blest Gana. Son nostalgias perversas, dirán ustedes, y a lo mejor lo son. Podía conversar de estas cosas con Raúl Ruiz, y todavía me queda uno que otro interlocutor. No muchos. Siento que el país crece en cifras y decrece en sabiduría. Pero no pierdo el optimismo. Vislumbro a una generación muy joven, lectora, inquieta, menos prejuiciada y programada que las anteriores, que piensa en el país con libertad, y me siento animado. La vida es lucha, me digo, y la vejez puede revivir en la crítica, en la confrontación intelectual, en el combate de las ideas. El dirigente, satisfecho, ofrece su mercadería, y el otro, como un pez gordo, picotea la carnada, pero todavía no se traga el anzuelo entero.
Trato de entender al Chile de hoy y no me resulta fácil. Me preguntan si el momento actual es el mejor que ha tenido el país en su historia, ¡nada menos!, y contesto que no lo creo. Prefiero los años cincuenta, los comienzos de los años sesenta, aunque las cifras de la economía, las estadísticas, los balances, no fueran tan buenos. Pero uno, claro está, se salía de las normas centrales, se dedicaba a actividades tan extravagantes y marginales como la literatura. Ahora me pregunto lo siguiente: si la literatura, el arte, las lecturas filosóficas, permitían entender la sociedad que nos rodeaba de un modo más lúcido. No sé si las respuestas eran tan buenas, pero estoy convencido de que las preguntas se planteaban mejor. La necesidad de saber, de entender, eran más fuertes que la de poseer o la de acaparar. Nadie se habría atrevido a confesar que escribía para fabricar el libro más vendido de la plaza. Aun cuando algunos precursores, en su fuero interno, actuaran ya en esa forma.
Observo ahora fenómenos de mercado político electoral. Los votos comunistas, aunque pocos, encuentran una demanda flexible y amplia, con lo cual suben de precio (y no hablo de cantidades sino de símbolos y sentidos). Parece que hubiera una negociación ya entablada y que se ventila por la prensa. Las caras de los contendores, los representantes de la DC y del PC, se distinguen por su bonhomía, por sus medias sonrisas. Quieren convencer, desde luego, pero parecería que su aspiración máxima es tranquilizar. El jefe del PC nos dice que ellos también fueron víctimas, y víctimas escogidas, extremas, de los atropellos a los derechos humanos. Tiene razón, pero la gran pregunta actual es otra: ¿están dispuestos ellos a denunciar los atropellos a los derechos humanos en todas partes, en todas las latitudes, o sólo en lugares escogidos por razones ideológicas? La pregunta conduce directamente a otra, esencial, en plena vigencia en este comienzo del siglo XXI: ¿son universales los derechos humanos, o los grandes fines, las utopías, los paraísos del futuro, justifican medios retorcidos, degradados? El tema es de hoy, de ayer, de antes de ayer. En algunos casos archiconocidos, la argumentación tiene un recurso retórico, político, real, aplastante: el bloqueo norteamericano. ¿Qué podemos decir nosotros, escritores descarriados y, por lo mismo, censurados, frente a una motivación tan fuerte?
Los temas de fondo, esenciales, de la universalidad de los derechos humanos, de la naturaleza intrínseca del estalinismo, de la relación entre los medios y los fines, calaron con gran hondura en la reflexión política del siglo XX, en gente como Albert Camus, Walter Benjamin y un largo etcétera, y ahora da la impresión de que entramos en una etapa de amnesia histórica. En la época actual, después de la rica y terrible experiencia del siglo pasado, ¿es posible sostener que todos los movimientos sociales son positivos, inmunes frente a cualquier clase de análisis crítico? ¿Vamos a construir una nueva idolatría, después de tantos dioses levantados, incensados, y en seguida destronados? Octavio Paz habló con frecuencia de la crítica de la crítica: el movimiento marxista en calidad de crítica de las ideas de la Ilustración y la necesidad que se planteó a mediados del siglo XX de hacer la crítica de esa crítica. En un debate reciente de la Unesco, hubo un punto en el que coincidí plenamente con Edgar Morin: el de la indispensable reconciliación entre Octavio Paz y Pablo Neruda, distanciados en vida por razones políticas y hasta politiqueras. Esos jóvenes adobados de tinta y de tintero, como decían los versos nerudianos, esos jóvenes que desenfundaban su “dolor notorio” ante la sorprendente, brillante conducción de la batalla de Stalingrado por José Stalin, eran Octavio Paz y sus amigos. Se habían visto envueltos en la división estéril, sectaria, inhumana, del trotskismo y el estalinismo. No sé si alguien sacaba las conclusiones inevitables. Pienso que el comunismo chileno fue de los más cuadrados de esa época, de los más remisos a entrar en un proceso de revisiones que era necesario. Así como ahora se usa y abusa de la noción delbloqueo, antes se usaba la del revisionismo, el pecado político mortal. Sin embargo, y así me lo dijo el embajador de Yugoeslavia en Cuba a fines de 1970, el revisionismo no era más que la revisión delestalinismo. Naturalmente, nada de esto le quita el sueño a nadie ahora: ni a los tirios de la DC ni a los troyanos del PC. El Chile de hoy es el mejor de todos los tiempos, afirman, y yo, despistado, anacrónico, prefiero el de Gabriela Mistral y Hernán Díaz Arrieta, el de Baldomero Lillo y González Vera, y hasta el de Vicente Pérez Rosales y Alberto Blest Gana. Son nostalgias perversas, dirán ustedes, y a lo mejor lo son. Podía conversar de estas cosas con Raúl Ruiz, y todavía me queda uno que otro interlocutor. No muchos. Siento que el país crece en cifras y decrece en sabiduría. Pero no pierdo el optimismo. Vislumbro a una generación muy joven, lectora, inquieta, menos prejuiciada y programada que las anteriores, que piensa en el país con libertad, y me siento animado. La vida es lucha, me digo, y la vejez puede revivir en la crítica, en la confrontación intelectual, en el combate de las ideas. El dirigente, satisfecho, ofrece su mercadería, y el otro, como un pez gordo, picotea la carnada, pero todavía no se traga el anzuelo entero. 

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