Juego de espejos
por Pedro Gandolfo
Diario El Mercurio, Domingo 16 de Diciembre de 2012
Diario El Mercurio, Domingo 16 de Diciembre de 2012
http://diario.elmercurio.com/2012/12/16/vida_social/mas/noticias/C190FC0A-8D32-4A37-A81D-0E7CCA545AAC.htm?id={C190FC0A-8D32-4A37-A81D-0E7CCA545AAC}
Concebida como la tercera cara de un tríptico novelístico, Antigua luz , el último libro del escritor irlandés John Banville, puede leerse al menos de dos maneras. Un lector desconocedor del trasfondo sobre el cual se articula la historia, se limitará a leerla de manera aislada, sin siquiera imaginarse que lo que aquí se ofrece es una ampliación, y casi un reflejo especular, de la misma trama que el autor desarrolló en las páginas de El eclipse (2000) e Imposturas (2002). Esta lectura, irremediablemente parcial, sin embargo, no dejará de encontrar mérito en el libro: el talento de Banville a la hora de urdir una trama, su manejo de un tono particular y de un estilo propio consiguen que cada una de las caras del tríptico funcione como novelas independientes, sin ser requisito para su lectura el contar con una imagen del cuadro completo.
La otra lectura, en cambio, aquella para la cual el libro es sólo la última pieza de un mosaico narrativo más amplio, podrá hacerse de una imagen más clara del juego de espejos que la novela propone. Y es que Antigua luz no sólo se limita a reanimar a los personajes implicados en las novelas anteriores, o a reabrir tozudamente una historia que ya parecía totalmente agotada. La hazaña banvilliana pareciera radicar en el modo en que plantea, en su obstinado retorno a un mismo relato, una especie de poética de la ficción: la escritura siempre fracasa en su afán de agotar o asir el pasado, nunca consigue iluminar del todo las zonas oscuras y borrosas de aquello que pretende narrar una y otra vez. La alternativa que le queda a la ficción es la de ensayar un nuevo reflejo de aquella materia que siempre se le escabulle, acatando resignada el dictamen que Banville pone en boca de uno de sus personajes: "Allí donde miremos, por todas partes, estamos mirando al pasado".
Alexander Cleave, el hombre en crisis que en El eclipse renunciaba a su carrera como actor de teatro y emprendía una travesía existencial a la casa de su infancia, es nuevamente aquí la voz narrativa. Lo encontramos ahora sexagenario, retirado de las tablas, aquejado por el recuerdo de Cass, su hija suicida, y absorto en la rutina de un matrimonio marchito. En el mismo tono teatral del que hacía gala en su anterior intervención, Cleave reemprende su monólogo para abrir otro capítulo de su pasado, una nueva afrenta a esa "sutil fingidora" que es "Madame Memoria": el recuerdo de Celia Gray, madre de su mejor amigo de la juventud, con la que tuvo un breve amorío y junto a la que se inició sexualmente. Uno de los hilos de la narración estará destinado a reconstruir con la obsesiva preocupación por el detalle y la precisión que desvelan al personaje, el puñado de encuentros que comprendió dicho idilio amoroso.
Otra línea del relato se hará eco de los hechos narrados en Imposturas : la verdadera historia del destino trágico de Cass Cleave, quien antes de suicidarse en la costa italiana mantuvo un fugaz romance con Axel Vander, académico y filósofo insigne del deconstruccionismo belga. Alexander es invitado a interpretar el rol protagónico en una película titulada "La invención del pasado", basada en un libro que reconstruye la vida de Vander. Sin saber que en aquella figura fantasmal de la que apenas ha leído algunas referencias biográficas en la prosa ampulosa de un escritor mediocre -a quien se nombra, con notable ironía, con las iniciales "JB"- podría estar la clave de la enigmática muerte de su hija, Cleave se verá involucrado en un rodaje que es una puesta en escena de una porción esencial de su propio pasado. El juego de máscaras se amplía con la figura de Dawn Daveport, una joven estrella de cine que sobrelleva la herida de otro luto: encargada de interpretar el rol de Cass en el filme, encontrará en el propio Cleave una especie de sustituto para llenar el vacío que ha dejado la reciente muerte de su padre.
Elogiado por la crítica como uno de los mayores estilistas actuales en lengua inglesa, Banville da en Antigua luz buenas razones para ratificar dicho juicio. La admirable traducción de Damià Alou consigue llevar con éxito al español lo esencial de la prosa banvilliana: una escritura prolija, cadenciosa, perezosa en su tratamiento de situaciones o caracteres y siempre pródiga a la hora de desplegar el soliloquio reflexivo de su personaje. Ante ella sólo cabe citar el dictamen mordaz que el propio Cleave reserva para la escritura de JB, el escritorzuelo que encarna a Banville en la novela: "Retórica en extremo, exageradamente elaborada, de lo más antinatural, sintética y densa, posee un estilo que podría haber sido forjado - le mot juste! - por el empleado de un tribunal de delitos de Bizancio".
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