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¿Te pasa algo?...La valentía para desplomarse versus un tronco que flota a la deriva...‏



Por Gustavo Santander
Diario El Mercurio, Revista Ya, martes 4 de septiembre de 2012
http://diario.elmercurio.com/2012/09/04/ya/revista_ya/noticias/d08e54c8-68ed-42b9-acb5-007ed5f8cb72.htm
  

Esa noche, ambos se sentaron en la cama a ver la televisión, saltando de un canal a otro, buscando algo que enmascarara el correr de las horas. El rostro de Francisca albergaba una mueca conocida, un gesto que siempre precedía a la tormenta: los labios tiesos, los ojos fijos en un punto. Como poseídas por una extraña fuerza, sus uñas iban despellejando el contorno de sus dedos sin que ella siquiera se percatara de la acción. Emilio presentía un nuevo derrumbe, un nuevo sismo en ese precario ecosistema que ambos habían construido. Llevaba meses pensando en irse, tomar sus cosas, hablar, esbozar razones, pero su cobardía era más fuerte. Intentó alienarse de la situación concentrándose en un cómico mediocre que contaba chistes en un late show, pero le fue imposible. Volteó hacia ella y comprendió que no había escapatoria. "¿Te pasa algo?", le preguntó, sabiendo que era lo peor que podía haber hecho. La respuesta era obvia: nada le pasaba a ella, todo les pasaba a ambos. ¿Le pasaba algo a él?, contraatacó Francisca. Y el silencio, como una gran nube de humo, lo volvió a confundir todo. Fue en ese instante en que ella comenzó a sollozar y Emilio quiso perder la paciencia, pero no se atrevió.
Ella dijo algo inentendible con la cara mojada de lágrimas. Él la miro algunos eternos segundos y ante sus ojos la vio nuevamente años atrás, cuando el futuro parecía un día soleado. Recordó la primera vez que la vio dormir -los párpados temblando suavemente, las aletas de la nariz moviéndose con armonía, los labios relajados, exentos de ferocidad- y no pudo sino emocionarse. La mujer que hoy sollozaba a su lado, de quien se quería separar, había sido el ser más bello que alguna vez entrara a su vida.
Una vez más no soportó ver sus lágrimas y la rodeó con sus brazos, estrechándola hacia él, diciéndole que todo iba a estar bien, que no pasaba nada, apretándola deliberadamente, como si en ese miserable gesto intentara transmitirle la seguridad que tantos años de relación no habían logrado brindarle.
En ese instante se supo un ser miserable. Ella tenía el valor de desmoronarse frente a él, sin máscaras, sin cortafuegos, con la cálida sinceridad de quien cae al vacío. En cambio, él mantenía sus caretas, sus castillos en el aire, incapaz de compartirle sus planes -que casi no la incluían-, aterrorizado de ser el malo de la película.
En los últimos meses se había convertido en un artista del parche, de la sutura. Aunque le costara reconocerlo, se había asqueado de sí mismo, de esa teatralidad exacerbada que caracteriza a los malos actores. Ella le demostraba una y otra vez que tenía la suficiente valentía para desplomarse. Él, en cambio, seguía como un tronco en un río: a flote, pero a la deriva.
Fue en la madrugada cuando despertó sintiendo que algo caliente le corría por la cara. Reconoció un sabor salado en su boca y un olor a hierro saturando su olfato. Ya en el baño, parado frente al espejo, vio cómo fluía sangre de su nariz. Cuando niño había tenido varios incidentes similares, pero llevaba años sin contar alguno. Puso la cabeza hacia atrás pero el flujo no se detuvo. Bajó la cabeza nuevamente y vio estrellarse decenas de gotas rojas contra la blancura del lavatorio, reventando contra la porcelana. Los vio deslizarse hacia el desagüe, pero se rehusó a abrir la llave, ensimismado como estaba con la viveza del color. Cuando todo en su vida parecía pálido y desabrido, la exhuberancia de su propia sangre parecía enfrentarlo consigo mismo. Miró en el espejo la mancha de sangre deslizándose por el mentón a medio afeitar. Cansado de su imagen, hizo un torniquete, un parche más, y se volvió a meter a la cama.
A la mañana siguiente Francisca despertó inexplicablemente aliviada, como si alguien hubiese descomprimido su pecho. Esa tarde lo esperaría para decirle que todo había terminado.

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