No sé si se acuerdan
de las famosas crónicas
escritas por Enrique Lafourcade
y publicadas durante varias décadas
los días domingos en el diario El Mercurio.
En una oportunidad, de esto han pasado
al menos unos quince o veinte años,
Lafourcade comentó alguna de las interesantes
investigaciones del infatigable y recordado Oreste Plath.
Esa vez se trataba de un libro
acerca de las Animitas,
que en nuestro país constituyen
una expresión de religiosidad popular,
que pretende brindar cierta canonización popular
a personas fallecidas en la vía pública
bajo trágica circunstancias
y que tendrían la facultad
de conceder favores a los que
les encienden velas o expresan
alguna forma de devoción o piedad.
Plath contaba de un letrero
que se encontraba junto a una
de estas ermitas que decía:
«Prohibido estacionar en lo absoluto».
El sentido que posiblemente quiso
darle la persona que escribió
el texto de esta señalética
tenía por objeto enfatizar
que estaba absolutamente prohibido
estacionar en dicho lugar,
sin embargo la forma en que
estaba redactado podía dar
espacio para una interpretación
más bien escatológica.
Algo así como:
«Prohibido estacionar en el Más Allá»...
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